martes, 27 de noviembre de 2012

Todo el tiempo

Todos hablan.
Todo el tiempo.
Sin sentido.
Sin argumentos.
Todos dicen.
Todo el tiempo.
Pocos sueñan
sueños nuevos.
Todo dicho.
Todo el tiempo.
Pocas preguntas.
Pocos aciertos.
Nadie dice
algo nuevo
Todo dicho.
Todo el tiempo.
Y hay gritos en silencio
que nadie escucha porque
todos hablan.
Todo el tiempo.

viernes, 28 de septiembre de 2012

¿Quién castiga a los grandes?

-Hola, señora. ¿Va a salir a jugar Carlito?
-No. Está castigado.
-¿Y por qué está castigado, señora?
-Porque se portó mal, ¿por qué va a ser?
-¿Y qué hizo que se portó mal?
-¡No seas chusma, querés! Sos igual a tu mamá de chusma.
-Mi mamá no es chusma, señora. Ella dice que usted es chusma.
-¡Ah, ¿sí?! Bueno, andá y decile a tu mamá que se vaya a la mierda.

(Portazo en la cara)

-¿No ibas a jugar con Carlito, vos?
-Sí, pero está castigado. Y la mamá me cerró la puerta en la cara.
-¿Por qué te cerró la puerta en la cara?
-Porque dijo que yo era igual de chusma que vos. Y yo le dije que vos decías que ella era la chusma.
-¡Cómo le vas a decir eso! ¡Andá para tu pieza antes que te agarre, mirá!

(Se encierra en su pieza)

-Hola, señora. ¿Está Fernandito?
-Sí, pero está castigado.
-Ah, porque mi mamá ya me perdonó y me dejó salir a jugar. ¿Usted no lo perdona y lo deja salir un ratito?
-No. Te dije que está castigado. Andá para tu casa.
-Bueno, señora. Chau.

(Da la vuelta de la casa y golpea la ventana de la pieza de Fernandito)

-Mi mamá me castigó y no me deja salir.
-Sí, ya sé. Mirá lo que tengo.
-¿Me convidás?
-Sí. Uno para vos y otro para mí. Tomá.
-Gracias.
-Mi mamá no quiere que me junte más con vos porque dice que sos chusma, igual que tu mamá.
-Yo no soy chusma. Tu mamá es la chusma.
-Sí, ya sé. Pero creo que ella no lo sabe. Por eso se enoja si le dicen chusma.
-¿Y vos no le podés decir a tu mamá que sí es chusma?
-No, porque me castiga.
-Ah. Mi mamá igual me castiga si le digo que es chusma. Ahora estoy castigado.
-¿Entonces no vas a salir a jugar?
-No, porque estoy castigado, te dije.
-Bueno, entonces me voy.
-Bueno.
-Chau.
-Chau. Gracias por el alfajor.

(Se va pateando piedras)

-Hola, Norma, ¿Cómo andás? ¡Tanto tiempo!
-Bien. Haciendo las compras, como siempre. ¿Vos cómo andás? ¿Cómo anda Carlito?
-Bien. Ahí anda. Está terrible. Cada dos por tres lo tengo que castigar. ¿Y Fernandito? ¿Cómo anda?
-Bien. Castigado por insolente. Te pido disculpas si te faltó el respeto el otro día.
-No te hagas problemas. Son cosas de chicos.
-Pero hay que ponerles límites, sino te salen como los hijos de los Sotos.
-O como los García.
-Peor.
-¿Te enteraste lo de Silvia Nuñez?
-No, ¿qué pasó?
-¿Tenés tiempo? Vamos a casa a tomar unos mates y charlamos, ¿querés?
-Dale. Vamos.

(Se van juntas, como comadres en desgracia)

-Qué bueno que tu mamá y mi mamá se hayan amigado.
-Sí, pero mañana seguro se pelean de nuevo.
-Sí, ya sé. Solo se juntaron para chusmear.
-Y a ellas nadie las castiga. ¿Quién castiga a los grandes?
-Nadie, porque sus papás ya murieron.
- Ah, cierto. Bueno, aprovechemos para jugar.
-Vamos, antes que mi mamá le cuente a tu mamá que la Silvia Nuñez se está viendo con tu papá.
-Uh, vamos. Seguro que hoy me castigan igual.

(Se van, los amigos, abrazados al parque de la esquina a jugar)






viernes, 14 de septiembre de 2012

Como una hoja de papel

Blanco tu cuerpo desnudo
como una hoja de papel
quiero escribir una frase
que se grabe en tu piel.

Quiero pensar y me olvido
solo observo tu desnudez
Quiero escribir y no escribo
no hallo frases esta vez.

(Solo el silencio en el ruido
lo puede entender
es como gritar y que no te escuchen
ni te puedan ver)

Blanco tu cuerpo desnudo
-¿Como una hoja de papel?
Quiero escribir una frase:
Quiero grabarme en tu piel










viernes, 31 de agosto de 2012

Algunas verdades

Puede que todo lo demás sea mentira (o no), pero esta es una verdad: aprendí a leer para escapar del mundo y a escribir para inventarme mundos. Aprendí a refugiarme en los libros y a defenderme con las palabras. Aprendí a observar para transcribir lo escrito y a mirar los detalles insignificantes para darles significados. Escribo por placer, aunque aveces lo hago para espantar demonios. Escribo porque es lo que amo. Escribo porque es lo único que puedo hacer. La literatura, el cine, la música, el arte, me salvaron la vida. Me formaron. Fueron y son mi compañía más fieles.

Puede que todo lo demás sea mentira (o no), pero esta es otra verdad: me oculté entre libros, revistas, cds, películas y hojas escritas y rayadas por mis manos de niño- adolescente para escapar de monstruos y fantasmas que dañaron mi niñez, para sanar heridas y acallar voces, para gritar en renglones y hablar con tinta, para descifrar emociones y descubrir nuevas vías de escape. Para escapar.

Puede que todo lo demás sea mentira (o no), pero esta es una verdad: si cada uno conserva su niño interior, el mío sigue abusado... pero ya salió de aquel rincón. Y aprendió a hablar, a caminar y seguir. Aprendió a sobrevivir.

sábado, 25 de agosto de 2012

Video: Postergando Sueños



"Postergando Sueños"

Dirección: Karina Arias- Suáres

Cámara: Natalia Mémoli -  Karina Arias- Suáres

Actor: Víctor Igor

Maquillaje y Vestuario: Ruth Ojeda

Edición: Karina Arias- Suáres, Víctor Igor




martes, 14 de agosto de 2012

De construir y destruir


Vos también sos aquello que en mi mente construyo. Y te miro y te armo y te desarmo. Y te espío. A veces te espío. Y te descubro. Te descubro de nuevo. Te espío y te veo. Y me mirás. Yo también soy aquello que tu mente construye sobre mí. Un loco. Un tarado. Un charlatán. Un mal humorado. Un fracasado. Todo eso y mucho más. Pero vos también sos más. Somos uno por cada par de ojos. Somos todos y ninguno a la vez. Sos tan vos cuando te veo que quiero ser todo yo cuando me veas. Y que en nuestros ojos seamos.
¿Y a vos cómo te ven? ¿cómo te miran? ¿que te miran? ¿Cómo te construyen cuando te destruyen para crearte de nuevo? ¿Cuántas veces me destruiste? ¿Cuántas veces me construiste? Y ahora, ¿cómo me ves? ¿Me destruís o me construís? ¿Me ves? Yo aún te veo. Y te destruyo..., pero te vuelvo a construir de nuevo.

viernes, 27 de julio de 2012

De cómo volverse zurdo y no morir en el intento... (o de cómo robarle a Julio)

Lavar muy bien la mano derecha ayudándose con la izquierda. Quitar antes todo objeto que adorne dicha mano, sean anillos, pulseras o ambas. Arrancar las uñas si así lo prefiere aunque no varía en el efecto. También se pueden pintar las uñas si luego utiliza la mano de adorno.

Con la mano izquierda, tomar la derecha y apoyarla sobre una madera para cortar carne o sobre la mesa. Procure que todo esté limpio e higienizado para evitar gangrena. Golpear la mano derecha con un hacha, cuchillo o cualquier utensilio. Se recomienda afilar el utensilio. Golpear hasta separar la mano del brazo. Cortar por la muñeca o el codo.

