viernes, 26 de noviembre de 2010

Mamushka

Carlitos comenzó a hacer imitaciones a los seis años. Un día la mamá lo descubrió frente al televisor imitando a Luisa Delfino en “Te escucho” por ATC. Usaba el control remoto como micrófono e impostaba la voz, tratando de igualar el tono y los gestos de Luisa. Escondida detrás de la puerta de la cocina, la madre lo espió un rato y, al principio se sonreía por la ocurrencia del hijo y se recordó así misma imitando a las actrices del cine. Pero luego, cuando Carlitos logró la voz y los gestos de la locutora en la tv, la madre se tuvo que tapar la boca para no soltar la carcajada que se le acumulaba en la garganta. Carlitos nunca supo de este suceso.

En los siguientes días Carlitos ensayó su imitación de Luisa, en su pieza cuando estaba solo, o en el baño, cuando se bañaba, hasta lograr la perfección de la frase: “Soy Luisa Delfino, te escucho” Ese día, después del último ensayo frente al espejo, Carlitos se preparó para ir a su primer día de clases de su vida. Había esperado ese día con muchas ansias, aunque no sabía bien porqué (como en toda su vida no sabría bien el porqué de tantas cosas) No le tocó con ninguno de sus compañeritos del jardín de infantes y se encontró con 19 caras desconocidas para él. Esperaba encontrarse a alguna de sus señoritas de jardín: Rosita, Margarita o Violeta, pero no, a todas las maestras les veía cara de brujas y sus seños que no aparecían por ningún lado.

Al final le tocó con la señorita Yenni, que igual era linda y parecía la más buena de todas las que vio. Lástima que no olía tan rico como la seño Margarita. El primer día la maestra ordenó como actividad, pasar al frente y presentarse. Los niños, tímidos, pasaban y decían sus nombres completos y se quedaban en silencio hasta que la señorita Yenni le preguntaba la edad, qué juegos les gustaban más, si tenía mascotas o no, con quiénes vivían… entre otras cosas. A Carlitos le parecieron todos tontos sus compañerito, menos Paolita, la nena de trenzas a los costados y de anteojos grandes. Pero todos los demás eran tontos y uno hasta quiso llorar de lo tonto que era, nomás.

Cuando le tocó pasar a Carlitos, él ya se había preparado para no quedar como un tonto más. Pasó al frente con pasos firmes, bien seguro, el guardapolvo dos talles más grande hacía que pareciera mucho más chico de lo que ya era, los pelos revueltos y los cachetes colorados, porque a pesar de todo estaba nervioso, pero trataba de disimularlo, aunque no le salía muy bien que digamos. Se paró derecho y dijo:

-Me llamo Carlitos Gonzalo Morales. Tengo seis años. Tengo un perro que se llama Terri. Vivo con mi mamá y mi papá. Me gusta jugar a la mancha y a las escondidas, pero más me gusta mirar la tele. Y cuando sea grande quiero ser imitador.

- ¿Imitador? ¿Y que te gusta imitar?- preguntó la seño Yenni, entre curiosidad y ternura, mezclado con una carcajada contenida.

- A los personajes de la televisión.

-¿Y sabés imitar a muchos?

- Sí, a un montón. Pero recién empecé por uno y después me voy a saber más.

-¿Y a quién sabés imitar? ¿A ver…?

Y ahí nomás Carlitos entró en trance, su cara se transformó en otra y su voz ya no era suya. Y dijo:

- Hola, soy Luisa Delfino. Te escucho.

Al principio hubo silencio. Después, al unísono, estallaron las carcajadas, incluyendo a la seño Yenni, que ya no era tan linda como pensaba, y a Paolita, que lo señalaba con un dedo acusador mientras se reía y se le desfiguraba la carita, con esos anteojos de vieja y al final era fea nomás, y hasta un poco tonta. Se fue a sentar, avergonzado y cabizbajo. No salió a ninguno de los dos recreos.

La seño habló con la mamá y le aconsejó que Carlitos no debería mirar tele hasta tan tarde, porque el programa de Luisa Delfino lo dan tarde, ¿no?, y menos ese programa que es más bien para grandes, por los temas que tratan, el amor, las parejas… ¿no le parece? Que sí, que no se preocupara, que ella lo iba a vigilar para que no siga viendo ese programa y que estaba de acuerdo, que era para grandes. Carlitos, a un costado escuchaba toda la conversación, mientras miraba al piso y movía un pie en punta.

