viernes, 25 de marzo de 2011

La niñez (1ª parte): Jonás

Mi papá es el más lindo de todos, aunque me pinche con su barba cuando me da besos. Él sí que es bueno. Siempre me da moneditas cuando voy a la escuela. No me gusta cuando viene de trabajar porque huele a pescado y usa un térmico azul oscuro que lo hace más gordo, pero él no es gordo, es alto y flaco, de ojos celestes como los míos, el pelo corto y la barba pinchuda y linda. Por eso es el papá más lindo del mundo, Y además, cuando se baña huele a jabón y a champú y huele bien rico. Me dijo que cuando cobre me iba a comprar la bebota que vimos en el centro. La otra vez ya cobró mucha plata porque comimos asado y había helado y postrecitos y de todo en la heladera, pero no me compró la muñeca porque se le olvidó, y cuando le hice acordar, ya no había tanta plata, así que me dijo que para el próximo cobro me la iba a comprar y por eso es el más bueno de todos. Mi mamá también es buena, pero no tanto porque a veces me reta. Siempre se enoja por todo y dice que vive limpiando y después se va a trabajar a lo de los Sosa y sigue limpiando. Yo por eso no desordeno mucho mi pieza y hago solita mi cama pero igual me reta. En cambio a Sebastián ni lo retan ni nada, y él tiene toda su pieza sucia, deja todo tirado y no le dicen nada. Sólo porque es el más grande y el preferido. Y él ni siquiera va a la iglesia y yo sí y me porto bien y todo. Y él no y encima tiene esas revistas cochinas escondidas debajo de su colchón y yo ya le acusé a mi mamá y ella no le dijo nada. Y además no hace ni la tarea y está todo el día en la calle con sus amiguitos que son más tontos que no sé qué, y ni mi mamá ni mi papá lo retan. Yo en cambio siempre voy a la iglesia y hago mi tarea y mi seño me felicita y la gorda Micaela se enoja porque a ella nunca la felicitan ni le ponen caritas sonrientes en el cuaderno. Y esa gorda se burla de mí porque ando todo el día con mi muñeca de trapo que me hizo mi abuelita Clara, que está en el cielo con diosito. Pero no es verdad que Dios es el más bueno de todos como dijo el domingo el pastor. No es cierto porque mi abuelita se murió y mi mamá y mi papá y yo lloramos mucho y mucha gente lloraba en el velorio. En cambio mi hermano no lloró y se reía con sus amigos. Ese se hace el grande y es más agrandado y se hace el lindo y es más tonto y sus amigos son más tontos que él. Y seguro que otra vez repite de grado porque es más burro, solo piensa en chicas y en fumar con sus amigos porque se hacen los grandes, nomás. En cambio yo me porto bien y mi mamá me reta igual y por eso no es tan buena. Y después va a la iglesia y ora y llora y yo la escucho que le pide a Dios que nos cuide a todos y que mi papá vuelva a la iglesia y que tengamos más plata y más comida, y mejor casa y le pide de todo, porque somos pobres y por eso se burla la gorda Micaela de mí y me dice piojenta y yo vi que ella igual tiene piojos pero ella dice que no tiene, que su mamá le dijo que era caspa y las porteras que nos revisaron la cabeza con unas lapiceras, le creyeron, y a ella no le dieron el producto para los piojos y a mí sí, y todos en la escuela se enteraron de que tengo piojos y nadie sabe que la gorda Micaela también tiene y más que yo, porque mi mamá me pasa el peine de acero todas las noches antes de irme a dormir y ya no me quedan tantos piojos. Me duele cuando me pasa el peine pero no me importa porque los piojos te chupan la sangre de la cabeza y me puedo morir si no me los sacan y capaz que no voy al cielo con mi abuelita porque le robé dos pesos a mi mamá. Se lo saqué de la cartera porque no me quiso dar plata y a mí en la escuela me da hambre por más que me tome dos tazas de leche. La gorda Micaela siempre quiere la nata de la leche y eso la hace más gorda porque eso es toda la grasa de la vaca, me dijo mi mamá, y se va a morir de gorda y comida por los piojos porque miente y dice que es caspa y yo vi que le caminaba uno, entonces si la mamá no se los saca se va a morir porque no le va a quedar sangre en la cabeza, y se va a ir al infierno porque ella no va a la iglesia evangélica sino que va a la católica y le rezan a la virgen que es la mamá del niño Jesús, y a ella no hay que rezarle me dijo mi mamá, porque es pecado. Pero yo también pequé porque le robé dos pesos a mi mamá y me compré tutucas y caramelos y chicles y mi mamá no sabe nada que le robé. Pero este domingo en la escuelita dominical voy a pedir perdón y ya no voy a ir al infierno sino que voy a ir al cielo junto con mi abuelita si es que me comen los piojos. Pero no creo porque ya me quedan pocos, me dijo mi mamá. Así que mi papá me va a comprar la bebota que vimos en el centro y la gorda Micaela se va a querer juntar conmigo y hacerse mi amiga y yo no me voy a juntar con ella porque el otro día me hizo burla en el recreo y junto a sus amiguitas pasaban y me decían piojenta, pero yo no les hice caso y seguí jugando con mi muñeca que se llama Clarita, como mi abuelita y siempre la cuido y duermo con ella y todo, y cuando me compren la otra muñeca le voy a poner Zulemita, como mi otra abuela que no se murió pero que no es tan buena como mi abuelita Clara. Capaz que es mala porque se parece a mi mamá y tampoco va a la iglesia, y cuando me hace las trenzas me hace doler y yo le digo que me duele y ella me dice “chica mañosa” y yo no soy mañosa, en cambio la gorda Micaela sí que lo es porque yo la vi un día que le pedía no sé