viernes, 30 de diciembre de 2011

Frío


El viento se llevó el humo sin permiso alguno. Fernando sostenía el cigarrillo con la mano derecha, entre los dedos mayor e índice. El viento agitaba las hojas de los árboles y el pelo de Fernando. Comenzaba a oscurecer a pesar de que recién eran las seis de la tarde. Fernando miraba una y otra vez hacia la calle, esperando a que llegara Hugo. La plaza estaba vacía, como siempre.

La resaca aún le duraba. La sentía en todo el cuerpo pero era su cabeza la que más le reclamaba. Tres tequilas fueron demasiados, pero el error fue el cuarto que bebió casi obligado por Fernando. Siempre terminaba haciendo lo que Fernando quería. Le molestaba esa seguridad, esa manía de hablar de todo sin saber nada. Pero de cierta manera lo admiraba. Las seis de la tarde. Fernando lo estaría esperando y a fuera estaba frío. Que esperara un poco más.

Encendió otro cigarrillo que compartió con el viento que le fumó la mitad. Hugo no llegaba. Las seis y cuarto y Hugo no llegaba. ¿Se habrá quedado dormido? Era un vago. Dormía todo el día, vivía con la abuela y no trabajaba. Siempre andaba pidiendo plata prestada. A Fernando le debía casi quinientos pesos pero no se animaba a cobrárselo. Al pedo, si sabía que no tenía con qué pagarle. Levantó los hombros para tratar de tapar el cuello.

Salió de su casa y caminó a paso ligero. Ya se estaba arrepintiendo de haberle hecho esperar a su amigo. Pero bueno, le llevaba eso. Mierda, estaba frío. Todavía no era invierno, pero se le parecía. A lo lejos vio a Fernando que se movía como una fiera enjaulada. Que no jodiera. Hugo no quería que lo jodieran.

-Eh loco me cagué de frío.
-No jodas, Fernando.
-¿¡Cómo no jodas!? Me dijiste a las seis.
-Bueno, ya estoy acá. No jodas.
-Andá a la mierda, boludo. No jodas me decís. ¡Me cagué de frío te estoy diciendo!
-Te traje lo tuyo.
-Y sí.
-Son doscientos. Está bueno.
-Cada vez más chico, loco. Te vieron la cara.
-Son doscientos, igual.
-Si te los voy a pagar, boludo.
-Y sí.
-“Y sí”. Pelotudo.

El frío tensó los cuerpos. Los dientes se apretaron y marcaron las mandíbulas en los rostros. Los amigos se miraron, me midieron, se evaluaron. Fernando sacó un cigarrillo y le convidó otro a Hugo. Fumaron en silencio, agazapados detrás de un árbol. Las siete de la tarde. El cielo amenazaba con lluvia pero no se decidió hasta las siete y veinte.

-¿Qué hacías?
-Nada, me colgué tirado en mi cama.
-¿Estaba tu vieja?
-Sí. Estaba cocinando, creo.
-¿Trajiste algo?
-Sí, algo.

Frío. Las orejas coloradas. Las manos heladas, casi entumecidas. Costó prenderlo. Primero fumó Hugo. Una, dos, tres pitada. Después Fernando. Dos pitadas largas. Después fue vicio. Fue fumarlo para que no lo fumase el viento.

-¿Apareció tu viejo?
-Sí. Estaba en lo de Zabala.
-Siempre lo mismo, tu viejo.
-Siempre lo mismo.

Frío. Por todos lados. Hasta en el silencio. Hasta en las palabras.

-Ayer lo vi.
-¿A quién?
-A tu viejo.
-Ah.
-…
-¿Estaba en pedo?
-Sí.
-…
- Pero no tanto.

Frío. En todo el cuerpo. En toda la mente. En todos los sentidos.

-No me cuentes.
-¿Qué cosa?
-Cuando lo veas a mi viejo en la calle. No me lo cuentes.
-Está bien. Perdón.
-…
-Che, ¿tenés los doscientos pesos?
-Ya te dije que te los iba a dar.
-Sí, pero me tengo que ir.

Frío. Hasta dentro del pantalón, de la remera, del pulóver, de la campera. Las monedas congeladas. Los billetes aplastados.

-Más vale que esté bueno.
-Está bueno.
-Más vale.

Hugo guarda la plata. Fernando saca otro cigarrillo.

-Lo fumamos a medias porque me quedan pocos.
-Dale.

Hugo nunca tenía cigarrillos. Nunca le preocupó tenerlos. El viento apagó el encendedor un par de veces, pero finalmente el cigarrillo fue compartido. Y a las siete y veinte, la lluvia cayó a la tierra y fue la excusa apropiada para despedirse.