Cuando llegó a su casa, la mamá le preparó la leche con galletitas y él se sentó en el sillón y prendió el televisor. Mientras tomaba la leche y no apartaba los ojos de la pantalla, la mamá le preguntó qué había pasado en la escuela y por qué la seño le dijo eso de Luisa Delfino. Y Carlitos le contó todo: que la seño era mala y sus compañeritos también y que ni siquiera sabían hablar solos porque la seño los tuvo que ayudar hasta para hablar y eso se aprende desde jardín, ya. Y por eso y por mucho más, sus compañeritos eran todos tontos. Cuando terminó la madre le dijo:

- ¿Y vos por qué crees que se reían?

- Y porque son tontos, nomás ¿no te dije?, ¿por qué más va a ser? Si a mí me sale muy bien hacer de Luisa Delfino y todos los otros que voy a ir aprendiendo a hacer. ¿Querés que te muestre como hace Luisa Delfino?- preguntó entusiasmado, Carlitos.

- Bueno. Dale- dijo la madre, más por compromiso que otra cosa.

Y Carlitos hizo como Luisa Delfino, y le salió muy bien. La mamá se rió y lo aplaudió. Y él se rió con ella y aplaudió también. La mamá lo dejó seguir mirando a Luisa todas las noches, y todos los programas que él quisiera, porque sabía que de todas formas, Carlitos iba a seguir imitando.

En la escuela, sus compañerito lo molestaban y le pedían que hiciera de Luisa Delfino, pero no, porque solamente lo piden para burlarse. Y que me importa que no sepan quién es Luisa y que sea un programa para viejas enamoradas. Y se iba, levantando los hombros, como lo hizo casi toda la primaría. Pero Carlitos creció y algunas cosas fueron cambiando.

Para cuando iba a séptimo grado, Carlitos ya imitaba a cientos de artistas de la televisión. A veces hablaba como Morgado en “Cablín”, como Reina Rech, en “Reina en colores”, imitaba a Francella en “Brigada cola”, a Arturo Puig o María Leal en “Grande pá”, a Susana Giménez, a Fabián Gianolla en “La familia Benbenuto”, a Tinelli conduciendo “Ritmo de la noche”, a Grondona en “Hora Clave”… Todo personaje que aparecía en televisión, el lo estudiaba, observaba cada movimiento, cada gesto, cada latiguillo y los iba almacenando en su cabeza, para luego recordarlos frente al espejo. Y uno a uno le iba saliendo desde dentro para transparentarse en su piel y en todo su cuerpo.

Al final, en la escuela terminaron aceptándolo y en los recreos se acercaban a escuchar sus imitaciones con respeto: se reían con él y no de él. A Paolita se le habían caído las trenzas y se le fueron a posar en el pecho, formando dos montañitas que comenzaban a intrigar a Carlitos, (que de “Carlitos” ya le quedaba muy poco) Paolita siempre le pedía que haga de Gustavo Bermúdez o de Gastón Pauls en “Montaña Rusa” y él siempre la complacía.

Estuvieron de novios por tres meses, en los que Carlitos tuvo que turnarse entre Bermúdez y Pauls. Sobre todo, cuando terminaba de besarla, tenía que decirle una frase con la voz de alguno de los dos actores preferidos de Paolita, que terminaba de lo más feliz al creerse que besaba a sus ídolos. Carlitos se había dado cuenta hace rato de que así era la cosa, pero no le importó, le gustaba dejar feliz a su novia. Porque él también terminaba muy feliz. El problema fue cuando Paolita creyó que lo estaba haciendo con Gastón Pauls, y en pleno acto de su primera vez, le dijo: “Seguí Gastón, seguí” Cosa que enfadó a Carlitos y no pudo seguir. Se vistió y se fue. Al otro día cortó con Paolita, que al final no era gran cosa y hasta seguía siendo tonta porque se creía que besaba a Gastón Pauls o a Gustavo Bermúdez, en vez de a él, que eso ni lo hace una nena de jardín y esta, que es más grandota que no sé qué, se lo cree, la tonta. No sería la única “Paolita” que se le cruzaría en su vida amorosa: al final, todas siempre le pedían que imitara a algún actor, o en su defecto, cantantes (sentía rechazo por imitar cantantes, aunque nunca supo bien porqué). Y así fue su vida amorosa y sexual, entre actores que salían entre medio de besos húmedos y sábanas transpiradas.