qué cosa a la mamá y la mamá la retó delante de todos y la gorda se tiró al piso a llorar y a gritar y me mamá decía: “qué vergüenza” y era verdad, porque daba vergüenza y yo me reía, porque ella es mala conmigo, la gorda esa. Pero yo no soy así porque voy a la escuelita dominical y la hermana Esther nos enseña la biblia y cantamos y tomamos la leche, y la hermana Esther es la más buena de la iglesia y todos los domingos nos enseña una alabanza nueva para que a la noche la cantemos con el coro y nos sale muy linda, pero después el pastor se pone a predicar y yo me aburro porque no termina más y no entiendo de qué habla y hay que estar callado todo el rato, solamente entendí cuando hablaba de Jonás que se lo comió una ballena gorda como Micaela y vivió ahí adentro de la ballena por tres días y tres noches hasta que la ballena lo vomitó y seguro que si la gorda Micaela vomita solo le va a salir nata y piojos de su panza porque los piojos se le van metiendo por un agujerito que todos tenemos en la cabeza cuando nacemos y se la van a ir comiendo por dentro y se va a morir y yo no voy a llorar ni un poquito porque ella es mala conmigo y siempre me pelea. En cambio Cristi, que se llama Cristina pero le decimos Cristi porque es la más chiquita de la escuela, es buena conmigo y a veces me junto con ella en el recreo porque nadie se quiere juntar con ella porque es boliviana y por eso la pelean, porque es boliviana nomas y mi mamá me enseñó que no tiene nada de malo ser boliviano, entonces yo me junto con ella pero me aburre porque no habla mucho y encima habla mal y yo la corrijo y se enoja y siempre quiere que le preste mi muñeca y a mí no me gusta prestársela y llevo otra muñeca un poquito más fea para prestarle pero ella quiere a Clarita y Clarita es solo mía porque me la hizo mi abuelita, entonces nos peleamos pero no siempre. Y ella va al comedor porque es más pobre que nosotros y yo la espero que salga y siempre le pregunto qué comió y comen cosas ricas en el comedor, le dan sopa y milanesas y tallarines y de todo y hasta postre le dan: gelatina, flan, frutas o arroz con leche. El arroz con leche que hace mi mamá es el más rico porque el que hace mi abuela Zulema es feo, le pone canela y limón y a mi no me gusta. Y siempre está fumando y me da besos y huele a cigarrillos. Y es re chusma mi abuela, casi como mi mamá pero mi abuela es más chusma todavía. Pero yo esto no lo puedo decir porque mi mamá y mi papá me retan si lo digo. Y el pastor una vez me retó en la iglesia porque yo estaba hablando con Lorena, otra hermana de la iglesia que también es buena conmigo, y el pastor nos retó. Y después mi mamá dice que los pastores son buenos y no es verdad porque yo la escuché a mi mamá hablando por teléfono y decía que ya estaba cansada de la iglesia y del pastor y es verdad porque la iglesia es linda cuando cantamos, oramos y levantan la ofrenda pero cuando el pastor pasa a predicar nos aburre a todos porque el otro día hasta el hermano Oscar se quedó dormido durante la predicación y por eso mi papá no va a la iglesia y prefiere quedarse en casa mirando fútbol que igual es aburrido pero a veces cambia de canal y listo, en cambio al pastor hay que escucharlo sí o sí. Y ya me tengo que dormir porque es tarde y capaz que mi papá cobra mañana y ahí andan todos contentos porque compra de todo y vamos los tres a El Fortín que es el almacén más grande y más barato de todos, y vamos a comprar y mi hermano se queda con los amigos jugando al fútbol o fumando por ahí, y yo sí voy a ir porque capaz que me compran la bebota así que me voy a portar ben y ya tengo sueño pero mejor porque así me levanto más temprano y ordeno todo así mi mamá no se enoja tanto y no me reta. Y cuando la abuela Zulema me de plata le voy a devolver los dos pesos a mi mamá así Dios me perdona y no voy al infierno porque ahí la voy a encontrar a la gorda Micaela toda reventada y me va a seguir peleando y diciendo piojenta, además mi mamá tampoco quiere que me junte con esa gorda porque dice que es mala pero yo sé que es porque mi papá, cuando era joven y más lindo todavía, era el novio de la mamá de la gorda Micaela, y su mamá si que es fea y no como mi mamá que es más linda pero no tanto como mi papá, pero la mamá de la gorda es fea fea y yo no creo que mi papá haya sido novio de esa vieja pero esto no lo puedo preguntar porque me retan y seguro me dicen que es cosa de los grandes y capaz que mi papá se enoja y no me compra nada la bebota y después mi mamá me va a pasar el peine de acero más fuerte todavía y me va a hacer doler. Así que mejor no pregunto nada, pero yo la escuché a mi mamá cuando hablaba con la abuela Zulema de la mamá de la gorda Micaela y la abuela que es más tonta que no sé qué, le dijo: “Tu hijastra, se juntaron las hermanitas” o algo así, como si la gorda esa fuera mi hermana. Es más tonta la abuela, a veces la odio pero eso también es pecado, dijo el pastor. Para él todo es pecado y él se roba la plata de la ofrenda, dijo mi mamá, y robar también es pecado porque así nos enseñó la hermana Esther en la escuelita dominical, así que la próxima vez que me rete yo le voy a decir ladrón de ofrendas, pero mejor no porque mi mamá seguro me pega y me va a acusar con mi papá y no me compran nada la bebota. Mejor me porto bien y me duermo enseguida así mañana mi mamá y mi papá están contentos. Y ya tengo sueño así que mejor me voy a dormir y dejar de pensar pavadas…