-Me voy, che. Hablamos mañana.
-Sí, yo igual me voy.
-…
-Hablamos mañana.
-Dale. Hoy está muy frío.

Y nadie dijo más nada. Ni el viento, ni la lluvia, ni el frío. Hugo agarró para la izquierda y Fernando dobló a la derecha.

A tres cuadras, Hugo se cruzó al padre de Fernando, ebrio y empapado por la lluvia. Se hizo el boludo para no saludarlo. Nunca se lo contó a su amigo porque lo olvidó. El frío lo superó.

29 y 30 de diciembre de 2011

viernes, 23 de diciembre de 2011

Mentiras de brujas


Hay cosas de las que me avergüenzo, de las que me arrepiento. Y trato de no recordar esos momentos, trato de ocultarlo. Trato de tapar la culpa, la vergüenza, como un gato tapa su mierda cuando terminó de cagar. Por asco. Como el chancho que come desvergonzadamente en su chiquero. Con orgullo. Ella parecía un chancho cuando fumaba faso. Producía un sonido desagradable tratando de retener el humo en la garganta. Y pretendía hablar. Siempre decía algo, cualquier cosa. A lo mejor para tapar ese sonido porcino. Pero era peor. Era más desagradable aún. Siempre quería hablar cuando fumábamos. Pero ya no fumamos más. Hace años que dejamos de fumar juntos. Ahora no la quiero volver a cruzar. Porque no trae gratos recuerdos. Y sin embargo hoy la recuerdo. Porque le hice mal. Porque nos hicimos mal. Porque nos hicieron mal. Como a un chancho que le dieron todas las porquerías que sobraban en el hogar y come sin culpa, y se revuelca en su mierda, así me siento cuando la recuerdo. Porque se entregaba, se dejaba hacer por unos minutos de piel. De cariño mal dado. Por unos segundos de orgasmos para sentirnos vivo, humanos. Hombre y mujer. Para sentirnos ser. Y cogíamos. Toda la noche cogíamos. La cama era húmeda, olorosa. Pero no nos importaba. Y ella me dejaba hacerle lo que quería, como quería. Y le hice lo que quise. En la cama, en la casa, en la vida. Y después me iba, me escapaba a la madrugada. Y ella me pedía que me quedase, aunque sea una noche. Pero nunca pude. Nunca me quedé a compartir un amanecer. Nunca permití que el sol nos encontrara durmiendo juntos. Nunca le dije que la quería. Porque no la quería. Era otra cosa, otro sentimiento. Estaba en mi apogeo y no me importaba nada. O creía estar en mi apogeo sin darme cuenta de mis errores. Sin querer ver lo que hacía. ¿Por qué lo hacía? Andaba de cama en cama tratando de encontrarme entre esos cuerpos. Y ella a veces me acompaña a las otras camas. Y no fue egoísmo. No sé qué fue. Pero no podía parar. Me decía a mí mismo que debía frenar con todo aquello. Pero era un círculo vicioso. Todas las noches una nueva historia. Con distintos protagonistas. Y no había respeto. No existía el respeto. Nos alejamos porque así tenía que suceder. Los dos lo supimos siempre. Y hubo despedida para que luego hubiera reencuentro. Y el reencuentro fue el fin. Ella había dicho que esperaba un hijo mío. Un hijo que perdió. Yo no le creí. Nunca le creí nada. Como cuando me decía que le gustaba leer pero solo hablaba de “Mi planta de naranja lima”. Y ni siquiera se tomó la molestia de aprenderse el nombre del autor. Y qué le iba a importar la literatura si ya tenía una hija por quién preocuparse. Y qué le iba a importar el cine si ni siquiera había luz en la casa, ni siquiera había para comer. Y a quién le importa el arte cuando a tu vida la manosearon por todas partes. A quién le puede importar el arte cuando tu padre te está tocando. Y luego el padrastro. Y luego el hermano. Y el padre de la hija. Y después yo. Uno más que usó su cuerpo. Yo. Otro más. ¿Por qué permitió que pasara todo eso? ¿Por qué permitió que me la cogiera así? ¿Cuántas veces permitió que la viera llorar? Una vez lloró hasta quedarse dormida, abrazada a mí. Como una niña. Pero me volví a escapar por la madrugada. Yo no podía conmigo, menos iba a poder con ella. Al otro día me dijo que me amaba. Decía estar enamorada. Pero tampoco era eso. Eso no era amor. Eso era su último manotazo de ahogado. Su último recurso para tratar de mantenerme a su lado. Después vino el embarazo que no creí. Los reproches. No podías ver que yo era otro hombre más que la había usado. Que había cruzado todos sus límites sin cuestionamiento. Sin culpa. La culpa vino después. Y el remordimiento se confundió con la vergüenza para terminar en el arrepentimiento. Y a veces pienso que fue ella la que me usó. Ella me cogió como quiso. Ella determinaba cuándo y dónde. Yo solo me encargaba del cómo. Los porqués poco importan ya. Si hasta de brujas y chamanes me habló. Me dijo que había pensado en volver cuando tuviera a la criatura. Me dijo que iba a volver para que supiera que ella no mentía. Que iba a volver pero no me iba a dejar ver a mi hijo. Le dije que no le creía. La última vez que nos vimos me dijo que había vuelto por mí. Que la bruja le había dicho que tenía que volver a conquistarme. Que yo era el hombre de su vida. Que dejara todo y volviera. Que me buscara y me conquistara. Y ella se mostraba segura de conseguirlo. La bruja le dijo que ese hijo tenía que nacer, y para eso me necesitaba a mí. No le creí. Se mostraba segura pero no le temí. Volvimos a coger, pero fue la última vez. Y nos alejamos. Después de un café y una mentira sostenida hasta el final, nos despedimos y nunca más nos vimos a ver. Y no la quiero ver. Y no quiero recordarla nunca más. Y todavía no sé por qué hice todo aquello. Todavía no sé porqué no la olvido. ¿Será que el gato no termina de tapar su mierda? ¿Será que el chancho aún se revuelca en su chiquero? Pero la bruja mintió. Yo no era el hombre de su vida. Y el hombre del que ella se enamoró murió hace años. Ya no existe. Y esto no es una disculpa. Esto no es un perdón. Esto es la mierda que intento expulsar de mi mente. Porque todos tienen algo para meter bajo tierra. Y solo espero que esté intentando ser feliz. Yo lo estoy intentando. Aunque aún haya mierda para tapar. Y aunque esto sea solo una mentira más de la bruja.