Cuando dejó la escuela, (no terminó nunca, le restaba horas para sus ensayos y para ver televisión), se puso a trabajar de albañil, aunque a veces se ganaba unos pesos en algunos bares donde los llamaban cuando les fallaba alguna banda o algún otro número. Jamás fue el artista principal de alguno de estos locales. Y también lo sabía hace rato, pero al fin y al cabo, le pagaban por hacer lo que más le gustaba: imitar. “Es que la gente no sabe que esto también es un arte”- pensaba Carlitos, para consolarse y seguir con el show. La gente lo aplaudía y algunos hasta lo imaginaban en la tele, con su programa propio. Como Gasalla o como Caseros. O él deseaba que ellos lo imaginaran así.

A pesar de que siempre estaba sonriendo y en todas sus charlas, con amigos, con sus novias, con sus padres, con todos, terminaba imitando a alguien, a veces para remediar un comentario desafortunado y a veces, por lo general, porque sí nomás, Carlitos no era feliz. No sabía quién era él, porque siempre se sentía otro, actor, conductor, periodista… cualquiera, menos él. Y no consiguió compañera que lograra descubrir quién era él realmente.

Cuando el padre murió, Carlitos lo despidió hablando como Porcel en una de las tantas películas que le gustaban a su padre. Cuando murió la Madre, la despidió diciéndole: “Soy Luisa Delfino, te escucho” y recordó el día en que la madre le dijo que imitar no estaba mal si era para hacer reír a los demás. Y se quedó con la primera sonrisa de su madre ante su imitación de Luisa Delfino.

Pensaba que las cosas se le habían ido de las manos, y pensaba que fue porque siempre soñó con que iba a llegar lejos con las imitaciones, ¿Quién no querría a una persona que, como una mamushka iba descubriendo a cientos de personajes de la televisión? Y apostó toda su vida a ese sueño. Pero en el pueblo no había lugar para ese tipo de espectáculo. Un año se había ido a probar suerte a la ciudad, pero en menos de un mes volvió porque no se acostumbró al ritmo de la ciudad, aunque también fue porque no lo llamaban muy seguido y, cuando lo hacían, siempre, como en el pueblo, era para suplantar algún otro número.

Carlitos murió en el pueblo, a los 28 años, por cosas de la vida, nomás. Nunca se casó ni tuvo hijos. Lo último que dijo, se lo dijo a una enfermera que pasaba por ahí. Dijo: “Que me entierren junto a mi madre así le digo al oído: “hola, soy Luisa Delfino, te escucho” y junto a mi padre, así imito a quién quiera él. Soy Carlitos Gonzalo Morales. Soy como una mamushka: dentro de mí habitan todos los artistas, todos los personajes de la televisión. Entiérrenme como a un artista más” y se fue siendo tan él que se confundía con tantos otros.

A su entierro fue muy pocas personas. Nunca tuvo amigos fieles. Paolita fue con el nuevo novio, pero igual lo lloró a Carlitos, aunque también lloraba por Gustavo Bermúdez y por Gastón Pauls. Sus tres amores de adolescencia.

25 de noviembre de 2010

viernes, 19 de noviembre de 2010

Pensamientos

Estaba como quería estar: sentado, escuchando música y volando en su imaginación, en la que centraba sus cinco sentidos para que sus pensamientos se le hicieran palpables. Al principio creía que no pensaba en nada específico, pero se encontró con que pensaba en pensar, en preguntarse qué pasa cuando uno está pendiente de sí mismo (no egocéntricamente, sino evaluándose, observándose) todo el tiempo, ¿se creería realmente lo que se es o dudaría, por más que supiera que así era naturalmente, que ya su cuerpo y sus gestos y palabras salían de él, tan natural, tan acostumbrados… eran más bien reflejos, ni siquiera deteniéndose a pensar en lo que se dice y se hace, porque el otro espera e incluso intuye respuestas completas antes ciertas preguntas, y sabe cómo se va a reaccionar, e inevitablemente el otro desea que así ocurra? ¿Dudaría o lo creería?

Y fue ahí que se perdió en otro pensamiento: ya no en pensar en pensar, sino en creer o no creerse a sí mismo dentro de su pensamiento. Y se ponía a prueba ahí dentro, se inventaba escenas completas con diálogos comunes, primero, para después írsela complicando más y más en temas profundos, como el arte, la política, el aborto, la sexualidad, la iglesia, las religiones… Horas completa se puso a prueba dentro de su cabeza, se encerró ahí y se observó.