Limpiar bien todo con la mano izquierda para comenzar a ponerla en práctica. Vendar el muñón derecho. En caso de hemorragias, consultar con un médico amigo. Una vez finalizado, ya puede comenzar a practicar y sentirse zurdo.

Otra alternativa es atar  la mano derecha en la espalda. Para esto se necesita un ayudante que ate bien la mano por detrás, aunque los resultados no son los mismos.

lunes, 16 de julio de 2012

Esperándote



Ando como buscándote,

pero esperando que vos me encuentres primero.
Esperando que me encuentres
antes que lo haga la muerte,
que con un poco de suerte
la vuelvo a esquivar cada día,
y en cada esquina apresuro el paso
esperando encontrarme con tu abrazo.

Ando como buscándote,
aunque pareciera que ando por andar
Ando como buscándote,
pero esperando que vos me encuentres primero
y me enseñes a amar.

Ando como buscándote,
pero esperando que vos me encuentres primero.
Esperando que me encuentres
y me guíes de vuelta a casa,
que estoy perdido de buscarte,
que estoy perdido por encontrarme,
que si te encuentro me encuentro,
y si te pierdo me pierdo.

Ando como buscándote, 
aunque pareciera que ando por andar
Ando como buscándote,
pero esperando que vos me encuentres primero
y me enseñes a amar.

Ando como esperándote.



viernes, 29 de junio de 2012

Baila

No quiero aburrirlos
con esta melancolía,
ni distraerlos de sus monotonías

Vengo a decirles
que ya cambió la melodía,
aunque el tango es el mismo
pero la pista ya no patina

Ahora baila,
aunque baile otra melodía,
ahora baila,
aunque invada la melancolía.

Ahora baila,
se mueve sensual.
Ahora baila,
no dejo de mirar

Ahora bailo,
no dejo de bailar
Ahora bailo,
y te quiero invitar.

Ahora, ¡baila!
aunque no quieras bailar
Ahora ¡baila!
no dejes de bailar,
que el tango es el mismo,
que la melodía tiene melancolía,
que la pista ya no patina.

Ahora, ¡baila!
que quiero bailar.
Ahora, ¡baila!
no dejemos de bailar.


viernes, 15 de junio de 2012

Un instante


La hormiga...
... la tierra
... la raíz
... el tronco
... las ramas
... las hojas
... el viento
... el sol
... la tarde

El libro...
... la hoja
... el dedo
... la piel
... el filo
... (un instante) ...
... el tajo
... (un instante) ...
... la sangre
... el dolor
... el ardor
... la boca
... la saliva
... la sangre y la saliva
... la sangre y el libro
... y vuelta de página


La hormiga...
... la zapatilla
... las medias
... el pie
... la pierna
... la mordedura
... la vida
... la mano
... la palma
... el golpe
... (un instante) ...
... la pierna, la hormiga, la palma
... la vida
... (un instante) ...
... la muerte
... y vuelta de página

viernes, 8 de junio de 2012

Lo que nace del aburrimiento


Los pinchamos con clavos oxidados hasta lograr mirar a dentro. Me acuerdo de cómo la sangre se mezclaba en ese líquido pegajoso. A Mario le dio asco y un poco de miedo. Yo lo obligué a mirar. Me divertía. Teníamos 11 años. Comenzamos a hacerlo porque estábamos aburridos. Muchas malas ideas nacen del aburrimiento. Y esta había nacido del más profundo aburrimiento que pesaba, esa tarde de verano, en Puerto Deseado.
La abuela de Mario tenía una huerta con cerezos, manzanos y perales. También criaba conejos, chanchos, gallinas y patos. Mario me había pedido que lo acompañara como ya veníamos haciendo hacía tres domingos seguidos. Me gustaba acompañarlo. La abuela siempre lo esperaba con postres y golosinas. Pero de dos a cinco teníamos que estar en silencio porque la abuela dormía siesta. Me acuerdo porque a esa hora siempre nos aburríamos.
Ese domingo, cuando la abuela de Marcos decidió dormir su siesta, yo propuse ir a aburrirnos afuera, comiendo cerezas. Una brisa movió los árboles y se oyó el roce de las hojas.
-Mi abuela dice que falta poco para que nazcan los pollitos.
Y ahí surgió la idea. Me gustaría poder describir lo que sentí en ese momento, en el mismo momento en que nació la idea. A lo mejor fue la brisa, pero sentí un escalofrío que me puso la piel de gallina, y a la vez, sentí una leve correntada que recorrió todo mi cuerpo.
-¿Vamos a ver las gallinas?- dije, mirando a Mario. Él levantó los hombros, y sin mirarme dijo: “Vamos”. Y fuimos. Los árboles frutales dividían el gallinero del huerto. La ventana de la habitación de la abuela tenía vista al huerto. Me fijé en todo esto como sabiendo que iba a ocurrir algo que no debería olvidar. Cerca del gallinero había unas maderas viejas que habían pertenecido al galpón de las herramientas del abuelo. Y habían tres clavos oxidados como esperándonos. Yo agarré dos. Mario uno.
El gallinero apestaba a mierda de gallina, plumas mojadas y barro. Plumas y granos de maíz casi tapaban el suelo. Las gallinas miraban entre la curiosidad y el espanto. Algunas agitaron las alas, pero siempre estuvieron en silencio. Mario levantó a una de las gallinas y yo retiré cuatro huevos. Queríamos ver qué había dentro. La idea estaba en el aire, en el gallinero. Ninguno de los dos había propuesto hacer lo que hicimos. Simplemente lo hicimos. Tomamos uno y los otros tres los dejé en el suelo. Mario comenzó a golpearlo suavemente con la punta del clavo, hasta lograr trizar el cascarón. Pero era un huevo común, “las señoritas Clara y Yema”, susurró mi madre en mi oído.
Tomamos otro huevo y ocurrió lo mismo. Cuando Mario me alcanzó el tercer huevo, lo noté diferente. No solo en su peso sino que también en su textura: pequeños bultos sobresalían del cascarón. Como verrugas en la piel. Tomé uno de los clavos y golpeé suavemente. El huevo se movió en mi mano. Mario me miró, y casi sin respirar dijo: “Hay algo adentro” Y sonreímos. Con miedo. Con excitación y curiosidad. Golpeé dos veces más y el clavo abrió una pequeña grieta sobre el cascarón. Había sangre y se mezclaba con un líquido verde y pegajoso. Y había algo a dentro. Algo que se movía.
-Hay algo a dentro. Mirá.
-No, no quiero.
-Mirá, boludo. ¿Tenés miedo?- pregunté, asustado. Y Mario miró, palideció y retrocedió dos pasos.
-Matalo- dijo. El huevo se movió en mis manos. Miré a dentro, y un ojo me observaba. Me asusté y lo dejé caer. La criatura lloró como un niño y Mario se tapó los oídos y se tiró al suelo. Intentaba encogerse, volverse lo más pequeño posible, lo más fetal posible. Como si quisiera meter la cabeza dentro del ombligo y perderse dentro de sí. Yo igual quería taparme los oídos, pero más quería callar a aquello que había salido del huevo.
Chillaba como un animal herido. Las gallinas comenzaron a revolotear y a picotear sus huevos. Muchas terminaron con los picos chorreando sangre, y clara y yema. “Las gallinas mataron a las señoritas Clara y Yema”, pensé. Y la criatura se movió. Trató de escapar. Tomé el tercer clavo oxidado, y lo clavé sobre aquello que había salido del huevo. Tenía ojos. Tenía orejas y colmillos. Pero no vi nariz. Y su pequeño cuerpo mostraba vellos ásperos y negros. No recuerdo cuantas veces pinché con el clavo a aquella cosa, pero mi mano terminó manchada de sangre y amoratada porque algunos golpes dieron con el suelo, pero no podía parar. Temía que reviviera, como en las películas.
Mario nunca más me invitó a lo de su abuela, porque nunca más se me volvió a acercar. Me miraba como si todavía llevara los clavos oxidados en la mano.


viernes, 1 de junio de 2012

Mañana no estás


Antes de que seamos
Esto que ahora somos
Que no sé bien qué es,
Pero sé que no es
Lo que éramos antes,
Yo te pensaba diferente.


Y no estás


Antes de que la despedida
Se hiciera evidente
Sin saber que era despedida
Porque no la hubo,
Pero lo supe porque estabas ausente,
Antes, te pensaba diferente.