12 de octubre de 2010

viernes, 18 de marzo de 2011

Casa en guerra

Recibió cada gota del veneno en su pequeño cuerpo y la vio caer dentro del lavarropas viejo. Otra noche de desvelo y en plena guerra contra ellas, José Luis disfrutaba oyendo el zumbido dentro de ese aparato. Eran las tres y cuarto de la madrugada y la oía aletear en vano dentro de ese cilindro gigante para tan pequeño ser. El ruido era agonizante. La muerte le acariciaba el cuerpo, las alas, las seis patas… Luchaba por vivir aún cuando la muerte ya estaba encima de ella. José Luis no sintió remordimiento alguno. Ellas le habían declarado la guerra.

Toda esta lucha comenzó en pleno verano. Le invadieron la casa sin aviso. Nada de esto hubiese ocurrido si ellas se hubieran mantenido al margen. Pero no. Comenzaron a molestarlo en todo momento y a toda hora. Y lo encontraron desprevenido, sin un arma para luchar. Al principio solo eran un par pero un día se sintió rodeado por esos seres molestos. Decidió comenzar a defenderse.

Primero fueron unos manotazos ciegos acompañados de algunos insultos. Nada serio. Pero al tercer día de desvelo, José Luis comenzó a entrenarse seriamente. En todo momento ellas se burlaban de él. Se le acercaban mientras comía, leía o dormía. Y se le reían en el oído. Tomó un repasador sucio y comenzó a usarlo como su arma de defensa.