Y en momentos se creía, sobretodo en los diálogos profundos sobre temas específicos, donde sabía que se detenía a pensar respuestas (en su pensamiento pensaba que pensaba respuestas), y se sorprendía de lo decía en sus pensamientos, y se preguntaba si así era realmente, si así se comportaba en la vida real, fuera de su mundo privado, en el mundo público. Pero en las charlas más cotidianas, más superficiales, se veía como un personaje que actuaba, que tenía ciertos tics, ciertos latiguillos en donde apoyaba sus ideas vanas.

Pero en otros momentos de las largas horas que estuvo ensimismado en sus pensamientos, las cosas se revertían: creía que las charlas cotidianas lo mostraban tal cual él creía ser, porque en esas charlas se entregaba completo, desnudo hasta de pensamiento, y sus reacciones eran naturales, espontáneas y bellas. En cambio en las más profundas se vio poco creíble en las respuestas, incluso hasta las halló rebuscadas con el fin de demostrar saber, y no le gustaba para nada verse así.

Y así, la tarde se volvió noche para dar la bienvenida a una mañana fría y el seguía sentado con la música que sonaba de fondo porque sus sentidos estaban sobre sus pensamientos. Pero ya no quería estar así.

No supo cómo seguir…. Y enloqueció.

8 de noviembre de 2010

viernes, 12 de noviembre de 2010

El de las moneditas

-No tiene una monedita, abuelita.

Las señoronas del pueblo sabían que cuando él las llamaba abuelitas era porque ya peinaban canas. Más de una se ofendió, porque allá también las tenemos en coquetas. A otras, les decía tía y a las más chicas, directamente les decía nena. Pero a todas siempre les pidió lo mismo: moneditas. Con el género masculino nunca fue muy amable, vaya uno a saber porqué.

A Fidel lo vemos todas las tardes, en las esquinas de las calles 12 de Octubre y Don Bosco, de Puerto Deseado, una ciudad en la que se vive como en un pueblo, a lo mejor porque nadie quiere enterarse que ya dejó de serlo. Pero es que del cambio de pueblo a ciudad, nadie nos avisó.

Todos conocemos a Fidel: un hombre-niño grande, gordo, de ojos hundidos que se pierden en unas ojeras de toda la vida y detrás de un par de cachetes regordetes, de andar rengo, por algún problema en la cadera o en la pierna, vaya uno a saber, siempre con los pelos desordenados, y con la dentadura a la miseria, de tantos caramelos, debe ser. Fidel era el nene gigante que pedía monedas a todos los deseadenses que nos cruzábamos en su camino. A veces entendía que no se le podía dar moneditas todos los días y bueno, pero mañana sí, eh. Pero cuando andaba con los mil demonios encima, andá a la mierda, puto, se hace la linda, la fea, esta… Forro, sos malo, eh… No le importaba meterse con nadie: él quería sus moneditas.

Un día vi cuando se cayó en una esquina y no se podía levantar. Fue un tropezón que se convirtió en caída al instante. Allá fue a parar todo ese cuerpo rechoncho, las monedas decorando su caída, y ahí nomás largó el llanto, el nene regordete, el gigante aniñado. Y entre risas lo fueron a levantar los remiseros de enfrente, sus cómplices y amigos. Pero no, el nene quería a la hermana, pedía que venga mi hermanita, quiero a mi hermanita. Y su llanto hizo que los remiseros sintieran un nudo en la garganta, que disimularon entre risas, que somos macho, carajo, y a esta edad, no se llora por cosas como estas. Por más que veamos a un gordo grandote que era un niño más, un hijo más, que ya era un hombre, pero qué mierda importa la edad. Y volvieron y esta vez, sí, lo levantaron y ves que sos boludo, Fidel, por qué no te fijás por dónde andás. Y yo qué sabia, qué. Y se limpiaba los mocos con sus bracitos regordetes. Bueno, tomá dos pesos y andá a comprarte algo, boludo. Y se iba, entre hipos y levantadas de hombros, ante las risas de los muchachos. Todos sabían que a pesar de sus enojos, Fidel volvía siempre a charlar con sus amigos remiseros. No había enojo que los separara. Hasta que la remisería se cambió de lugar y volvió a quedarse solo por las tardes.