Y ya no estás.


Antes de que pienses
Que te pienso
Quiero que sepas que te pienso
Pero ya no pienso como pienso que pienso
Porque cuando te pienso
Ya no estás.


Y hoy no estás.


Antes no es ahora,
Pero ahora se parece a mañana.
Y mañana no estás.


19 de mayo – 01 de junio 2012

viernes, 25 de mayo de 2012

CIELO


Sobre la muerte

"Hablamos como si supiéramos algo de ella", pensó Julián y puso tres hielo en el vaso que sonaron al chocar con el vidrio. Luego añadió un tercio de Fernet y dos de Coca. El líquido casi negro quedó sumergido bajo un colchón de espuma marrón. Lo revolvió y probó. Decidió agregarle un poquito más de Fernet y luego volvió a sentarse junto a los amigos. El tema de conversación era la muerte.

Rodrigo había perdido a sus padres en un accidente, pero él era niño y ya no recordaba sus rostros. Por eso comentó: "La muerte no tiene rostro. Y llega por la espalda" Nadie respondió a este comentario. Nombraron a Víctor Sueiro y su vuelta de la muerte, entonces la charla perdió la seriedad con la que se la trataba. Nada peor que hablar seriamente de la muerte.

Gabriela planteó que a la muerte se la debe respetar. "Hay gente que no respeta la vida, mucho menos va a respetar la muerte", dijo Julián. Gabriela ni lo miró. Hubo silencios, como si la muerte estuviera presente o como si la vida quisiera ausentarse. El ambiente, entre el humo y los tragos, se tornaba sombrío un viernes por la madrugada. A Julián no le gustaba hablar sobre la muerte y mucho menos respetarla. "La muerte no respeta, ¿por qué deberíamos respetarla nosotros?", pensó Julián y terminó diciendo: "Cuando muera, voy a volver y ser un fantasma. Y por las noches te voy a ir a jalar los pies... y te voy a sacar la bombachita" Los hielos chocaron contra el vidrio del vaso y el sonido invadió la casa. Gabriela rió, y rieron todos juntos. Después hablaron de la vida rutinaria y los pocos momentos en que se sentían vivos. Pero todos quedaron pensando en la muerte, sin rostro pero con respeto.

Rodrigo se encontró con la muerte dos años después y descubrió que sí tenía rostro, aunque lo recién descubierto se lo llevó a la tumba como un gran secreto. Gabriela la encontró veinte años después, peinando sus canas frente al espejo. "Te esperaba" le dijo Gabriela. Y se fue. Tan pendiente de la muerte que se olvidó de la vida, Julián murió mucho antes que sus amigos, pero él no se enteró y continúa caminando hacia el trabajo todos los día. Y todos creen que está vivo. Julián continúa esquivándola en cada esquina, todos los días.

agosto 2011- 25 de mayo 2012

viernes, 18 de mayo de 2012

Gente que esquiva gente


El perro huyó, se escondió dentro de una garita. Yo lo vi a través del vidrio del colectivo. Era negro, con manchas blancas. O blanco con una gran mancha negra. Primero agachó las orejas y comenzó a trotar, buscando el refugio. Cuando lo halló, levantó las orejas y corrió con confianza. Yo lo veo a través de un vidrio. Pero el de al lado lo mira a través de dos vidrios, porque usa anteojos. Yo quiero anteojos. El colectivo sigue su ruta y el perro se va haciendo más chiquito hasta perderse por siempre en la garita. El de al lado, el de los anteojos, me mira porque le miro los anteojos. Le muestro los dientes en una mueca exagerada, se horroriza y se cambia de lugar. Más espacio para mí.
La lluvia empañó los vidrios. Yo quería seguir mirando la ciudad, ver a la gente refugiarse, tratando de meter la cabeza en sus camperas, como si fueran tortugas. O con sus paraguas. Yo quiero un paraguas. E imagino que el viento las remonta y vuelan como la Poppins. Que vuelan alrededor del Chenque y los demás cerros de Comodoro. Y escribo en el vidrio “Que la gente vuele” Y la gente me mira extrañada, de reojo, por mi acto. Y de nuevo la mueca, pero esta vez un poco avergonzado. Y me cuelgo pensando y soñando con que el Chenque y los demás cerros son caparazones de tortugas gigantes que el tiempo cubrió de tierra, y que un día esas tortugas despertarán, después de mil años de invernar, y se sumergirán en el mar. Y el mar hundirá a Comodoro. Las tortugas gigantes despertarán y lo hundirán todo. Y ya no habrá muecas en los colectivos. Y sonrío, queriendo que ese día sea hoy.
El colectivo frena en la Avenida Rivadavia, frente a Jumbo. La gente camina apresurada, esquivando gente. Gente que esquiva gente. Yo la miro a través de un vidrio, mientras espero que los demás bajen. A fuera llueve y el viento sacude a la gente, y la gente a la ciudad. Y espero que un día nos cansemos de pelear contra el viento y aprendamos de una vez por todas a volar. Y sonrío, queriendo que ese día sea hoy. Mientras lucho contra el viento y esquivo gente que sonríen con muecas exageradas.


23 de febrero- 18 de mayo de 2012

viernes, 11 de mayo de 2012

El encuentro y la ceguera


La calle era oscura y silenciosa. Solo se oían sus pasos. Sus pasos y el viento. Dobló a la izquierda y entró a un pasaje un poco más iluminado, aunque la luz era tenue. La calle era oscura, silenciosa y tétrica, pero a Hernán le era familiar. Era su camino a casa. 
A un costado, la plaza ensombrecía la mitad del asfalto y los árboles se tambaleaban como si bailaran al ritmo de una canción, o como si el viento les susurrara una al oído. Hernán caminaba mirando la luna, pensando en que las nubes pronto la taparían, y ella, parecía sonreír, inocente, desconociendo las intenciones de las nubes. Las nubes, que no permitieron que la luna sea testigo del destino de Hernán, que volvía del trabajo, como todos los días. Cansado, pensando en no querer pensar y dormir por largas horas. Cerrar los ojos y matar la humanidad al cerrarlos. 
Había caminado solo unos pasos cuando notó que su sombra se le adelanta, como queriendo huir de él, como tratando de fugarse. “Es el cambio de luces”, pensó Hernán, para apaciguar el temblor que le causó ver a su sombra tratando de huir para siempre de él. Para espantar el miedo de su mente. En el cielo, las nubes ya habían logrado su cometido. Hernán llegó a la esquina de la plaza. Y dobló.

(Hernán salió de su casa a las siete y media de la mañana para tomarse un colectivo que lo llevara hasta el centro para poderse tomar otra línea diferente así poder llegar a su trabajo como todos los días. Hernán bebió su café con leche con medialunas y una, la última, era del día anterior lo cual lo puso de mal humor por media jornada hasta que se cruzó con Cynthia que llevaba una remera con un sensual escote y le miró las tetas y tuvo una erección que le alegró la otra media jornada. Hernán salió de su trabajo a las once de la noche del veintitrés de agosto del año en que todos nos miramos y nos encontramos el año en que se vino todo abajo y le vimos la cara al descaro y era un rostro asustado un rostro que descubre que lo descubren en el engaño y nos quisimos arrancar los ojos como Hernán se los arrancó ese día en que las nubes taparon a la luna y se convirtieron cómplices del encuentro y la ceguera)
Y dobló. Escuchó pasos que no eran suyos pero le resultaron familiar. Venían del lado del frente. Creyó conocer ese andar, como una madre  puede reconocer los pasos de sus hijos, por las noches, cuando todo está oscuro, cuando la ciudad simula dormir pero se agita como el comienzo de una pesadilla; en los momentos oscuros se obedece al oído porque en la oscuridad, es el oído el que está atento a todo. Es el oído el que reconoce pasos y percibe rostros. 
Los árboles se agitaron más fuertes porque el viento lo exigió. Hernán observó su sombra, y se detuvo bruscamente, aterrado por lo que sus ojos veían. Su sombra continuaba moviéndose, tratando de huir de él. Su sombra temía, estaba aterrada. Los pasos se oían cada vez más cerca, y más cerca, y más cerca. Hernán vio cuando un hombre dobló en la esquina, se acercaba de frente con la cara sonriente y sin dejar de caminar. “Hola” le dijo, sin dejar de sonreír pero sin detenerse. Y se perdió en la esquina. 
Hernán no pudo responder al saludo, su cuerpo y su mente se paralizaron. Ese hombre era él. Ese hombre era Hernán. Cuando a su mente llegó esta información, su imaginación no logró asumir ese encuentro. Hernán se arrancó los ojos y los apretó con sus manos hasta reventarlos. Los ojos explotaron y de ellos salió un líquido ambarino que se mezcló con el rojo de la sangre y se escurrieron entre los dedos. Como un huevo mal hervido que revienta en la mano. Hernán caminó seis pasos más, con los ojos en las manos, hasta que cayó de rodillas con la cabeza mirando el cielo. Como mirando y culpando a la luna. Aunque con las cuencas vacías. 
Así lo encontraron a la vuelta de la esquina de su casa. A la vuelta de la esquina, donde tu espera, te espera. Donde te arrancarás los ojos.


