viernes, 24 de febrero de 2012

Hubo una vez




Hubo una vez una chica a la que amé
La saqué a bailar y le pisé los pies
Me dijo al oído “si me volvés a pisar te pego”
Y yo me reí, escondiendo mi rostro en su pelo

Hubo una vez una chica a la que amé
La invité al muelle y le toqué la piel
Me dijo al oído “si me volvés a tocar te pego”
Y yo me reí, escondiendo mi rostro entre sus dedos.

Hubo una vez una chica a la que amé
La invité a mi casa y la desnudé
Me dijo al oído “Hacelo de nuevo”
Y yo me reí, mostrando mi cuerpo

Hubo una vez una chica a la que amé
La invité a volar y a soñar
Me dijo al oído “No te quiero”
Y yo me reí creyendo que era un juego

Hubo una vez una chica a la que odié
La invité a bailar y salté sobre sus pies
Me dijo al oído “estás muerto”
Me pegó una trompada y quedé en el suelo
Y yo me reí creyendo que era un sueño

Hubo una vez una chica a la que amé
Nos volvimos a cruzar muchas veces
Pero siempre en silencio
Y yo aún me río de mis recuerdos



24 de febrero de 2012

viernes, 17 de febrero de 2012

La lágrima roja


Carlos Herrera murió. Lo encontraron tirado en la ducha de su casa. El cuerpo mostraba mordeduras en los brazos y las piernas, pero sobretodo en el glande y los testículos. Murió mientras se preparaba para bañarse. Su cuerpo sin vida fue retirado por el padre y uno de los hermanos que cubrieron sus partes púdicas. Nunca le contaron a la madre que a Carlos le faltaban los ojos.

La casa era antigua, de tejas descoloridas con signos de que alguna vez fueron verdes. Una escalera caracol conectaba los dos pisos. A Carlos lo encontraron en el baño de arriba. La cortina de baño había sido arrancada por el propio Carlos cuando trató de evitar la caída. Pero fue en vano. Cayó con todo el peso y la nuca dio contra la canilla haciendo que se desprendiera un azulejo que dejó descubierto un agujero en la pared. De ahí salieron las ratas.

La sangre comenzó a esparcirse por la ducha y no paró hasta llegar hasta al sumidero.  El olor de la sangre se mezcló con el del shampoo, y eso fue lo que olieron las ratas. Las primeras en bajar eran ratas medianas, de colas largas que omitían un pequeño ruido al rozar con la bañera seca. Se acercaron discretamente, con el oído atento. Carlos yacía boca arriba atravesado en la ducha. Los pies colgaban de la bañera. La sangre le chorreaba de la nuca y ya había manchado la espalda y se escurría por los brazos. La primera gota que saboreó una rata, la lamió del dedo pequeño de la mano izquierda. La sangre pintaba la uña pequeña cuando la rata pasó su lengua diminuta, dejándola repentinamente limpia. Después se sumaron otras ratas. Y ya no pudieron parar.

La casa había sido de la abuela. Quedó abandonada por muchos años cuando murieron los abuelos. Hacía casi veinte años que esas ratas anidaban ahí, en la casa. Casi veinte años que la casa les pertenecía. Hasta que Carlos Herreras decidió independizarse y pedirle la casa a los padres. Él se encargaría de la reparación de a poco. Pero no tuvo tiempo. Carlos a penas había hecho la mitad de la mudanza, solo había llevado su ropa, libros, cds, revistas y algunos cigarrillos de marihuana. Su cama, que nunca llegó a armar quedó de pie contra la puerta. Después de haber dejado la última caja de la mudanza en el tercer escalón de la escalera, Carlos se sentó en otro peldaño y le envió un mensaje de texto a su novia, Marcela. “Te tengo una sorpresa”, decía el mensaje. Fue la peor sorpresa que Marcela recibiría en su vida.

En el sótano de la casa las ratas comenzaron a agitarse al tercer paso que oyeron. El primero y el segundo paso las había paralizado. Era el fin. Algo gigante caminaba sobre ellas. Al tercer paso reaccionaron y algunas huyeron a esconderse entre los nidos que habían formado con los años en todas las paredes de la casa. Desde ahí, los pasos no retumbaban tanto, pero seguían inquietas, temerosas, inseguras. Nerviosas. Algunas comenzaron a morderse entre ellas. El gigante caminó durante horas por toda la casa. Hasta que se detuvo. Las ratas que estaban en las paredes del baño quedaron paralizadas cuando cayó el azulejo. Cuando entró la luz, varias soltaron un chillido. Como un pequeño grito de auxilio. Pero Carlos no lo oyó. Carlos ya no oyó nada más.