Daba ternura verlo moverse, en ese caminar destartalado con su brazo izquierdo levantado hacia un costado para lograr el equilibrio a cada paso, con su ropa de todos los días, cuando se dirigía al Drugtore de la esquina de la Don Bosco y la Brown, a comprarse sus golosinas que tanto le gustaban, con todas las moneditas recaudadas del día en el bolsillo, más el billete de los enojos diarios. Si hasta parecía un sonajero gigante.

Después de la compra, Fidel volvía, con toda su paciencia al lugar de siempre, y se sentaba a comer cada caramelo, cada pochoclo, chocolate, alfajor… todo lo adquirido con sus moneditas. Pero ni con la boca llena dejaba de pedir sus tesoros: las moneditas.

Por las noches era otra cosa, pero sólo los viernes. Los pibes salían del Quinto elemento, el boliche chico del pueblo-ciudad y se lo encontraban en la esquina, a eso de las seis de la madrugada. La juventud perdida salía como querían del boliche, con ganas de pelear, de golpear a alguien o con las ganas de seguirla en casa de alguien o vamos al cabarulo, loco. Pero nadie se metía con Fidel, siempre hubo un gesto amable con el gordito simpaticón, que por más que te puteara, lo aprendías a querer. Dale, tomá un poco de birra, boludo, dale. No, salí de acá que te meto una piña, eh. Dale, Fidel, no seas maricón. ¡Raja de acá, te cago a piñas, eh! Y se iban, cagándose de risa, y Fidel, desde allá los seguía puteando. Pero al otro día se olvidaba de quién había sido el borracho que le ofreció cerveza. Y puteaba por eso, también.

Porque Fidel se dio a querer así, puteando o agradeciendo por cada monedita que le dieran o negaran. Es el personaje que nos quedó del pueblo, el loquito al que todos queremos, aunque nadie sepa nada de su vida. Y si sonríe, con esos pocos dientes negros que le quedan, nos alegra el día. Pero para que esto ocurriera le tenías que dar una monedita, pero de las grandes, ¿eh?, no de las chiquitas. Y la guardaba en su bolsillo.

12 de noviembre de 2010

viernes, 5 de noviembre de 2010

Profezorra

-Buen día, ¿cómo est…

- ¿¡Cómo querés que esté! ¡Si tengo una manga de incompetentes de alumnos!? ¡Y es que después nos quejamos de cómo está la educación! Pero estos pibes vienen sin estudiar, sin hacer los deberes, sin nada. ¿Y los padres? ¿Dónde están? Ni se preocupan. Te lo largan en la escuela y ¡ahí tenés! ¡hacete cargo vos!... ¡Pero cuando al nene no lo aprobás, se acuerdan de que tienen un hijo que va a la escuela!

-Bueno, calmase un po..

- ¿¡Cómo querés que me calme!? Si es así. A una la toman para la chacota. Y es que no entiendo ¡cómo pueden estar en segundo año, caramba! Incompetentes y mediocres: así los podés clasificar en este curso. Miralo a Zapata. Ese pibe, con esa cara… ¡Dios nos libre!, ¡pero ese chico va a terminar preso en cualquier momento!

-¿Por qué lo dice, se enteró de algo?

-No, pero ¿le viste la cara? ¡Es un delincuente en potencia! ¡Qué horror! También, el barrio en el que vive… Por más que te esfuerces y le expliques, es una pérdida de tiempo. ¡Y es que no escuchan ni te dejan hablar!... Y Zapata no va a aprender nunca con esa cara. Y la borreguita esta… ¿Cómo se llama?... ¡Azcurra! Esa, el año que viene, se nos viene preñada, acordate de lo que te digo. ¡Otra que no vale la pena! Yo, sus prácticos, los leo hasta la mitad porque ni escribir sabe, la burra esa. Pero mandala a provocar pibes… ¡Eso sí sabe!

-¡Ay, Señora Mirtha! ¿Le parece?...

- Sí, sí, sí, sí, estoy segura. ¿No viste cómo la miran? Encima, los pibes son todos unos degenerados. Si todo el día están mirando tele o en internet. Y sólo ven culos y pornografía. Y la otra que se le viene con el guardapolvo arriba de la cintura, ¿para qué? ¡Me querés decir vos! Para calentarlos, nomás, ¿¡para qué otra cosa va a ser!?

