viernes, 25 de febrero de 2011

Tarea

Nombre: Pablito Tomás, Garrido, 4to C.

Tarea: contar en dos carillas el mejor verano de nuestra vida. Cuidar la ortografía y la coherencia del texto.


Mi mejor verano

Mi verano más mejor fue el de este año que fuimos a Chile, a la casa de mis abuelos, con mi mamá. Mi abuelito es tan viejito, pero tan viejito que de la alegría de vernos se murió en la vereda. Yo veía que pataleaba y me largué a reír, pensé que se estaba haciendo el chistoso, hasta que me asusté cuando vi a mi tío Cholo y a mi primo, Panza, que lo trataban de levantar y le decían que no se muriera: “No te me mueras, viejito”- le decía mi tío, y ahí ya no me reí más. Mi abuelito se murió de enserio y mi mamá lloraba, y mi abuelita también, entonces yo lloré también, aunque mi abuelito era malo conmigo porque a veces, cuando yo me portaba mal, él me pellizcaba a escondidas de mi mamá, y yo lloraba y le acusaba a mi mamá, y el decía: “Mira cómo se ha puesto de mentiroso y mañoso ese crío”. Y mi mamá se enojaba y me pegaba por mentiroso. Pero yo no mentía porque de verdad me pellizcaba mi abuelito, y bien fuerte que lo hacía. Así que ese año no me pellizcó nadie y por eso también es mi mejor verano. Y el velorio fue muy bonito también. Mi abuelito estaba más lindo que nunca, entre millones de flores, y olía más rico que antes, así que lo vi bien arregladito y limpito y hasta parecía contento.

Otra cosa divertida que pasó ese verano, fue que mi tía Gloria le dijo a mi primo, Gerardo, que no servía ni para mirar quién viene: “Erís más weón, no servís ni pa mirar quién viene”- así le dijo mi tía. Así que yo salí corriendo a ver quién venía, y resulta que venía mi tío Osvaldo. Entonces agarré y fui corriendo a decirles a todos. La tía estaba poniendo los platos para comer una cazuela y cuando le dije que venía el tío Osvaldo, parece que mi tía se enojó porque dijo: “¡Chucha! ¿¡Justo ahora tenía que venir!? Seguro viene curao” Y nos mandó a todos a escondernos debajo de la mesa y detrás de los sillones mientras ella apagaba la luz. Parecía como si toda la familia estuviera jugando a las escondidas. ¡Si hasta mi tío Chicho, con lo viejito que es, andaba revolcado por el suelo! Nos dieron la orden de no hacer ruido pero, cuando mi tío golpeó la puerta, yo no pude contenerme y largué la carcajada. El tío comenzó a los gritos en la puerta, mientras la pateaba: “Abran, conchisumadre, ¿qué se creen que soy weón, que no sé que se están escondiendo?” Y mi primo Gerardo también se largó a reír, y ya prendieron las luces y lo dejaron entrar. Mi mamá me agarró de los pelos y me tiró de las orejas, pero a mi primo igual le pegaron y nos mandaron a dormir sin comer. Total a mí la cazuela no me gusta ni un poquito. Pero fue divertido jugar a las escondidas, aunque sea un ratito, en familia. Al otro día cuando me levanté, mi tío Osvaldo dormía sentado en una silla y un poco recostado sobre la mesa. Olía a vino.

Un día, en casa de mi tío Garrido también me pegaron por mentir, pero yo no sabía que estaba mintiendo. Resulta que mi tío tiene una casa grande, con muchas habitaciones y cuando me levantaba a la noche para ir al baño, a veces me perdía. Una noche me pasó que, cuando volvía del baño, entré en una habitación y vi que mi primo Marcelo y el tío Noel estaban haciendo bebés. Al otro día, a la hora del almuerzo, cuando todos estaban callados, a mí se me ocurrió contarlo: “Ayer el tío Noel le hacía un bebe a Marcelo”- dije, mientras tomaba un poco de jugo. Mi mamá se atragantó con la pata de pollo que comía. Mi primo Marcelo se largó a llorar, y eso que es más grandote que no sé qué, si ya tiene como veinte, para arriba. Y el tío Noel se escapó por una ventana porque mi tío Garrido había sacado su escopeta. Cuando mi mamá se recuperó de la atorada, me sacó de una oreja para afuera y me pegó en la boca, por mentiroso, me dijo. Yo lloraba y le decía que no era una mentira, que yo los había visto haciendo bebés, y ella me explicó que dos hombres no pueden hacer bebés. Y es verdad porque sino después se tienen que casar y allá, en Chile todavía no se pueden casar. Acá sí, porque yo lo vi en la tele, así que ahora sí pueden hacer bebés. Así que este verano también aprendí eso sobre los bebés y eso también es bueno.