21 y 22 de diciembre de 2011

viernes, 16 de diciembre de 2011

Cero

Una palabra
Y terminan siendo dos
Dos que se quieren
Dos que se desean
Dos que se huyen

Una palabra más
Y terminan siendo tres
Dos que se quieren
Y uno que ama
Uno que sufre
Uno que espera

Una palabra más
Y siguen siendo tres
Atados unos a los otros
Tratando de liberarse
De no sentirse presos
Otra vez

Una palabra menos
Pero están los tres
Tres bocas deseosas de besos
Tres manos prohibidas de piel
Tres cuerpos tensos
Y uno a punto de ceder

Una palabra menos
Y ya están los tres
Y parecen uno
Y parecen cien
Y el placer
Siempre el placer

Una palabra
Y son dos
Una palabra más
Y son tres
Tres que se quieren
Tres que se aman
Tres que se alejan
Y vuelven a
Cero
Para ya nunca volver

12- 16 de diciembre de 2011

viernes, 9 de diciembre de 2011

Los domingos silenciosos


El domingo me encontró silencioso. No encendí ni el televisor ni la computadora. La casa era un desastre de colillas y tucas regadas por todas partes: en la mesa, en el escritorio, sobre el lavarropas, en el baño… Cenizas en los muebles. Cenizas de cigarrillos y fasos, pero también cenizas que el viento arrastró y se coló por toda la casa. No tanto como aquella vez que me desperté y escribí mi nombre sobre la mesa de madera que estaba junto al ventanal. Aquella vez oscureció a las tres de la tarde. Pero ¿cuánto había pasado desde aquella vez? ¿Más de veinte años? ¿Qué hice durante esos veinte años? ¿Qué hicimos? ¿Qué nos pasó? “Nada de eso importa”, me digo. Ahora no importa, pero sin embargo lo recuerdo todo. Y ese es el problema. Me cuesta tanto dejar el pasado en el pasado. A lo mejor son las tripas que no dejan de sonar en mi cabeza. Las tripas suenan, como cuando era pibe, como cuando nos íbamos a dormir con el estómago vacío. Una taza de té y a la cama. No había pan. No había nada con qué acompañarlo. Y en la cama, acostados, oías las tripas de tus hermanos, y las propias. Y nos reíamos en la oscuridad. Nos reíamos de la pobreza y el hambre. Porque cuesta conciliar el sueño cuando las tripas rugen. Pero el sueño termina venciendo y por las mañana es peor el dolor de panza. Las tripas siempre vuelven a rugir. Y vienen y llegan y se instalan en mi cabeza y comienzan a girar : las tripas, el té, las paredes humedecidas, el colchón podrido, las frazadas sucias, las risas, la oscuridad, el sueño, las tripas y el llanto, el lamento pelotudo, las heridas del alma, el recuerdo y la puta que lo parió. Y qué país de mierda donde a los pibes les ruge la panza y las tienen que callar con risas en la oscuridad. Ahí donde no se ve si uno también está llorando. De hambre. De impotencia. De niñez. Y mejor prender el televisor y poner música en la computadora a todo volumen para acallar la cabeza. Para espantar el domingo de una vez por todas. Porque los domingos silenciosos rugen las tripas en mi cabeza.