-Usted exager…

- ¡Exagero! ¡Exagero! ¿Sabés cuántos alumnos tengo en ese curso? ¡Veintisiete! ¿Sabés cuántos aprobaron? ¡Tres! ¡Tres de veintisiete! ¡Y exagero, me decís! No, si es como digo yo: viene de familia. Porque los que aprobaron fueron, el hijo de Dr. Fernández, la nena de Aguirrez, el abogado y la chiquita de García, el del banco. Los demás… ¡Qué se puede esperar!... Lástima lo de este chiquito, Fernández, pobre.

-¿Por qué pobre?...

- ¡Y porque sí, Claudia! ¿No te diste cuenta que le salió… rarito? Es inteligente, eso no lo vamos a negar… Y es que además se le nota, porque si vos me decís que lo es y se puede disimular… bueno, es otra cosa. ¡Pero a este pibe se le nota a la legua! Y los pendejos de ahora lo ven como algo normal, algo natural. ¡Mirá al punto que hemos llegado! ¿¡Te das cuenta!? Antes, en mi época, en mi escuela, ni las mujeres les hablábamos así se daban cuenta ¡solitos! que no estaban bien siendo así. ¡Y funcionaba, eh! Viste el taxista este… ¿Cómo se llamaba?... El de La San Jorge… Sosa o Suazo… no importa. Bueno, ese iba conmigo a la escuela y de chiquito era medio rarito, así, como el hijo de Fernández. Una vez se corrió el rumor de que hacía cosas con el cura de la parroquia, porque yo iba a una escuela privada, ¿viste? Pero bueno, la cuestión es que se decía eso. Yo no lo creo y nunca lo creí, pobre del cura Gregorio, que era tan bueno… ¡decir una cosa así de él!… Nosotros, cuando nos enteramos, lo dejamos de lado al pibe este, por rarito y mentiroso. Y nadie le dirigía la palabra, eh. Hasta que, unos meses después, se apareció con novia y se normalizó. Se casó y todo, ¿eh? Porque a una persona, sea lo que sea, lo peor que le podés hacer es quitarle la palabra, el saludo… Y ahí nomás se enderezan. Bueno, ahora se separó y dejó a la mujer con tres hijos… Viste que ella era una cualquiera también, y él se cansó… Aunque también se corrió el rumor de que a él lo vieron con un amigo medio raro, pero yo no lo creo. En este pueblo inventan muchas pavadas, porque la gente se aburre, parece. Pero bueno, ahora ¡qué querés con estos degenerados! ¡Si hasta invadieron la televisión, se pueden casar y todo! ¡Y quieren adoptar! ¿¡Vos podés creer!? Y los pibes, claro, ven eso, se crían con eso y lo imitan. Y los demás chicos, los que son normales, ya lo ven como algo natural, porque ya se les hizo cotidiano. Yo pienso, ¿no?: ¿y los padres? Me querés decir ¿dónde están los padres?

-Bueno, Señora Mirtha, las cosas cambi…

-¡Pero los valores no! ¡Y la palabra de Dios, menos! ¿Te parece normal que dos hombres, dos mujeres se amen? ¡A mi no! Y la educación es otro descontrol. ¿Sabés lo que pasa? Que se creen más vivos que una. Porque ellos viene a la escuela a provocarnos, a desafiarnos… ¡a jodernos la vida! Quieren demostrar que tiene más poder que una. Pero conmigo se joden, porque saben que no los voy a aprobar así nomás. En mi época jamás te avisaban que te iban a tomar una lección porque una estudiaba todos los días. Ahora, por más que les avises con un mes de anticipación, no te aprueban porque no estudian. Así de simple: son burros, vagos y degenerados. Pero claro, ellos se creen que te hacen una sentada o te toman la escuela, las universidades y así solucionan todo. ¿No viste a la nena esta que salió en televisión, que habían tomado la universidad de Buenos Aires?

- No. ¿En qué can…

- No sé en qué canal, eso no importa. El periodista este, tan gauchito… ¿cómo se llama?... ¿Filman… Fresco…? Algo así, no importa. Lo importante es que él la entrevistó a la borreguita esta, que era la presidenta del Centro de Estudiante (otro lugar donde se juntan degenerados), y le preguntó si había aprobado todas las materias, si estaba en el año que le correspondía y esas cosas. ¿Y adivaná qué? La mocosa era repitente, se llevaba materias y era otra burra más. Y así, todos. Todos una manga de burros que te toman la escuela para reclamar ¿qué?, que se les cae encima. Porque ni siquiera reclaman por mejor educación ni por que se les exija más. No. Reclaman por algo que ellos mismos se encargaron de romper. ¡Y andá a saber hasta cuándo le van a seguir dando manija con ese tema!