28 de abril de 2011- 11 de mayo de 2012

viernes, 4 de mayo de 2012

Queriendo ser perro



El pan y las birras en una misma bolsa, sobre la mesa servida. El pan y la birra de cada día. Otra vez se le pasó la mano con la sal a mamá. Otra vez papá haciendo chasquidos con la lengua y mamá con la cabeza gacha, esperando el golpe, aunque rogando que solo sean gritos y retos. De todas formas, le duele igual. Aunque con la segunda opción no tiene que tapar moretones. Que se arreglen ellos si después terminan cogiendo. Me levanto, digo provecho y me voy a la calle. Me voy a la mierda. Que se arreglen ellos. Todavía no bebo cerveza, pero ya fumo mis primeros cigarrillos. Los trece años los vivo a porno y pajas. En ese orden. Lo cruzo a Camilo, pero no le doy bola. Es un pelotudo más. Me calienta mi vecina pero tiene quince y hay un abismo en esos dos años, un abismo que salto cada noche en mi cama, pero cuando la cruzo me hago el boludo. Me siento un boludo. Un fracasado, un pajero, un inútil. Que la vecina también se vaya a mierda por hacerme sentir así. A lo lejos lo veo al perro del vecino y lo llamo. 

-¿Decime, es complicado ser perro?- le digo y le revuelvo los pelos. Mueve la cola, y sonríe. Juro que sonríe. Nos quedamos en silencio, los dos sentados en la vereda. Prendo un cigarrillo, sin saber muy bien por qué comencé con ese hábito. El perro me mira, sonríe y se va. Me levanto y vuelvo a casa, silbando bajito. Llego a casa. Papá y mamá cogen en su pieza. A veces pienso que se pelean solo para reconciliarse. A veces temo terminar como ellos. Me encierro en mi pieza y escribo algo sobre la sonrisa del perro. Uno, dos versos. Algo de hocicos mezclado con sentimientos, aunque suene absurdo. Pero todo es absurdo a los trece años. Todo es absurdo cuando lo mejor del día es la sonrisa del perro de tu vecino. Me acuesto y prendo el televisor queriendo encontrar la repetición de Las Edades de Lulú en I.Sat. Mañana al medio día, tendré que ir a comprar el pan y las birras de cada día. 

Y me duermo pensando en que quiero ser perro. Me duermo queriendo ser perro. 

Mayo 2012

viernes, 27 de abril de 2012

Bermejo

Me despertaron los aullidos de los perros y los pasos de los gatos en el techo. Parecían cientos de gatos. Pero hubo algo más. (¿Un trueno?- ¿Un disparo?- ¿Una bomba?) Me senté sobre la cama. Oía perros aullar desde todos lados. Quise mirar la hora en el celular, pero estaba apagado. Traté de encenderlo, pero no respondía. Busqué un cigarrillo (el pantalón-la campera-la mesa de la cocina) y recordé que el último lo había fumado antes de acostarme.  Me levanté y, en bóxer y con los pies desnudos, me dirigí al baño. Los perros no paraban de ladrar. Cuando quise tirar la cadena del inodoro, descubro que no hay agua. Ni luz. Ni gas. (Como en tantas casas de la ciudad). Los gatos seguían corriendo por el techo y sus maullidos parecían el llanto de un bebé. De un bebé diabólico, que gatea hasta tus pies. Pero esos pensamientos los había tenido en la infancia,  ya no me asustaban. Me asomé a la ventana y del cielo caía un polvillo rojo (colorado, carmesí, escarlata, bermejo. ¡Bermejo!) Los perros corrían en todas direcciones, aullando o gimiendo, buscando refugios. Se tiraban contra las puertas cerradas de las casas. Los gatos corrían o trepaban árboles y postes, sin dejar de maullar y chillar como bebés diabólicos. Me vestí apresurado, decidido a averiguar algo de todo aquello. Antes de salir, cubrí mi boca y mi nariz con una bufanda, y mis ojos con unos lentes de sol. Estaba nervioso. Necesitaba un cigarrillo. Esa era mi excusa para enfrentarme al polvillo (bermejo) rojo.

Las calles estaban desiertas (Desiré), salvo por los perros y gatos que los había por todos lados. Buscando un refugio (como en tantas calles de la ciudad), tratando de invadir las casas oscuras y enrejadas (por la inseguridad-como las de Tim-). Los gatos saltaban de los techos y daban contra los vidrios de las casas. Y parecían turnarse, uno detrás del otro. Habían ventanas trizadas (¡ya casi lo logran!) y otras manchadas con sangre. Pero los gatos ensangrentados ya estaban en el techo, esperando el próximo salto. Cuando se percataban de mi presencia, hacían silencio, se miraban entre ellos: perro a perro, gato a gato, perro a gato. Algunos movían la cola, otros miraban de costado, con las orejas gachas, pero ninguno se me acercaba (ahora sos un extraterrestre-bermejo- en esta tierra-ciudad-pueblo) como si me temieran. Las calles de adoquines se perdieron entre el polvillo. Del cielo seguía cayendo el polvillo rojo. Los perros comenzaban a silenciarse y me seguían de lejos. Cuando llegué a la avenida del barrio, me encuentro con las calles atestadas de autos y colectivos que chocaron contra postes, árboles, casas y entre autos mismos. Los colectivos estaban atestados de cuerpos enredados e impactados por el golpe. ¿Todos muertos? (Volvamos a casa- con cigarrillos-con comida- el segundo caballo-el segundo sellos -fueron ustedes- fuiste vos- fui yo- fuimos todos- fueron ellos antes de que el tiempo fuera el tiempo, antes que se decidiera que el segundo sello era el caballo bermejo) Todos muertos.

No me di cuenta cuando estaba adentro de la estación de servicio. Perros y gatos me esperaban a fuera. Había contado 85 perros y 71 gatos, pero eso había sido cinco cuadras antes de llegar a la estación. Ahora eran más de cien de las dos especies. Los playeros yacían en el piso, como durmiendo la siesta eterna. Dentro de la estación habían tres muertos,: un matrimonio tirado sobre la mesa en la que bebían sus cafés antes (del fin-seis-cuatro) de lo que sea que haya ocurrido, y la chica que atendía (la de las tetas grandes- la que te ve y te busca los cigarrillos antes de que se los pidas-la de las tetas grandes “vestida de sol, con  la luna debajo de (las tetas) sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”) la estación. Todos muertos. Saqué un atado de cigarrillos y dejé la plata sobre el mostrador.  Salí y caminé hasta la playa del barrio. El mar estaba teñido de rojo ((colorado, carmesí, escarlata, bermejo. ¡Bermejo!) Grité. “¡Hola! ¿Hay alguien?” y me reí, me sentí ridículo (por todos-por vos-por mí-por él-por ella-ellos y aquellos- ridículos) miré por última vez el cielo antes de volver a casa, acompañado de mis nuevos amigos. Recién en casa pude prender el cigarrillo y disfrutarlo tranquilo. El polvillos había entrado por las rendijas de la casa y del piso se levantaba un polvillo que fui aspirando junto al humo del cigarrillo. Después me desnudé y me volví a acostar. Cuando estaba entrando en el trance que nos va llevando al sueño, en el que el oído se agudiza y donde nos sentimos caer y flotar, escuché la voz de mi madre que me decía, me susurraba al oído que salió otro caballo bermejo, y al que lo montaba le habían dado el poder de quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros, y se le dio una gran espada. Y un perro aulló hasta el fin.