Nunca se determinó cómo fue que Carlos Herrera cayó en la bañera. No resbaló con agua porque la ducha estaba seca. Se había desnudado antes de abrir la canilla. Incluso entró a la bañera sin que el agua corriera. Pudo haber sido un calambre. O fue simplemente la muerte que debía ocurrir. Pasaron horas y horas hasta que lo encontraron los familiares.

Las ratas fueron lamiendo la sangre de la bañera, primero. La sangre les chorreaba por los bigotes y ellas volvían a lamer las pequeñas y deliciosas gotas que pretendían escapar. Y de a poco fueron apareciendo más y más ratas. Negras. Grises. Chicas. Grandes. Gordas y peludas. A algunas les faltaba parte del pelaje y tenían marcas de mordeduras. Otras tenían la mitad de la cola. La mayoría tenia rabia. El susto había sido grande como la rabia que las poseía en ese momento. Y el gigante había caído. Una rata gorda subió por los brazos de Carlos hasta llegar al cuello. Trepó por su cara y se escabulló por detrás de su nuca. La fuente del manjar. Comenzó a morder de a poco el pelo. Se les sumaron dos ratas más y la pequeña herida que había causado el golpe, se fue abriendo más y más. Mordiscón tras mordiscón. Como les hacen a los elefantes que les trepan el cuerpo hasta entrar por la oreja para comerles el cerebro por dentro. Una de las ratas encontró un ojo, un delicioso ojo derecho. El iris celeste de los ojos de Carlos fue lo que llamó la atención de la rata. Un diamante sabroso que parecía llamarla. Primero lo palpó con su pequeña pata peluda. Húmedo. Olfateó. Olfateó otra vez. Y mordió. Nada. Volvió a morder y una ínfima gota brotó del ojo. La rata lamió el ojo. Mordió con desesperación y el ojo se desinfló. Hasta produjo un leve fuuú. Pareció derretirse en su cuenca. La rata saboreó cada parte de aquel ojo. El otro ojo no se desinfló, reventó soltando un líquido blanco, con algo amarillo y un líquido transparente. Como la clara de un huevo a medio fritar. Algunas gotas cayeron y las ratas que aún lamían la sangre de la bañera, saborearon algo nuevo. Los testículos y el grande del pene también fueron mordidos. Le arrancaron parte del glande y los testículos mostraban varios cortes. Las ratas se peleaban por el cuerpo del gigante. No alcanzaba para todas.

“Carlos” gritaron desde abajo y las ratas huyeron por todos lados. Algunas bajaron las escaleras huyendo desorientadas. El padre de Carlos pegó un pequeño grito de sorpresa y espanto cuando una rata cruzó entre sus piernas. “Carlos, ¿estás en casa?”, preguntó el padre, sintiéndose estúpido de estar un poco asustado. Gabriel, el hermano menor de Carlos alcanzó al padre en la escalera. Subieron en silencio. Cuando corrieron la puerta del baño, Carlos los observaba desde la ducha. Pero no había ojos. No había nada. Parecía sonreír. El rostro de Carlos mostraba pequeñas huellas de sangre, y de las cuencas colgaban trocitos de nervios que no alcanzaron a ser devorados. Los familiares gritaron y se abrazaron, como dos niños aterrados. Cuando el padre se acercó al cuerpo, una rata salió huyendo de dentro de una de las cuencas del ojo y se perdió en el agujero de la pared. La cola se agitó antes de perderse, como despidiéndose del manjar gigante. Una lágrima cayó por la mejilla del muerto. Una lágrima roja.

El entierro fue a cajón cerrado. Muchos ojos lloraron la muerte de Carlos, pero ninguno lloró una lágrima de sangre como la última lágrima que su padre vio. La lágrima roja de su hijo sin vida y sin ojos. La casa fue destruida al poco tiempo, pero no se encontró ninguna rata.


23 de septiembre de 2011- 17 de febrero de 2012

viernes, 10 de febrero de 2012

¿Jugamos un ratito?


