viernes, 28 de octubre de 2011

De un día para el otro…


Gabriel estaba solo en su casa. Era la primera vez que se quedaba solo en su hogar. Hasta hace un días atrás, Gabriel hubiese optado por acompañar a los padres a cualquier lado antes que quedarse solo, en esa casa grande y llena de ruidos. Las cosas habían cambiado de un día para otro, porque el día anterior se dio el cambio aunque Gabriel no sabía bien qué es lo que lo hacía diferente. Fue a partir del beso con Camila que se sintió otro. El beso llegó después de una larga charla sobre el colegio, los compañeros y las materias. Fue Camila quien lo besó. Un beso tímido, de labios cerrados. Gabriel vio que ella cerraba los ojos cuando sus labios se rozaron, pero él no se animó a cerrarlos. Quería observarlo todo. Después quedaron envueltos en un silencio incómodo, acorralados en un no saber que hacer a continuación. Porque nadie les enseñó a besar.“No sé besar” – dijo Gabriel- “Sos la primera que me besa”- y sonrió sin mirarla. Camila preguntó si le había gustado. Si quería que lo volviera a hacer. Y lo volvieron a hacer. Gabriel cerraba los ojos y los abría solo para ver si ella también los tenía cerrados, para asegurarse que aquello era real, que no era una broma ni un sueño. Y los labios de apoco comenzaban a reconocerse, y las lenguas bailaron tímidamente una danza húmeda para terminar en lo que parecía una lucha. Los dientes chocaron como las olas cuando chocan con las rocas, produciendo un pequeño ruido que ninguno oyó. Y sus cuerpos comenzaron a responder, a crecer, a transpirar… Gabriel no pudo dominar la mano que se posó sobre el seno que maduraba bajo el suéter verde de aquella pequeña mujer. Primero posó la palma, con cuidado, con miedo de asustarla, de asustarse, pero enseguida los dedos rodearon aquella pequeña protuberancia y la palma notó el contorno de un sostén que impidió que Gabriel sintiera la erección de los senos de Camila. Se detuvieron de golpe, agitados y hasta un poco avergonzados de lo ocurrido.“¿Qué hora es?”, preguntó Camila, solo por decir algo mientras acomodaba su ropa, sus pensamientos, sus miedos,  sus sensaciones y su excitación. No importa la hora cuando se sabe que de todas formas la compañía se va, se retira, se aleja para volver a quedar solo. Se despidieron sin hablar de lo ocurrido. Esa noche Camila se masturbó por primera vez. Recostada en su cama, rodeada de animales de felpa, de muñecas de miradas fijas, de diario íntimos con candados rotos que revelan los secretos de una niña que quería ser mujer, Camila tomó su pecho como la había hecho Gabriel unas horas atrás y lo apretó y acarició. Con la otra mano descubrió su sexo húmedo, rodeado de los primeros vellos, y los dedos tocaron, hurgaron ahí dentro hasta encontrar la zona que la llevó a que el cuerpo se contorneara como nunca lo había hecho, a sentir el placer, el único, el irrepetible  primer orgasmo. En mitad de la noche, un oso de felpa cayó de su lugar mientras Camila dormía con el rostro y el cuerpo relajado. Aunque ese cuerpo ya no era el mismo y Camila lo sabría apenas despertara. Y se lo haría saber a Gabriel. Aquella noche, después del beso, Gabriel llegó a su casa, excitado, confundido y aturdido. Se encerró en su pieza y tirado en la cama pensó en Camila, en lo que había hecho con ella. En lo que ella le hizo. En lo que se dejó hacer. En lo que él le quería hacer. Gabriel cerró los ojos y metió una mano dentro del pantalón, acarició su pene erecto y el orgasmo llegó a los segundos de haber comenzado. Sintió el cuerpo aliviado pero debilitado, feliz pero confundido. Se dirigió al baño y se metió bajo la ducha con el calzoncillo puesto, pegoteado contra su pene bañado en semen. Y se limpió, se enjabonó y le costó retirar el pegote de los vellos. Y pensó en Camila una vez más hasta llegar al orgasmo. Y otra vez más.
Aquella noche, Gabriel estaba solo en su casa, hasta que llegó Camila. Pero ya no era la misma Camila que él había conocido, porque él no era el Gabriel del día anterior. De un día para el otro el mundo giró en su eje y Gabriel y Camila se conocieron por primera vez. De un día para el otro, Gabriel y Camila cogieron por primera vez.