03 de octubre de 2011- 27 de abril de 2012

viernes, 20 de abril de 2012

De imaginarte


De imaginarte en mi cama,
Sonriéndome
Y en la sonrisa tu desnudez
En la desnudez, yo
Y en mi desnudez, vos
  Pero es más complicado
Tu sonrisa lo complica
Tu sonrisa más que tu desnudez
Aunque por muy poco, ella lo complica
En ella pienso cuando despierto
En ella pienso cuando me acuesto
Aunque es más complicado
Ahora no sé si no será toda tu boca la culpable
 Tus labios, tus dientes, tu lengua, tu saliva
Tu boca y tu sonrisa, más que tu desnudez
 Aunque por muy poco, ellas lo complican
Ellas y tus ojos, que me miran
 De imaginarte en mi cama,
De imaginarme en tu desnudez
Se me complica

18 de abril de 2012

viernes, 13 de abril de 2012

El tiempo muerto


Matemos el tiempo. Pero esta vez, matémoslo bien muerto. Que dejen de correr las horas y deje de importar el tiempo. Que el reloj muera de un sincope y se detenga un momento. Y que ese momento nos encuentre juntos, desnudos en mi cama. Y que a todos los encuentre desnudos, en sus camas. Que el mundo se guíe por lo espontáneo y no por los compromisos. Que no haya compromisos. Y poder escribir cuando quiero. Y poder leer todo el tiempo muerto. Y que cada canción suene por primera vez, repetidas cien. Que siempre estén los amigos, pero también los enemigos. Sino es aburrido. Matemos el tiempo, que el tiempo acumula preguntas, y aún no respondo las preguntas de mi niñez. Que se detenga el tiempo y los años, hasta que arreglemos estos, para poder seguir en paz. Ahora no hay tiempo del “no hay tiempo” Es ahora, ya. Que cada uno haga lo que quiera hacer, que cada uno sea lo que es. Pero desnudo a tu lado.

Y matemos el tiempo. Pero esta vez, matémoslo bien muerto. Matémoslo antes de que se escriba esto.

12 de abril de 2012

viernes, 6 de abril de 2012

M(I)ENTE


Los recuerdos son porfiados.
Se van y vuelven cuando quieren
Se complotan con la mente
Y te traen constantemente
Y no te quiero pensar,
No te quiero recordar
Porque vuelven las preguntas,
Los cuestionamientos
 Y ya no quiero cuestionar
 Los recuerdos y las preguntas sin respuestas
 No combinan o no convienen
 O ambas
Y son los que más duelen
Y no sé si será el trago
O lo fumado,
No sé si es la música o la lluvia,
 Pero hoy no te recuerdo,
Ni te pienso
Aunque te escriba esto
Aunque mi mente
M(i)ente.


05 de abril de 2012

viernes, 30 de marzo de 2012

Matando lo que quiero


Era un marcianito. ¿Cómo que no existen? Sí que existen, yo lo vi. Yo viví con él unas semanas. Era un marcianito chiquito. No, no era verde. Era marrón con manchas azules, como lunares pero eran manchas. De ojos grandes y boca ancha. Su piel era fría, pero no como la de los anfibios. Fría, fresca y rara. Y dientes filosos. Lo sé porque el día que lo encontré me arrancó un dedo, el primero de muchos. Casi veinte. No hablaba pero se hacía entender. Cuando decía “Driiiz” era porque estaba contento, afirmativo. Y cuando decía “Glodg”, estaba enojado, negativo. Por las vocales de cada palabra no era muy difícil saberlo. Cualquiera lo hubiese notado. Él me entendía, ¿Qué cómo sé que era masculino? Por sus olores y sonidos. Un ser femenino, sea de la raza que sea, nunca va a comportarse así ni despedir esos sonidos y olores. Eso lo hacen los hombres. Lo encontré a fuera de casa, tirado en el césped. Lloraba como cualquier criatura indefensa. Por eso supe que era un marcianito y no me refiero a los cuarenta centímetros de estatura, sino que era un niño, una criaturita. Me miró, con los ojos mojados y su boca ancha haciendo un pucherito, como los niños. Y ahí me arrancó el índice derecho. Me asusté, pero no me dolió. De hecho no sangré. Simplemente el dedo desapareció. Y me reí. Marcianito también rió. “Driiiz, Driiiz, Driiiz” se puso de pié y entró a casa. No, no le puse nombre. O sí, Marcianito. Lo llamé así y él respondió a ese nombre sin cuestionarlo, desde el primer momento. Es feo pero simpático. Y me encariñé enseguida. La primera semana nos llevamos bien. Un día, el tercero, se me ocurrió enseñarle  escuchar música y se enamoró. Bailó toda la noche, nueve horas seguidas, hasta que se durmió. No pude hacer nada, cuando intenté apagarla, a eso de las tres de la madrugada, me arrancó el segundo dedo. Pero no pasó a mayores, esa semana.

La segunda semana ya no lo toleraba más. Todo el día contento, con sus “Driiiz” por acá y “Driiiz” por allá. Y hielo, mucho hielo. Un día, una tarde calurosa, se me acabaron los cubitos así que opté con hacerle un “raspado de escarcha” del freezer. Le encantó así que cada tanto le preparo uno. Sobre todo cuando nos peleamos y quiero reconciliarme solo para que deje de llorar como un niño, y dejé de decir “Glodg, Glodg, Glodg” cada tres segundos. “Marcianito pelotudo” le dije una vez, y me corrió por toda la casa. Al principio me reía mientras corría, pero después tuve miedo y me reía del mismo miedo. Me alcanzó y me arrancó dos dedos más de la mano izquierda. Solo me quedaba el dedo gordo y el pequeño en esa mano. Y grité “¡Raspado de escarcha!” “Driiiz, Driiiz, Driiz” dijo, y se sentó, con las patitas colgando esperando su raspado. Me costó prepararlo sin mis dedos recién arrancados. ¿Cómo le voy a pegar? Si te digo que parecía una criaturita. Solo lo reté, y se largó a llorar de nuevo, mientras comíamos nuestros raspados. “Bueno, ya está, no llores más Marcianito”, le dije y le agregué unos cubitos a su raspado. Y puse música. Al otro día tuve que ponerme guantes. A los dedos faltantes los rellené con algodón. En la oficina nadie lo notó. No hablo con nadie. Una noche discutimos y me comió dos dedos de la mano derecha, lo reté y se largó a llorar. Se atragantó con su mismo llanto y terminó vomitando mis dedos que flotaron en un líquido entre naranja y verde. Tuve que barrer mis propios dedos y los arrojé en el tacho de basura. Cuando me fui a dormir, Marcianito se paseaba con uno de mis dedos, al que se comía como quien come una oblea y la saborea de a poco. Me dormí al tercer “Driiz”

No sé qué imagen mental tendrán de Marcianito pero les advierto que no se parece a ningún marciano interpretado en la televisión. Creo que por eso la aborrecía. Siempre le tiraba el control remoto. No se parecía a Alf, aunque los dos eran marrones, pero Marcianito era más clarito. No se parecía a Mercano, ni a Kang o Codos. Ni siquiera a los marcianitos de los videos de Moby. Ni a un Gremlins o un Critter. Aunque cuando se enojaba mostraba los dientes como un Critter. Pero ningún extraterrestre o marciano, como quieran llamarlo, se le parece. Marcianito fue único, pero lo tuve que matar. Sobre el brazo izquierdo ya solo tenía un muñón. Y de la derecha solo me quedaron dos dedos. Los dedos de los pies los perdí todos en distintas discusiones con Marcianito. Me despidieron del trabajo, Marcianito no quería que lo dejara solo. La computadora se rompió. De un día para el otro no pudimos escuchar más música. La casa se volvió silenciosa. Salvo por los “Glodg” continuos y los “Driiz”, cada vez más esporádicos. El televisor tenía la pantalla trizada de tantos golpes con el control remoto que le fue arrojando Marcianito, cada vez que yo la prendía.  La heladera se quemó el mismo día que lo maté. Esa mañana los cubitos no estaban listo, las veinte cubiteras y las tres botellas de agua que ponía a congelar, estaban líquidas. Marcianito quería su desayuno y no paró de decir “Glodg” en todo el día, a todas horas, a cada minuto. Y lo maté. A patadas y con mis muñones, hasta que logré tirarle la heladera encima. “GLODG” gritó Marcianito. Y se calló. La casa quedó en silencio. Lloré, como cualquier criatura indefensa. Lloré porque sabía que ya no iba a estar nunca más. Y lloré porque siempre termino matando lo que quiero.