Ambiguo sexualmente. Sexual Ambiguamente. Da lo mismo, si vamos para el mismo lado. Si termina en mente. Y en mi mente te bailo un rock, como me salga, te bailo cumbia, pop e incluso un reggaetón, hasta quedar en bolas. Pero no me pidas una chacarera, porque no la sé bailar. Aunque si el tinto llega a la mente, la bailamos igual. Pero juguemos al Gallito ciego mejor, así te busco hasta poderte tocar. O te vendo los ojos y me dejo tocar. Donde quieras pero si es abajo, mejor. O juguemos a Verdad-Consecuencia así mis mentiras se vuelven verdad. Así tu verdad se vuelve mi mentira, en mi mente, aunque sea un rato. Y no pensemos en las consecuencias. Hoy no. Pero como prenda pedime un beso, que hasta los dientes te besaría. Pero tócame ahí abajo. O juguemos a la mancha, así te rozo una teta, así como al pasar, casi sin querer pero queriéndolo todo. No juguemos Rayuela, que me llevó años aprenderla y cuando al fin estaba ganando, perdí. Mejor al Elástico, así  te asoma la bombachita. Y cuando leas esto espero que te rías conmigo. Cuando leas esto espero te mojes o tengas una erección. Espero que vomites o te den arcadas. Las nenas con las nenas y te sale torta. Los nenes con los nenes y te sale puto. Pero no se asuste señora, disfrutan el sexo igual. Igual que usted. No se asuste, señor, miran culos igual que usted. Miran culos en la tv salen a la calle y quieren coger. Igual que usted. En el jardín de infantes también había juegos. La maestra te llamaba y tenías que decirle al oído, en secreto, sin que nadie lo sepa,  tenías que contar qué juego habías elegido. Cuando la maestra pidió que cada uno vaya al juego elegido, el salón se dividió: las nenas a la casita, con sus muñecas y cocina, sus ollas y sartenes, que hay una familia que mantener. Los nenes a construir edificios para destruirlos después, y carreteras para pasear sus autos y chocarlos después. Fui el único en el rincón de los libros. Sentado en una silla minúscula, hojeando cuentos de animales, sin comprender las palabras aún. Cuando pedí cambiar de juego, no me lo permitieron. “Vos ya elegiste tu juego” sentenció, como marcando mi destino. Pero esta noche me cago en el destino. ¿Te cagás conmigo? Aunque aún estén los libros. Aunque aún esté solo en un rincón. Esta noche, cagate conmigo, en el destino y en las consecuencias. Y como prenda te toca tocarme ahí abajo. Pero juguemos al fútbol, mejor. Así no se sospecha, que a la gente le molesta. Aunque si te apoyo un poquito, como al pasar, sin querer pero queriéndolo todo, o si te traspira la camiseta se me para y no quiero parar. Y cuando leas esto reíte de mí. Pero avísame y nos reímos juntos. Porque la maestra no me dejó volver a elegir. Y ahora ya no quiero elegir. Y es la mente la que me lleva a escribir. Y es lo único que sé hacer. Mal o bien, es lo único que sé hacer. En un rincón, solo. Y escribo en la calle, mientras ellas pasan. Y escribo en el colectivo, mientras ellos pasan. Y miran, extrañados, queriendo encasillar. Pero seguime el juego que te vas a divertir. Y si gano quiero tus pechos pero más tu cola pero más tu boca pero más tu cuerpo entero. Entre la parada y el colectivo salió esto. Y cuando lo leas quiero que vomites conmigo. Y juguemos a algo, pero esta vez cambiemos las reglas a mi antojo. Juguemos hasta la náusea. Juguemos hasta acabar, que un  orgasmo nunca viene mal. ¿No, señora? ¿No, señor? Juguemos a que te sacabas la bombachita rosa. Juguemos a que te sacabas el calzoncillito celeste. Juguemos, que el nene jugó con nenas. Juguemos, que el nene jugó con nenes. Ambiguo. Ambiguamente sexual. Sexualmente ambiguo. Pero ¿Jugamos un ratito?