28 de Octubre de 2011

viernes, 21 de octubre de 2011

El Peón Negro



El Peón Negro se las comió a todas, se los cogió a todos.  A algunos los gozó más que a otros. Y a las que no se comió fue porque no le pasaron cerca, porque sino… No sabía cómo ni cuándo, pero de golpe se encontró en la guerra de la que tanto le había hablado su padre, muerto en otro combate. No sabía bien el porqué del conflicto, pero sabía lo que debía hacer. Los peones blancos fueron los más fáciles, los primeros en entregarse. Fáciles de atrapar. Fáciles de comer. Casi regalados. Pero eran todos iguales, predecibles,  y al tercero ya estaba aburrido. El Peón Negro, al igual que sus compañeros, ansiaba destacarse  y en ese mundo se destacaban los que lograban acorralar al Rey, del cual abusarían y tomarían de esclavo. Pero la historia siempre le dio la victoria a los Alfiles, o Caballos, a las Reinas y Reyes. Los peones casi ni se mencionaban en esas luchas, como si no existieran aunque siempre fueron mayoría. Por eso se propuso cambiar la historia, y pensando en su padre, el Peón Negro siguió avanzando sin saber a dónde ni cómo terminaría. De los rivales más grandes, el Alfil fue el primero en entregarse. El Peón Negro lo vio acercarse en silencio, sinuoso en su andar, con su vestido blanco largo hasta el suelo. Fue una clavada directa pero placentera. El Alfil cayó atontado, sin terminar de entender lo ocurrido.  El Peón no miró atrás y siguió su rumbo. “Un peón nunca retrocede”, le había dicho su padre, y él nunca lo dudo. Siempre con la mirada al frente.  Una Torre lo venía siguiendo desde que se comió al segundo peón blanco. Le gustaban las torres. Eran altaneras a pesar del lugar que ocupaban en la escala de ese mundo. Una Torre no era más que un peón con suerte que consiguió un puesto a un costado, lejos del Rey. Pero ellas eran las más agradecidas ante él, daban todo por protegerlo. Eran más apasionadas que los peones, que en su distracción por destacarse, resultaban presas fáciles para sus rivales. Pero el Peón Negro era distinto: él igual se quería destacar, pero antes quería voltearlos a todos. Y la Torre, que creía tenerlo vigilado, se descuidó dos segundos, y el Peón la invadió hasta llevarla a recordar los días en que soñaba llegar hasta donde llegó. Se fue feliz, sirviendo a su Rey. Los Caballos eran raros, desde el tamaño de sus cabezas hasta su andar. Los Caballos infundían temor entre los peones, representaban lo bestial de ese mundo y toparse con uno de ellos suponía el fin de la mayoría de los peones. Sólo unos pocos lograban escapar frente a un Caballo. Pero el Peón Negro no sólo se montó al Caballo Blanco, sino que terminó en y con ese rostro sensual y horripilante a la vez. Estaba agotado, agobiado de ese mundo. No quería saber nada más de esa pelea, sentía que toda su vida fue preparado para esa lucha sin consultarle qué esperaba él de la vida. Y la vio… Pasó cerca de él pero ni lo miró. Era más bella de lo qué él se imaginaba. Alta, inquieta, se movía para todos lados e infundía tranquilidad, respeto y temor. Bella pero peligrosa como una mujer celosa y despechada por su hombre, la Reina no se detenía en ningún lado, iba y venía por dónde quería. El Peón Negro la vio a lo lejos y supo que nunca la iba a alcanzar, para alivio de ella. Siguió avanzando, sin mirar atrás. No sabía nada de sus demás compañeros. A algunos los cruzó por su camino, pero nadie supo informarle sobre cómo iba el combate. Había llegado lejos, más lejos que su padre. Se sintió perdido hasta que divisó a lo lejos, la silueta de un Caballo negro y una Torre del mismo color. Se fue acercando paso a paso, tranquilo, cansado pero excitado. El paso de la Reina lo dejó excitado. ¿Y sí él era el encargado de revertir la historia? ¿Y si él solo lograba acorralar al Rey? ¿Le darían el reconocimiento?... Y perdido en estos pensamientos, alzó la vista y pudo ver al Rey, a pocos pasos de él. Pero el Rey no lo miraba, no lo veía, solo miraba al Caballo y a la Torre. Los reyes siempre ignoraron a los peones. El Peón Negro quería que el Rey supiera que, entre todos los que estaban ahí, había un peón que llegó junto a los grandes luchadores, a acorralarlo, a poseerlo hasta el hartazgo, hasta que recordara uno a uno, cada peón caído… Pero el Rey no lo miró en ningún momento, y el Caballo y la Torre se lo llevaron arrastrando para entregarlo al Rey Negro. El Peón Negro contó  su aventura a los demás peones, pero solo recibió risas y burla de parte de sus compañeros. Algunos comenzaron a tratarlo de loco, de chiflado. “Un peón nunca llega hasta donde está el Rey” le decían sus compañeros; pero ¿qué sabían ellos? El Peón Negro no volvió a contar su aventura a nadie. Siguió fantaseando con comerse a la Reina, con comerse al Rey. Siguió soñando con cogerse a la Reina y al Rey… Lo que todo peón sueña en silencio.