28 y 29 de marzo de 2012

viernes, 23 de marzo de 2012

Mañana


Antes,                                                                      Ahora,
  Cuando no cuestionaba al hombre                            Que ya no creo en el hombre
   Cuando solo pensaba en jugar                                   Que dejé de jugar   
    Cuando la melancolía no tenía significado                    Que la melancolía me dice Buen día
Antes, también te buscaba                                         Ahora, te busco igual



Antes y ahora
Los libros, las biromes y el papel
La música, la poesía, el cine
La mujer. El hombre
La vida y los porqués
Antes y ahora
Te busco, te encuentro
Y te vuelvo a perder



Antes,                                                                          Ahora,
   Cuando escondía lo escrito                                          Que lo escrito está expuesto
     Esperando a que las palabras maduraran                      Que las palabras se pudrieron
       Esperando a tener algo que decir                                  Que tengo algo que decir
         Pero escribiendo desesperado                                       Que escribo desesperado
Antes, también te buscaba                                            Ahora, te busco más




Antes y ahora
Te busco, te encuentro
Y te vuelvo a perder
Mañana...

22 de marzo de 2012

viernes, 16 de marzo de 2012

El beso frío del cañón


Rosa salió de Caleta Olivia a las dos y cuarenta y cinco minutos de la madrugada. El cielo todavía estaba oscuro. Se había levantado a las doce y media. Se bañó, preparó café y desayunó, siempre atenta a la hora. Volvió a preparar café y lo volcó en un termo. Preparó todo y lo acomodó en el asiento trasero se su Gol gris. Volvió a meterse a la casa solo para mirarse al espejo: una mujer de 37 años, con el pelo teñido de rubio pero que ya asomaban las raíces negras. “Cuando vuelva tengo que volverme a teñir”, pensó Rosa y salió de casa. Arrancó el coche y salió rumbo a Comodoro Rivadavia, por la Ruta 3. Chocó a las tres y veinte. Faltaba poco para llegar a la ciudad.

Roberto salió de Comodoro Rivadavia a las tres menos diez de la madrugada.  Se había levantado a las doce para prepara todo. Tomó una pava de mates acompañado de cuatro medialunas. Tenía que tomar un remís hasta el galpón de la cooperativa en la que trabajaba. Hacía una semana que había conseguido el trabajo. Manejaba un camión de carga, con un tráiler atrás en el que iba la mercadería. Roberto no tenía autorización a preguntar qué es lo que transportaba, aunque ya le habían dicho qué era aquello que lo acompañaba todo el viaje.  Nunca se animó a comprobarlo con sus propios ojos. Pero necesitaba el trabajo, la paga era más que buena.  Su trabajo consistía en llevar la carga hasta otro galpón, en Puerto Deseado. Dejaba el camión ahí y debía volver después de tres horas a retirarlo. Otros hombres se encargaban de descargar el tráiler. Aunque él nunca vio el rostro de ninguno. Después de eso, volvía tranquilo por la Ruta 3. Y ese era otro día laboral. El último de su vida. Pero esto, Roberto todavía  no lo sabía ¿cómo podría saberlo? Antes de salir, besó la frente de Hugo, su hijo de ocho años y de Martita, la nena de seis. Ellos ni se enteraron. Después besó la boca de su mujer, Clara, que entre sueños le dijo: “Cuidate, mi amor”.  Cuando el remís lo dejó en la puerta del galpón de la Cooperativa, Roberto bajó nervioso. La noche estaba oscura y fría. Parecía invierno pero no lo era. Subió al camión y tocó debajo del asiento para comprobar si estaba el seguro. “Mi seguro”, le decía Roberto al arma que llevaba debajo del culo. Roberto se encontró en una curva con Rosa, a las tres y veinte.

A lo lejos se oía el mar. Después todo era pampa. Y yuyos. La noche era oscura y fría. En una curva se encontraron Rosa y Roberto. El choque dañó el auto, aunque no fue tanto si se tiene en cuenta la diferencia entre los vehículos. Rosa salió ilesa del auto, pero asustada. Había visto el camión a último momento y en su mente se vio mutilada dentro del auto abollado. Pero el choque solo había dañado la chapa y uno de los focos delanteros. Miró el camión, inmenso, titánico y sin un rasguño. Rosa corrió hasta la cabina del camión y se encontró con Roberto, que bajaba de él. “¿Esta bien?”, le preguntó Roberto antes de que Rosa pudiera hablar. “SÍ. ¿Usted?” respondió Rosa. Los dos estaban bien. Rosa habló del seguro, de llamar a la policía. Roberto se negó enseguida. “La policía. No puede venir la policía”- repetía una y otra vez, una voz dentro de su cabeza. “Señora, si es por el arreglo, yo se lo pago”- dijo, Roberto, sin pensar casi en lo que decía. Sabía que debía evitar que llamara a la policía. La policía siempre significa más problemas. “Señora, yo tengo plata en el camión. ¿Cuánto cree que va a necesitar?” Rosa lo miró y vio la cara de un hombre asustado, aterrado. Sin embargo la voz era natural. “Señor, es necesario llamar a la policía. Yo tengo seguro, no se preocupe”, dijo Rosa, sin quitarle los ojos de encima. Y caminó hasta su auto, apresurada, a buscar el celular en su cartera. Se alegró cuando vio que tenía señal.

Roberto se dio cuenta que la mujer lo observaba. Se dio cuenta que la mujer sospechaba algo. “Se dio cuenta de todo. ¿Qué hago? No puede venir la policía. No puede venir la policía, Roberto. Hacen llorar a los niños, los policías hacen llorar a los niños. No puede venir la policía, Roberto. Van a descubrir tu trabajo. Van a mirar la carga. La muy puta va a joderlo  todo. La muy puta los va a llamar y ni siquiera está golpeada. Por su auto de mierda, va a joderlo todo, Roberto. Tu seguro, Roberto. Vos también tenés seguro… Mi seguro”, pensó Roberto, mientras caminaba a la cabina del camión. Su seguro lo esperaba bajo el asiento. Y cuando sus dedos tocaron el cañón, Roberto sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. El beso frío del cañón que besó sus dedos.

Sobre la Ruta 3 no pasaba ningún vehículo, como si el tiempo se hubiese detenido. Rosa observó a Roberto desde su auto. Lo vio caminar tambaleándose hasta su camión. Por un momento pensó que se iba a dar a la fuga, pero el hombre se había encerrado en la cabina. ¿Hacías cuánto? Ya habían pasado unos cuantos minutos, pensó Rosa. Bajó del auto y caminó hasta la cabina. Llevaba el celular en la mano y estaba atenta a no perder la señal. “Señor, tengo señal. Voy a llamar a la policía. No se preocupe que todo se va a solucionar”, dijo Rosa, hablando a la puerta de la cabina, porque no lograba ver al hombre. “Señor, ¿está bien?”, preguntó. No hubo respuesta. “Voy a llamar”, dijo Rosa y comenzó a marcar. Rosa habló con un policía, le explicó todo a las apuradas y le indicó el lugar donde se encontraban. “Señor, mi nombre es Rosa. La policía viene en camino, no se preocupe”. Y escuchó un gemido. Como de un niño llorando.

Roberto escuchó pasos y se tiró sobre los asientos, luego escuchó la voz de la mujer. Le decía que los iba a llamar. Lo amenazaba, creía él. Le decía que no se preocupara, pero Roberto temblaba entre los asientos, tenía miedo, tenía ganas de llorar. Y lloró. Lloró como un niño con el arma en las manos. Como un niño armado. Lloró cuando la escuchó hablando con el policía. Lloró y se le escapó un gemido cuando ella le confirmó que estaban en camino. “La muy puta lo jodió todo. Pero todavía estás a tiempo, Roberto. Tenés tu seguro. Usalo. Usalo y huyamos de acá. Vamos a seguir con el trabajo y después volvemos a casa. Antes de que venga la policía. Usa tu seguro… Pero ella no tiene la culpa”, pensó Roberto, y siguió llorando, tratando de no pensar. Roberto miró el agujero del cañón y lo llevó hasta sus labios “No, Roberto, todavía tenés tiempo. Huyamos” Afuera se oían las sirenas y las olas del mar. Las sirenas y el mar. “Ya están acá”, dijo la mujer a fuera. Y Roberto sintió el beso frío del cañón en su boca. La cabina se impregnó de olor a pólvora y los sesos de Roberto decoraron el techo de la cabina. Rosa dijo que después del disparo oyó a un niño llorar.