9 y 10 de febrero de 2012

viernes, 3 de febrero de 2012

Cuando el reloj decida decirnos la verdad



PERSONAJES
Doña María
Jimena
Don Carlos Oyarzo

ACTO PRIMERO

 (La casa es chica, hay una mesa de madera con cuatro sillas también de madera, un mueble con algunos libros y una radio vieja, un sillón, un reloj de pare, de un lado y un cuadro con la foto de Don Carlos Oyarzo un poco más allá del reloj. El reloj marca las cinco y veinte de la tarde desde hace años. Jimena, una nena de diez u once años, con un vestidito celeste y dos trenzas a los costados, está sentada y sobre la mesa tiene revistas, recortes y una tijera. Entra Doña María, con una pollera larga, un suéter  y un chal sobre los hombros. Canosa y media encorvada camina paso a paso hasta sentarse en el sillón)

Doña María.-La casa está diferente, ¿te das cuenta?

Jimena.- (sin apartar los ojos de lo que recortaba y bajito, como para ella misma) Ya empezamos…

Doña María.- ¿¡Lo qué!? ¿Qué decís, Jimena?

Jimena.-Que la casa está igual, que yo  no moví nada…

Doña María.- Pero yo no me refiero a eso… ¿o vos te crees que yo soy tonta y no me doy cuenta que los muebles están igual desde hace años?... Yo me refiero a otra cosa, Jimena… (Mirándola) Pero qué vas a entender vos, mirá.

(Silencio. Sólo se oye el ruido que hace la tijera mientras corta el papel. Jimena hace ruido con la nariz, metiéndose los mocos para adentro)

Doña María.- ¡y vaya a sonarse la nariz, carajo! Todo el día con esas revistas y esa tijera, me supongo que al menos es para el colegio, me supongo yo. Mire la hora que es. Pusiste la pava?

Jimena.- ¿la pava, para qué?

Doña María.- ¿cómo para qué? No ves que van a ser las seis… A las seis se toma el té, ¿o no sabés vos acaso?

Jimena.- Ahora preparo el té, abuela.

(Jimena ordena las revistas y las deja sobre el mueble con libros. Después se va a preparar el té. Doña María se queda mirando el reloj. Suspira)

Doña María.- Yo también soy más tonta… ya estoy vieja, eso pasa... Qué va a saber la pobre criaturita de lo que yo le hablo. Pero está distinta. (Mira el reloj y después el cuadro) Está distinta (susurra al cuadro. De fondo se oye el ruido de tazas y cajones que se abren y se cierran. Jimena pregunta fuera de escena)

Jimena.- ¿Va a querer pan con manteca y mermelada o con manteca y dulce de leche?

Doña María.- ¡No me hables de allá que no te escucho, Jimena! Lo hacés para hacerme gritar.

Jimena.- (asomándose) ¿Qué va a querer para el té, abuela?

Doña María.- ¿Qué hay?

Jimena.- Manteca, mermelada y dulce de leche.

Daña María.- ¿Mermelada de qué?

Jimena.-De durazno o ciruela.

Doña María.- Ciruela, como le gustaba a tu abuelo (se miran y se sonríen)

(Jimena sale de escena. Doña María vuelve a mirar el reloj y la después la foto)

Doña María.- A veces, por las noches, te escucho cuando me hablás.

(Se levanta y se sienta en la mesa. Jimena trae las tazas y todo el resto. Toman el té en silencio. Desde la radio se oye la voz de Don Carlos Oyarzo. Una voz apaciguada y masculina)

Don Carlos.- Vieja, no le pongas tanta azúcar que te hace mal

Doña María.- Solo una cucharadita

Don Carlos.- pero si ya vas a comer mermelada

Doña María.- ¡Una sola, dije!

Jimena.- Y si yo no dije nada.

Doña María.- Usted cállese que estoy hablando con su abuelo.

Jimena.- Abuela, el abuelo murió hace años.

Doña María.- ¡cállese, le dije!

Don Carlos.- No le hables así, María. Es una niña, nomás. Y ya falta poco.

Doña María.- Bueno, entonces no hablemos más hasta ese día. No la dejan a una tomar el té tranquila.

(Jimena mira a su abuela pero no dice nada. Toman el té)


Telón


ACTO SEGUNDO

(La misma casa, solo que ahora se ve más oscura. El reloj sigue marcando las cinco y veinte. Jimena está sobre la mesa recortando las revistas. Doña María sentada junto a ella. Toma uno de los recortes)

Doña María.- Esta está linda. ¿Cómo se llama?

Jimena.- Es la misma que la de recién. Solo que acá está rubia.

Doña María.- ¿La gallega?