28 de noviembre – 9 de diciembre de 2011

viernes, 2 de diciembre de 2011

La apuñalada

El sueño había sido el más vívido que Bruno experimentó. Pero era el mismo sueño que lo perseguía hacía unos meses. Se despertó asustado, sudando, con la sábana pegada al cuerpo. Por un instante no recordó absolutamente nada del sueño, a pesar de que siempre era el mismo. Saltó de la cama y corrió al baño a vomitar. Un líquido amargo salió suspendido de su boca con pequeñas manchas rojas. Bruno miró un rato aquello que yacía en el inodoro y luego tiró de la cadena. Una vez más suspendería el chequeo médico que le había prometido a su madre. No tenía tiempo ni ganas. Puso música en la computadora y se metió a bañar. Unas horas después estaba dirigiéndose a la casa amarilla, cerca del puerto. Aunque él había salido de la casa creyendo que iba al trabajo, como todos los días. En el camino, Bruno se encontró con César, su amigo. Se saludaron cordialmente y arreglaron en encontrarse el fin de semana. César se enteraría de la muerte de su amigo tres días después de este encuentro. Fue la última persona que lo vio vivo.


(Noticia publicada por el semanario “El Orden”, de Puerto Deseado, Santa Cruz, el día 26 de febrero de 2011)
Encuentran muerto a un joven apuñalado en su casa
En la madrugada del día sábado, encontraron el cuerpo apuñalado y sin vida de Bruno Mauricio Espinoza, de 26 años. El joven fue hallado por su padre, quien se dirigió al departamento de su hijo “porque hacía tres días que no me podía comunicar con él”, declaró el señor Espinoza.
(…)
 El cuerpo fue retirado del domicilio de la víctima, ubicado en la calle Colón al 900.Los vecinos aseguran que el joven no era de recibir visitas en su hogar. No se registraron signos de violencia dentro del domicilio y  aún no hay sospechosos del asesinato.



(Del diario íntimo de Bruno Ramiro Espinoza del 19 de enero de 2011)

…El cielo era rojizo con una mezcla entre violeta y anaranjado. Parecía un cuadro pintado al óleo. Un cuadro gigante que cubría la inmensidad del cielo, pero que de a poco se iba oscureciendo hasta quedar completamente negro, como los ojos de ella. Pero hasta entonces yo no sabía nada, no la conocía. No tenía miedo. Helena, apareció de repente y me dijo al oído todo lo que debía hacer. No le pregunté nada. Solo obedecí. Debía llegar a la casa de chapa amarilla, y buscar un sobre que estaba adentro, en algún lugar y así, de alguna forma  lograría evitar la desgracia…

Bruno se despidió de Cesar y siguió su camino. Dobló por la derecha y vio a lo lejos el Muelle Ramón. Sin saber porqué aceleró el paso hasta llegar al borde del muelle. Se quedó observando el mar calmo. El cielo comenzó a oscurecerse temprano, pero esto no le extrañó en absoluto a Bruno. En sus sueños todo ocurría entre sombras. Bruno creía que estaba en un sueño más. Por eso comenzó a hacer  lo que Helena Muñoz le había indicado.