Rosa miraba hacia la ruta, oía las sirenas pero también las veía a lo lejos. “Ya están acá”, dijo Rosa. Y en la cabina explotó una bomba. Rosa gritó y se tiró al suelo, convencida de que había sido una bomba. Pero a los pocos segundos se atrevió a mirar, y la cabina parecía intacta. “Fue un disparo. Se mató”, pensó. Dos policías bajaron del patrullero. Se dirigieron a la cabina y abrieron las puertas. El hombre yacía en un charco de sangre. Le faltaba una parte de la cabeza. Rosa gritó: “Hay un niño ahí a dentro”, convencida de lo que decía. Los policías buscaron y le pidieron que se calmara. Rosa lloraba, no lograba entender lo ocurrido. Los policías volvieron y le dijeron que en la cabina no había nadie más. “Vamos a abrir la puerta de atrás, señora. Le pedimos que nos espere acá” pero Rosa los siguió. Rosa vio cómo desenfundaban sus armas. Y vio que tenían miedo, al igual que ella. Uno de los hombres abrió las puertas de la caja. Y era una caja del infierno. Rosa se desmayó al ver los pequeños pies y manos sucias y desnudas de aquellos niños. Eran cientos de cuerpitos amontonados en aquella caja. Y ninguno lloraba. Ninguno tenía vida.

Rosa despertó en la cama del hospital de Caleta Olivia. Le dijeron que se había quedado dormida en la ruta y que sufrió un golpe en la cabeza. Su auto estaba estacionado en la puerta de su casa. Allí lo encontró Rosa, dos días después que le dieron el alta. Pero hay un llanto que por las noches no la dejan dormir. Y hay piecitos y manos que le golpean la frazada cuando ella llora debajo de ellas, escondida y aterrada.

08 de febrero – 16 de marzo de 2012

viernes, 9 de marzo de 2012

¿Y qué es lo que vale la pena?


¿Por qué memorizamos tantas cosas que no valen la pena? Una vez un amigo me preguntó por qué se dice “no vale la pena” Es algo que yo nunca me pregunté. No recuerdo qué le respondí en aquel momento. El último tango en París vale la pena. Tiene diálogos únicos, escenas inolvidables como cuando él le reclama a su mujer, la suicida, que es una perra, y la insulta y le reprocha todo para luego terminar llorando y confesando que la ama, que realmente la amó, y llora sin consuelo, y le quita el maquillaje y las flores que la rodean porque ella no se pintaba, todo eso era una creación de la madre, le dice, un fracaso que creó la madre, que ideó ella a su imagen y semejanza… porque a lo mejor los padres, con la mejor intención y sin darse cuenta, intentan criarnos (crearnos) y nos llevan al fracaso. ¿Cuántas personas estarán solas en este momento, en esta ciudad? ¿Cuántos fracasados? ¿Cuánto ebrios estarán disfrutando de su borrachera?... ¿Y ella?, ¿Qué estará haciendo ella? ¿Estará acompañada? Seguramente lo esté, pero eso ya no importa… ¿Y qué es lo que importa en este momento?... ¿Y qué es lo que vale la pena? “La vida sigue” dijo un amigo, pero no me dijo cómo se sigue… porque a veces no se sabe cómo seguir, para dónde agarrar cuando todo se ve nublado, a lo mejor por los ojos empañados… a lo mejor porque todos los caminos se cerraron y no conducen a nada… o conducen todos a un mismo lugar… ¿Cuántos cigarrillos fumé hoy?... Eso no importa, tampoco… El gato comió tres veces… ¿Todos los suicidas tienen un gato? No, los suicidas fracasados tienen un gato. Los suicidas exitosos tienen un perro... Ella no tenía gato, tenía un perrito chiquitito… Le había gustado el arroz con leche de mi mamá… Y siempre estaba sonriente… creo que es lo que más recuerdo de ella: su sonrisa… Y al igual que Marlon Brandon en la película, yo la insulté y me enojé porque no entendía el por qué, como no entiendo el por qué de todo esto… de la vida… Pero ahora la entiendo un poco más, a ella, la suicida, no a la vida… Al final no éramos tan diferentes como pensaba…  ¿todos sonríen para no mostrar lo que realmente les pasa?... Porque veo a los demás y los veo felices, como la veía a ella… hasta que lo hizo… ¿Qué fue lo último que pensaste?... ¿Por qué las canciones exageran respecto al amor? ¿Realmente se siente así cuando se ama? ¿O todos se pusieron de acuerdo y se impuso que para hablar de amor se debe exagerar?... ¿Se murió alguien de amor alguna vez?... Porque en realidad hay gente que se matan por amor, pero no es el amor el que los mata… porque el amor no mata, no tiene ese poder… ¿o sí?... ¿Y por qué todo está ligado al amor?... Pero es mentira, el tiempo no borra nada… los recuerdo siempre vuelven y siguen doliendo como antes… o más. ¿Cuántas cosas llegan y se van?... amigos, conocidos, ¿amores?... No, nunca amé y a lo mejor ese es el problema… no saber lo que realmente es el amor… Otro cigarrillo… no quiero fumar tanto pero la situación lo amerita, o me convenzo de eso… ¡qué más da!... ¿Cuánto de lo que siento es verdad?... A veces pienso que muchas de las cosas que me pasan me las invento aunque no sé con qué fin. Pero igual duelen… Un día hablando con un amigo le planteaba que mi mente no puede recordar más allá de mis cinco años, a lo mejor por lo sucedido en esa edad, a lo mejor porque desde ese momento estoy mal… me hicieron mal… Veo una foto en la que tengo no más de dos años y no me reconozco, yo no soy ese bebé y por más que mi madre me cuente de mis comportamiento a esa edad, mi mente no logra imaginarme así, porque siento que eso no lo viví… ¿uno vive lo que su mente recuerda?... La mayoría de mis recuerdos son momentos tristes en los que sufrí… ¿Por qué sólo tengo esos recuerdos?... La pobreza extrema, la discriminación, los rechazos, las palabras que ya desde chico dolían y dañaban… los gestos y miradas que me marcaron la vida…. Creo en el poder de las palabras… Todos me dañaron de alguna forma, y muchos sin la intención de hacerlo… La fragilidad… eso es lo que más lamento de mi personalidad… lo frágil que soy, aunque nadie lo sepa… Mis padres, mis hermanos, mis amigos… todos, en cierta forma me marcaron la vida pero también me dañaron y me siguen dañando… ¿y yo? ¿A cuántas personas dañé sin querer? ¿Cuántas personas han llorado a escondidas por mis palabras, por mis gestos?... El perdón no sirve… el perdón no cura porque el daño ya está hecho, porque ya está el recuerdo almacenado en la mente… eso lo sé…  ¿Los sueños son la excusa que nos inventamos para mantenernos vivos?... ¿Por qué pienso en todo esto?... ¿Por qué pienso así? ¿Por qué escribo esto si no vale la pena? ¿Y qué es lo que vale la pena? El arte. El arte vale la pena.