Jimena.- No, la australiana

Doña María.- Ah. No me gusta,  entonces.

(Se levanta y se sienta en el sillón. Jimena continúa recortando)

Jimena.- Se va a quedar dormida, abuela ¿Por qué no se va a acostar? Ya es tarde.

Doña María.- ¡Lo que faltaba! ¡Que una mocosa me mande a acostar!

Jimena.- Bueno, si no quiere no. Pero se va a quedar dormida, como siempre.

Doña María.- Usted siga recortando nomás, que si me duermo, me duermo y listo. Tanto lío por nada. Y prenda la radio así cada una está en lo suyo. Pero si me duermo y es tarde me despertás, eh.

(Jimena prende la radio y se vuelve a sentar. Suena una zamba que poco a poco va perdiendo volumen mientras va bajando la luz que ilumina a Jimena hasta quedar completamente a oscuras. A su vez una luz ilumina a Doña María que se va quedando dormida en el sillón. Se apaga la luz unos segundos y el escenario queda a oscuras. Cuando se vuelve a encender, se la ve a Doña María de pie, junto al sillón sin que se ilumine la mesa de atrás. Doña María observa al público, como buscando a alguien)

Doña María.- Se me fue… ¿Hace cuánto? (mira el reloj que acaba de ser iluminado) Ya ni sé del tiempo. 
Ese reloj nos mintió toda la vida. Ese reloj nunca dijo la verdad. (Se apaga la luz del reloj y ahora se ilumina el cuadro) Pero a veces lo escucho hablar. Me dijo que me viene a buscar. ¿Y yo con quién dejo a la criatura? Si apenas sabe preparar el té. Si lo único que sabe hacer es recortar fotos de actrices y soñar que ella es una gran actriz. No la puedo dejar ahora. Unos años más, le dije a Carlos, pero él me dice que no hay tiempo, que es ahora. Unos años más, por favor.

(Don Carlos, un anciano vestido de traje y corbata, se pone en pie entre el público a la vez que lo ilumina una luz. Camina hasta las primeras butacas)

Don Carlos.- María, tiene que ser ahora. Después va a ser peor. No podemos jugar con la vida así.

Doña María.- ¿Y la vida puede jugar con nosotros como quiere? Carlos, ahora no puedo. Jimena me necesita.

Don Carlos.- Yo también te necesito. Ya es tiempo, María.

Doña María.- ¿Cómo se puede estar tan seguro, Carlos, cuando sabemos que el reloj miente? El tiempo nos mintió a nosotros dos, Carlos. Y la vida te llevó a vos para que yo muera acá, a pesar de que camino. La vida me dejó acá por Jimena. Y por ella me tengo que quedar.

Don Carlos.- Esta bien, María. Por eso te amé y por eso te amo, porque siempre viviste por los demás. Primero por mí, después por nuestra hija y ahora nuestra nieta.

Doña María.- Te quiero a mi lado, Carlos. Quiero tocarte, sentir tus manos.

Don Carlos.- Cuando el reloj decida decirnos la verdad vamos a volver a tocarnos, mi amor. Pero aún falta.

(Se apaga la luz que ilumina a Don Carlos. Doña María mira al público y sonríe con una sonrisa picarona. Se apaga la luz del escenario. Cuando vuelve a encenderse, Doña María duerme recostada en el sillón como la última vez que se la vio en el mismo sitio. De a poco se va iluminando la parte de la mesa. Jimena apaga la radio y ordena y guarda sus recortes. Mira a la abuela y al comprobar que duerme, finge un desmayo sobreactuado. Se pone en pie, se acomoda el vestido y se acerca al sillón)

Jimena.- Abuela, se quedó dormida.

Doña María.- ¿Qué hora es, niña?

Jimena.- Las cinco y veinte. Pero ese reloj miente.

Doña María.- Bueno déjame dormir un poquito más

Jimena.- ¿cuánto más?

Doña María.- Hasta que el reloj decida decirnos la verdad.

(Se ríen las dos. Jimena se pone en pie y sale de escena. Doña María se acomoda en el sillón. Jimena vuelve con una manta. Tapa a su abuela, le da un beso y vuelve a salir. La luz se va yendo poco a poco hasta que solo queda iluminado el reloj. Comienzan a moverse las agujas de a poco a medida que se va cerrando el telón final)

21 de septiembre de 2011- 03 de febrero de 2012