Los primeros golpes fueron en vano, ellas eran mucho más rápidas y huían ante el ataque. Pero volvían, burlonamente, a posarse en su brazo, su rodilla o a pasarle cerca del oído, que era lo que más odiaba él. En menos de una semana, José Luis ya había adquirido una habilidad sorprendente para el ataque, una capacidad asombrosa para matarlas. A veces, mientras leía el diario, ellas aparecían y él ya estaba preparado. Dejaba una mano quieta, en el aire, sin que sus ojos abandonaran lo que estaba leyendo, y cuando el enemigo pasaba cerca, con un movimiento rápido detenía el vuelo del insecto. La mosca luchaba entre su puño cerrado. La sentía luchar. A veces, agitaba la mano para marearlas un poco, pero siempre terminaban en un “crunch” y la muerte entre los dedos. De a poco la casa se fue llenando de pequeños cadáveres que luego barría sonrientemente.

Ya no tenía que encerrarse una hora en el baño para dar muerte a sólo un par de ellas. Y encima salir herido, como ocurrió una noche de desvelo y ebriedad, en la que dio lucha encerrado en ese espacio de tres por dos, a los manotazos, tirando cortina y golpeando sus pies desnudos contra inodoro y bidet. Pero eso era parte de su pasado.

Ahora era un hombre habilidoso para la lucha, e incluso lo disfrutaba. Seguía insultando como dando gritos de guerra, pero cuando una de ellas caía, festejaba su triunfo. Su lucha era cosa seria para él: se subía a las sillas y, como el gran simio de la película enfrentando a esos pequeños aviones, daba manotazos certeros o las bajaba con el repasador sucio, que ya lo sentía como una extensión de sus manos. Pero al otro día la guerra seguía en pie, porque ellas parecían revivir, ser inmortales e incluso, se multiplicaban. Pero a diferencia del relato de William Golding, este señor de las moscas estaba bien vivo y dispuesto a dar guerra.

Una noche, mientras cenaba solo como de costumbre, reanudó el ataque. Cuando iba por la mitad de su plato de ravioles con salsa y queso, y cuando ya había llenado por tercera vez su copa de vino; ellas comenzaron a reírsele en el oído y a degustar de su plato, cosa que lo enfureció como nunca. A una la atrapó en pleno vuelo, a otra, la liquidó de un pisotón y una tercera encontró su muerte a causa del repasador sucio. Pero esta última cayó dentro de su copa de vino. José Luis se sintió burlado, sintió que la muy maldita, había decidido seguir jodiéndole la vida aún estando muerta.

Se acercó a observarla. Pero no estaba muerta: se retorcía mientras flotaba dentro de ese líquido rojizo. Vio como movía las patitas. Sintió su miedo. Sintió que ella lo observaba, le suplicaba ayuda desde ese lugar indefenso en el que se encontraba. Parecía que todo ese líquido era sangre que había brotado de ese pequeño cuerpo. Lo que hizo a continuación no se lo perdonó nunca y aún no sabe porqué lo hizo. A veces piensa que fue porque realmente sentía que estaba en una guerra y eso sacó lo peor de él. A veces piensa que fue porque quería saborear la muerte. Lo cierto es que tomó la copa y bebió todo el contenido de un solo sorbo. La copa quedó vacía. La mosca, viva, fue a morir dentro de su cuerpo. La muerte sabía a un cabernet sauvignon. La muerte sabía muy bien.

Sonrió ante su acto… Pero a los pocos segundos se sintió sucio. Y lloró. Lloró por un largo rato. Ellas se le acercaban a susurrarle a los oídos y él sintió que le reclamaban la muerte de sus compañeras, pero sobre todo de ésta última. No intentó hacer nada. Se terminó el vino, aunque los últimos tragos le produjeron arcadas: le recordaban a ella. Sentía que ella volaba dentro de su boca, dentro de su cuerpo. Logró contener el vómito y se quedó dormido, sentado en la silla.