(Fragmento del diario íntimo de Bruno Ramiro Espinoza del 26 de enero de 2011)

…La calle estaba poco ilumina. Caminé un par de cuadras y de pronto me di cuenta que a un costado del camino había un cementerio de cosas viejas. Vi botellas de todos los tamaños y colores. Cuchillos con marcos tallados. Algunos parecían en buen estado pero no me atreví a tocar nada de aquello. Todo comenzó a resultarme sospechoso. Como si me diera cuenta que estaba en un sueño, pero no lo podía terminar de asimilar. Había un baúl viejo y desvencijado con ropa sucia que desbordaba por los costados: sacos viejos, camisas ajadas, zapatos doblados, y el vestido. El vestido de graduación de Helena Muñoz. Todo estaba bajo una gran tela de araña que parecía de cotillón, pero era real. Y yo no quería conocer a la creadora de semejante obra…

El viento y la lluvia patagónica habían dañado la pintura, pero a lo lejos se notaba el amarillo de las chapas.Era la única casa de esa manzana. El resto estaba cubierto por matas y yuyos donde las ratas construyeron sus nidos. La casa estaba al frente del colegio en el que Bruno había estudiado y se había egresado. Oía la música que se filtraba por las puertas y ventanas del colegio y llegaba hasta donde se encontraba él: frente a la puerta de la casilla amarilla. Y entró…

(Fragmento del diario íntimo de Bruno Ramiro Espinoza del 3 de febrero de 2011)

…El sobre estaba en el tercer cajón del mueble que estaba cerca de la puerta. La casa tenía pisos de madera y crujía cuando caminaba. Había un cuadro de una mujer que miraba de frente, directo a los ojos. Tuve miedo de aquel rostro. De aquellos ojos. El sobre parecía contener un libro o un cuaderno, pero algo me decía que era el diario íntimo de Helena. Ahí salía el porqué del suicidio de los trillizos.

Bruno salió de la casa amarilla cerca de las diez de la noche. Nadie lo había visto. La calle estaba desierta. En el cielo no se veía ninguna estrella. El viento de mar se hizo sentir y Bruno sabía que debía apresurarse en entregar el sobre antes de que ocurriera aquello…

(Fragmento del diario íntimo de Bruno Ramiro Espinoza del 26 de febrero de 2011)

…Cuando llegué a la calle que da al muelle, noté que el camino comenzaba a iluminarse. Me alejaba de aquel cementerio de objetos. Y de pronto vi en el asfalto la sombra de tres siluetas iguales. Parecíanlas sombras de una sola silueta, pero yo sabía que eran ellos tres. No tuve miedo. No tuve miedo porque tenía el sobre conmigo, el sobre que Helena me mandó a buscar mediante sueños. Y estaba pensando en esto cuando noto que una de las sombras acelera sus pasos y da un salto y los veo. Tenían los rostros morados, los ojos inyectados en sangre y las sogas aún colgaban de sus cuellos. Estiré mi mano para entregar el sobre. Helena lo quiso recibir pero sus manos muertas, fantasmales no lo pudieron sostener. Y el sobre cayó y dejó al descubierto su contenido: fotos de mi egreso. La foto con mis padres sonriendo. La foto con el grupo general. La foto con Cesar. Todas metidas dentro del sobre.  En todas las fotos aparecía ella, aunque en ninguna le pude ver el rostro. Pero ella estaba ahí, en mi egreso, con un vestido plateado…Entonces sentí el frío del filo del cuchillo en mi panza y caí… 

Bruno volvió a su casa como cada día después de trabajar. Cenó en silencio y se dirigió a su habitación. En la cama sintió una puntada en la panza, pero enseguida concilió el sueño. A las seis de la madrugada corrió al baño y comenzó a escupir sangre. El inodoro quedó teñido de rojo. El padre lo encontró tres días después de aquella noche, en que Helena Muñoz y sus hermanos lo apuñalaron en el sueño por última vez.


(Noticia publicada por el semanario“El Orden”, de Puerto Deseado, Santa Cruz, el día 26 de febrero de 1985, y hallada dentro del diario íntimo de Bruno Ramiro Espinoza)
Suicidios en el Muelle Ramón
El domingo pasado, cerca de las siete de la mañana fueron hallados los cuerpos de los trillizos Muñoz, quienes colgaban de unas sogas  de las vigas del Muelle Ramón. Los cuerpos fueron retirados por la policía con ayuda del equipo de rescate de Prefectura Naval Argentina.
(…)
Los hechos se dieron después de la fiesta de egreso que se celebraba en el Colegio Polimodal Nº 24. Los hermanos Muñoz se retiraron de la fiesta cerca de la medianoche, según la directora del establecimiento.
(…)
No es la primera vez que  la familia Muñoz sufre una tragedia como esta. El mes pasado se encontraron los cuerpos mutilados de los abuelos de los Trillizos, quienes vivían en la casa amarilla, a pocos pasos del Muelle Ramón.
(…)
Los vecinos de la localidad temen que los hechos estén relacionados con alguna secta o con la brujería…






Febrero 2011- 2 de diciembre de 2011