11 y 21 de octubre de 2011

viernes, 14 de octubre de 2011

El humo


El humo del porro hacía a la vez de sahumerio y se impregnaba en todas partes. La ropa, el pelo, la barba… los libros. Los libros sufrieron las mayores consecuencias de lo que produjo el humo.  Los relatos sufrieron cambios bruscos. Los personajes se revelaron. Todo se tornó absurdo como en una obra de Urdapilleta o un relato de Copi. Los personajes pasaban de orgías en orgías, entre mujeres hermosas y hombres fornidos, entre orgasmos y dolor, entre frustraciones y placer. El humo produjo la locura: la risa demoníaca, los pensamientos obscenos, oscuros, sucios, placenteros… Todo junto y mucho más. El humo enrojeció los ojos. Humedeció los sexos. Erectó. El humo lo invadió todo y ya no hubo razón…. Sólo placer. Ya no hubo ficción, solo placer. Y cada novela renovó su historia. Y cada personaje hizo lo que quiso. El humo les dio la libertad para sentirse vivos, para no sentirse escritos por escritores maldito o malditos escritores. El humo llegó a sus vidas para quedarse. Y lo absurdo fue su realidad. Cuando el humo comenzaba a apagarse, los personajes comenzaron a sentirse humanos… Y fue ahí que todos, incluyéndome, decidimos cuidar el humo, mantenerlo vivo para seguir viviendo. Para sentirnos parte de una ficción que es nuestra realidad. Para que nuestra realidad sea de ficción… O simplemente para no enloquecer a diario…

18 de septiembre- 14 de octubre de 2011

viernes, 7 de octubre de 2011

Fantasmas


La lámpara se
Enciende y desnuda el salón
Con su fuego iluminador espanta los
Fantasmas que corren como pueden, a refugiarse
En los muebles y espían por las cerraduras de las puertas
F
A
N
T
A
S
M
A
S
…TEMEN A LA LUZ…
… SE ESCONDEN EN LOS MUEBLES….
…¿LOS VES? YO VEO UNO DETRÁS DE TU PIEL…

15 de septiembre de 2011