- Bueno, pero algo de razón tien…

-¡Ni se te ocurra decirlo! ¿Le vas a dar la razón a los borregos estos? ¿No ves la realidad vos? ¿¡En qué mundo vivís, Claudia!? ¡Informate un poco, querés!... ¡Lo único que me faltaba! Que una colega se ponga de su lado… ¡No, si a mí la vida jamás me va a dejar de sorprender!

-Pero podemos tener pensamientos distin…

- ¡Por supuesto que podemos pensar distinto! Pero vos a mí no me vas a negar la realidad, querida. ¿O me vas a negar que Zapata tiene cara de delincuente? ¿Me vas a negar que la chiquita de Azcurra no es un poco atorrantita, como la madre, que ya todo el pueblo sabe que le mete los cuernos al marido con su compadre? ¿Eh?... Y el pibe este, Fernández, que ¡decí que por lo menos salió educadito!, pero no podés negar que es puto. Si hasta el profesor de gimnasia anda haciendo chistes sobre él y su amiguito, el morochito ese de tercero, que siempre lo espera a la salida y se van juntos… Andá a saber a dónde van y qué hacen. ¡Por favor, Claudia, no seas necia, no niegues lo innegable! Tu problema es que no escuchas, ¡jamás lo hacés! Claro, vos sos mucho más joven que yo, pero, querida, vos estudiaste en una universidad hecha y derecha, yo tuve a tus padres de alumnos y eran muy buenos estudiantes. Ellos te habrán educado bien, supongo… ¡No podés pensar como los demás! Vos no me podés venir a decir que las cosas están bien porque me estás negando una realidad, querida. Y pensar así… No sé, es medio peligroso, ¿viste?

-…

-¿Ves? Te quedás muda, querida, porque sabés que tengo razón. Ustedes, los jóvenes, tendrían que aprender a callarse un poco y escucharnos más a nosotros, los adultos. Porque la vida no se hace solo de estudios ¿eh? No, no, no, no, querida. La vida también son las experiencias vividas, y ustedes ¿qué experiencia de vida pueden tener? Les falta mucho todavía. Ese es el problema de los pibes: quieren quemar etapas en vez de disfrutar de la niñez, de la juventud, que es tan hermosa. No, ustedes quieren tomar el poder, quieren hablar de política ¡como si supieran algo de política! ¡Por favor, no me hagan reír!

- Eso es subestimar a los jóv…

-No. Eso es decirles las cosas tal cual son. Pasa que a ustedes no les gusta mirar la realidad, viven en una nube de pedos, ¡que Dios me libre! Si las cosas se hicieran como ustedes quieren, el mundo ya sería un caos… Pero ustedes, encima son mal agradecidos, porque cuando aparece alguien, como yo, que sólo pretendo corregirlos, advertirles que están equivocados, que las cosas jamás van a poder ser como ustedes lo piensan; se enojan y me atacan. Nos atacan a nosotros que sólo queremos que las cosas estén como siempre estuvieron que tan mal no nos fue, ¡caramba! ¡Mirá a tus padres, querida! Te educaron de la mejor manera posible, y jamás se les ocurrió reclamar nada… Pero bueno, qué te voy a decir a vos, si yo sé que en el fondo pensás como yo y por eso estás acá: para ayudar a los chicos a que terminen sus estudios… por más que muchos de ellos ni siquiera se lo merezcan.

-No, yo no pienso com…

-Hacés bien si no pensás, querida. Hacés muy bien, porque al final… una se mata pensando en cómo ayudarlos y venís acá y te das cuenta de que es una pérdida de tiempo, que ya está, no van a cambiar nunca, está en su naturaleza ser así. Y no es porque una no ponga voluntad, ¿eh?, vos lo sabés mejor que yo. Pero bueno, hay que seguir nomás. Ojalá que algún día recibamos un reconocimiento digno por todo lo que hacemos por la juventud. Aunque ellos no lo crean, estamos trabajando por y para ellos. Te dejo querida, ya es la hora de mi clase. Hoy me vine con todas las energías puestas… Ya van a ver quién soy yo, ¡qué se creen, estos!


4 de noviembre de 2010