19 de abril de 2011

viernes, 2 de marzo de 2012

Lo que pensé camino a casa

La cita era a las once, pero llegué media hora antes para poder tomar algunas cervezas solo. El viaje en colectivo hasta el centro fue un infierno. El colectivero andaba mal cojido y se llevaba por delante todos los baches de Comodoro. Casi no hay calle sin pozos en esta ciudad. Me había retirado temprano de la universidad, resigné una cursada para tener tiempo para bañarme, afeitarme y cambiarme. Prendí un porro pero solo le di dos o tres pitadas para disfrutar el viaje hasta el centro. Y armé otro para la vuelta. Me puse un jeans, una camisa y zapatos negros. No quería mostrarme demasiado entusiasmado. Que fluya, me dije. Pero ya estaba nervioso. Y cuando estoy nervioso me da por mear. Siento que voy a mear como cuando tomo cerveza, voy al baño, la saco y solo largo unos chorritos insignificantes. Pero a los diez minutos ya tengo ganas de mear de nuevo. Llegué al restaurante donde había quedado en encontrarme con Silvia, que por fin me había aceptado una invitación después de tanto insistir. Estaba buena. Me calentaba. Morocha, con sus pechos medianos pero firmes, su cintura pequeña y su hermoso culo. Un paso y se le movía el cachete. Otro y volvía a rebotar. A veces, cuando pasaba delante mío parecía que lo movía más, a propósito, sabiendo que la miraba. Y se me ponía dura, siempre. El restaurante era una cagada pretenciosa, grande al pedo, con una decoración horrible. Cuadros con líneas rojas, círculos negros y unos dibujos de sombras. Pretendía ser pop pero resultaba ser una mierda. Y estaba por todas las paredes del lugar. Me senté en una mesa, alejada de los ventanales. Parecía una pecera gigante y no quería ver la gente en la calle. La moza no tardó en llegar. Un par de piernas largas y flacas salían debajo de un delantal negro con rayas rojas. Me preguntó si quería la carta. Le dije que más tarde, que esperaba a alguien. Y pedí una cerveza. Mientras esperaba, miré a mí alrededor. En la barra había un grupo de hombres bebiendo y riendo como si hubiesen escuchado el mejor chiste de sus vidas. Dos mesas a la derecha había una pareja que discutía. Ella le reprochaba algo. Él ni la miraba. “mirame cuando te hablo”, alcancé a oír, y me aburrió el tono con el que lo dijo. Una escena más en la noche. La moza trajo la cerveza y le pregunté dónde quedaba el baño. Al pedo, no meé casi nada. Me miré al espejo. Los ojos rojos. Me acomodé el pelo y la camisa y volví a salir. La primera cerveza la vacié enseguida. Pedí otra señalándole la botella a la moza. Me dejó la segunda en la mesa y se llevó la botella vacía. Miro la hora: menos cuarto. No conozco la música que suena pero mis dedos tamborilean contra la mesa igual. Prendo un cigarrillo. Le doy dos pitadas y se acerca la moza. “No se puede fumar acá”, me dice. Le digo que ya lo apago y le doy dos pitadas seguidas. Se queda esperando a que lo apague. Le pregunto el nombre: “¿Cómo te llamás?”, le digo, mientras apago el cigarrillo en el piso. “¿Va a querer otra cerveza o te traigo la carta ahora?”, me responde. Me sonrío. No me tutea y debemos tener la misma edad. Si es que ella no es mayor. Al final pido otra cerveza. ¿Para qué quiero saber el nombre? Antes de que vuelva con la cerveza me levanto y voy de nuevo al baño. Me acomodo en el tercer mingitorio, la saco y largo unos chorros. Llega uno de los flacos de la barra y se instala en el mingitorio continuo. Me corta el chorro. Siento que me mira. Me pongo nervioso. No lo miro. Guardo y me lavo las manos mientras me miro al espejo. Los ojos rojos. Veo que viene el flaco. Alto, morocho, pelo corto, de unos veinticinco años. Me mira disimulado. Me hago el desentendido y salgo. Cuando llego a la mesa me esperaba la cerveza, y dos mesas más allá, Silvia. La veo y me dan ganas de mear. Agarro la cerveza y me cambio de mesa. Se sorprende cuando me ve. Que dónde estaba, que si había llegado hace mucho, que cómo estaba. No la noto nerviosa. Yo estoy que me meo. Se acerca otra moza, pero no llama mi atención. Miro para atrás y descubro que la moza a la que le pregunté el nombre me mira desde el costado de la barra, y tres pasos más a atrás, el flaco del baño me mira y sonríe. Vuelvo a mirar a Silvia, que se quita la campera y descubría sus pechos escondidos detrás de una remera que ya le había visto puesta en la uni. Y yo de camisa, como un boludo. Ganas de mear. Pide un trago mientras estudia la carta para decidir qué va a comer. Apuro la cerveza y le hago señas a la otra moza. La primera. La que me interesa. Me trae otra, pero ni me mira. Al final Silvia se pidió un plato con un nombre extraño y yo pedí un bife con papas, pensando en la plata que tenía para gastar. Había invitado yo. Había insistido yo. Y yo iba a pagar. La conversación fue fluida hasta que Silvia se colgó contándome un sueño que tuvo la noche anterior. Tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para mostrarme interesado y para tratar de seguirle el hilo, tratar de saber cuándo asentir o sonreír, y de vez en cuando le tira una pregunta, “¿y vos que hiciste?”, “ah, claro”, “no, qué bueno”. Me salvó la moza que trajo la comida. Me disculpé y fui al baño. No miré para ningún lado. Directo al baño. Meé relajado y cuando me estaba lavando las manos, entra el flaco de la barra. Me mira y pasa para los mingitorios. Una pared nos separaba y desde ahí me dice: “Flaco, ¿no tenés un cigarrillo?” Tenía, pero los había dejado en el bolsillo de la campera. “Acá no, los dejé en mi campera” le dije, y salí. Comimos. Silvia llevó la conversación casi sin problema lo que duró la cena. Durante toda la noche descubrí que la moza me miraba desde la barra. Y el flaco también. Silvia me pregunta dónde está baño. Le indico y la veo ir. El jean le marca el culo como a mí me gusta que le marque. La miro y tengo una erección. Entra al baño y le hago seña a la moza. Se acerca directamente, sin traerme la cerveza. “¿Me llamabas?” ¿Qué onda? ¿Qué hago? “Sí. ¿Me traes otra cerveza?”, digo, mirándola. Disimulando mi erección y mis ganas de mear. Se va y vuelve con la otra cerveza. “Carla me llamo”, me dice y se va. Me meo, pero me aguanto. Se acerca el flaco. “¿Me convidás un cigarrillo?” ¿Qué onda? ¿Qué hago? “No se puede fumar acá”, digo, mirándolo. “Ya sé. Es para la salida” Le convido el cigarrillo. “Gracias. Luciano, un gusto”, dice, estirando la mano. Le estrecho la mano y la veo a Silvia que vuelve del baño. El flaco se va. Silvia mira la hora. Una menos cuarto. Le pregunto si va a querer postre. Me dice que no, que en un rato la pasaban a buscar para ir a un cumpleaños. A partir de ahí me aburre casi todo lo que me dice. Y me siento más ridículo que nunca con la camisa y los zapatos. Le llega un mensaje de texto. Me dice que la están esperando y me pregunta si quiero que me alcancen a algún lado. Le dije que no. Nos despedimos ahí después de que hizo un amague para pagar la mitad de la cuenta. No se lo permití. “La próxima pago yo”, dijo sonriente. Pero creo que ella ya sabía que no iba a haber una próxima. Nos saludamos con un beso en la mejilla y la vi irse. Me encantaba verla ir. Cuando no la perdí de vista miré a la barra. No estaba la moza. No estaba el flaco. Pedí la cuenta. Mejor ni les cuento. Antes de irme pasé al baño y meé largos chorros. Y salí a la calle ebrio. Llovía. Haciendo reparo con la campera prendí el de la vuelta. Y volví. Volví a casa, caminando bajo la lluvia de Comodoro. Mejor ni les cuento todo lo que pensé camino a casa.

27 de febrero – 02 de marzo de 2012

viernes, 24 de febrero de 2012

Hubo una vez




Hubo una vez una chica a la que amé
La saqué a bailar y le pisé los pies
Me dijo al oído “si me volvés a pisar te pego”
Y yo me reí, escondiendo mi rostro en su pelo

Hubo una vez una chica a la que amé
La invité al muelle y le toqué la piel
Me dijo al oído “si me volvés a tocar te pego”
Y yo me reí, escondiendo mi rostro entre sus dedos.

Hubo una vez una chica a la que amé
La invité a mi casa y la desnudé
Me dijo al oído “Hacelo de nuevo”
Y yo me reí, mostrando mi cuerpo

Hubo una vez una chica a la que amé
La invité a volar y a soñar
Me dijo al oído “No te quiero”
Y yo me reí creyendo que era un juego

Hubo una vez una chica a la que odié
La invité a bailar y salté sobre sus pies
Me dijo al oído “estás muerto”
Me pegó una trompada y quedé en el suelo
Y yo me reí creyendo que era un sueño

Hubo una vez una chica a la que amé
Nos volvimos a cruzar muchas veces
Pero siempre en silencio
Y yo aún me río de mis recuerdos



24 de febrero de 2012