Soñó que él era el personaje de Golding, y que ellas lo iban comiendo de a poco. Cientos de ellas se hacían un banquete con su rostro, y él observaba todo y no podía hacer nada. Su nariz estaba tapada por cientos de larvas depositadas en sus fosas nasales. En un momento, una mosca salió de dentro de su ojo izquierdo, y él supo que era ella: la mosca que se tragó. Despertó cuando su cuerpo fue a parar al suelo y no pudo evitar soltar un grito. Se sintió aliviado al comprobar que sólo fue un sueño. Corrió al baño y esta vez sí vomitó: entre los restos de ravioles y del líquido rojo que salía de su boca, vio a la mosca. A lo mejor se lo imaginó, pero él asegura que la vio, e incluso movió una de las alas. Tiró la cadena antes de que remontara vuelo.

Esa tarde decidió terminar con todo de una vez. Se dirigió al almacén de al lado y compró un Raid. Volvió a la casa, se bañó y cambió. Decidió ir a la casa de algún amigo, a pasar unas horas mientras el veneno hacía efectos. Antes de salir, roció toda la casa con Raid: baño, pieza y cocina.

Cuando volvió, el piso estaba plagado de pequeños cadáveres que fue barriendo y juntando en una pala. Algunos fueron pisados sin querer y se despedían con el “crunch” que él ya conocía. La guerra había terminado. Aún quedaba un leve tufo de la bomba que arrojó, pero eso era lo de menos. Se sintió satisfecho: había ganado la guerra, había recuperado su casa, su hogar. “Ellas se lo buscaron”- pensó. Esa noche, mató a la última que fue a caer dentro del lavarropas y, después de varias semanas, pudo dormir tranquilo y no hubo sueño que lo atormentase. Ni mosca que se le riera en el oído.

7 y 17 de marzo de 2011

viernes, 11 de marzo de 2011

De...

De música. De cine. De literatura. De sexo. De drogas. De experiencias. De amor. De odio. De política. De trabajo. De sueños. De realidades. De clima. De ella. De él. De familia. De cielo. De infierno. De mentiras. De verdades. De secretos. De justicias. De injusticias... De todo eso hablamos ya... Pero nunca te hablé del lunar aquel que te descubrí una vez y que sólo yo lo sé...

9 de marzo de 2011

viernes, 4 de marzo de 2011

La rutina y demás cosas…

El humo del cigarrillo le raspó la garganta. Lo sintió picante y áspero, pero era la última calada. Miró el televisor y por enésima vez en el día vio la misma publicidad absurda y aburrida. Lo apagó. Al cigarrillo y a la TV. Prendió la radio. Sonaba una canción que escuchaba en su adolescencia y que ya había olvidado la letra. Se quedó escuchando y pensando en esa época. Ella no estaba en su vida por ese entonces, así como ya no lo estaba en el presente. Recordó a viejos amigos que dejó de ver por “cosas de la vida”. Prefirió no recordar más y apagó la radio antes de que la canción llegara a su fin (¿al fin de quién? ¿De él?) Intentó retomar el libro de Nietzsche que lo apasionaba, pero le costaba terminarlo. Todos los finales se le hacían melancólicos e imposibles. Lo aterraban los finales. Pero sin ella era aún mucho más difícil. Sin ella, la realidad lo golpeaba de lleno en la cara.

-“Qué difícil la soledad con tanta realidad alrededor”- pensó o dijo en voz alta, en esa casa solitaria. Se fue a dormir. Sólo en sus sueños lograba sobrellevar la soledad. Y quiso no volver a despertar jamás.

Al otro día despertó. La soledad lo despabiló con un golpe certero en el rostro. Ella aún no reaparecía en su vida… Decidió esperarla, como siempre lo hizo. Sabía que ella desaparecía por semanas o meses… pero cuando volvía le traía nuevas inspiraciones, nuevos viajes, risas y momentos inolvidables que compensaban todos los días que sobrellevó la soledad, con tanta realidad alrededor. Ella volvería porque él se encargaría de que así ocurriese.

Prendió un cigarrillo. Tenía el estómago vacío. El humo le produjo arcadas pero no vomitó. Hubiese preferido haberlo hecho, hubiese preferido vomitar hasta sus tripas sólo para sentirse vivo. Volvió a repetir cada movimiento del día anterior y eso era lo que más lo entristecía: la rutina.

Pero la rutina y la soledad se instalaban en su casa, en su vida, cada vez que ella lo dejaba. Aún se pregunta cómo no se pudo acostumbrar a ellas también.

4 de marzo de 2011