En todo el verano no fuimos a la playa porque llovía todo el día, así que me la pasaba encerrado en las casas de mis tíos porque a lo de la abuela casi ni íbamos. Mi mamá le decía a mi tía Gloría que ya no quería ir a lo de la vieja pesada esa, porque se pasaba el día llorando o hablando pestes de la familia, y cuando se acordaba del abuelo se hacía la que se estaba por desmayar y todo. Yo escuché esto mientras jugaba a las bolitas con mi primo. Me levanté y me acerqué a la cocina, donde mi tía y mi mamá tomaban mates con galletitas y dije: “Y además ahora se tira pedos todo el día y a mi mamá y a mi nos da asco, ¿viste, mamita?”, y estaba por sacar una galletita cuando mi mamá me agarró de los pelos y me sacó para afuera. Me pegó en la boca y me enseñó que no me tengo que meter en las conversaciones de los grandes. Así que, también aprendí eso en el verano.

Cuando volvíamos, mi mamá me dijo que nunca más me llevaba de vacaciones a ninguna parte. Pero yo sé que es mentira porque ella no tiene con quién dejarme acá solo, y cuando yo estaba jugando a la mancha con uno de mis primos, ella arregló con mi tía Pocha para las vacaciones de invierno. Lo que me parece raro es que mi mamá a mi tía Pocha no la quiere porque dice que es una gorda agrandada y calentona. Aunque yo nunca la vi enojada con mi tía Pocha, al contrario, siempre se saludaron bien. Para mí que mi mamá le tiene bronca porque, un día cuando la tía vino de vacaciones a mi casa, la encontramos haciendo la siesta con mi papá. Mi mamá empezó a los grito y me mandó a fuera a jugar. Cuando volví, mi tía ya no estaba y mi mamá seguía llorando. Mi papá miraba televisión y tomaba su vino. Esa noche no comimos, y eso que mi mamá había pasado a comprar un pollo en lo del Pulga. Para mí que mi mamá no la quiere a la tía Pocha por eso nomás. Pero no le quise preguntar nada porque estábamos en el colectivo de regreso, y capaz que se enojaba y hasta me pegaba. No quería arruinar mi verano más mejor de todos.

10 y 16 de febrero de 2011

viernes, 18 de febrero de 2011

La muerta

Ya estoy muerta. Pero si me hubiesen dejado escoger cómo morir, yo hubiese decidido morir de otra forma.

Primero y principal, no me hubiese puesto la ropa que llevaba ese día, porque la bala hizo que se manchara la blusa floreada que me prestó mi madre para el egreso de mi hijo. Quedó horrible, con un poco de mis sesos en la parte del hombro, y sangre en toda la espalda. Pobre mamá, se habrá querido morir cuando vio su blusa. Porque el pantalón de vestir era mío y, si bien me encantaba porque me hacía las piernas flacas, no me molestó que también se haya manchado. Además, como era negro no se notaba tanto. Pero la blusa… ¡qué vergüenza, Dios mío!

Segundo, no me gustaba para nada como me habían dejado el pelo en la peluquería. Le pedí a Marian que me lo tiñera de un rubio castaño y me dejó cualquier cosa. Encima el peinado que me hizo no me sentaba para nada. Un espanto total. Una ya no puede morir con dignidad. Estaba furiosa por mi pelo. Mi madre decía que se puede saber como es una persona con sólo mirarle el pelo. ¡Qué habrán pensado las mujeres que me encontraron tirada en la vereda! Bueno, ellas tenían el pelo peor que yo… Y eso que yo ya estaba muerta y me faltaba parte de mi cabellera, así que ¡imagine lo que eran esas pobres mujeres! Pero igual, todas las miradas se centraban en mí, si hasta me sentía una estrella de cine, una mujer importante… y estaba impresentable. ¡La suerte se ríe de mí hasta cuando estoy muerta!

Los zapatos estaban bien, salvo porque uno quedó en el auto de mis raptores. Unos zapatos de tacos altos, divinos. Negros, con un prendedor brillante y plateado en un costado. Los compré en Once, cuando fui a la capital. Estaban de ofertas.
Fernanda jamás se enteró de esto y siempre me los envidió. Ella siempre me envidió todo y la muy sinvergüenza decía que era mi amiga. En mi velorio me pareció que hasta sonreía y todo. Seguro estaba contenta con lo que me pasó. Así que, solo me quedó un zapato puesto, y encima se le quebró el taco cuando me empujaron del auto.

Lo que más me indignó de haber muerto así como morí, fue que en el forcejeo con los matones se me partieron varias uñas, y cuando caí una se salió y quedó colgando de la raíz en mi dedo. ¡Un asco total! Como si mantener cuidadas las uñas fuese tarea fácil. Las que lo hacemos sabemos que una tiene que hacer un esfuerzo, un esfuerzo muy grande en cada acción, porque tiene que pensar en lo que hace, pero a la vez debe pensar en no quebrarse las uñas. Y viene cualquier degenerado y te arruina un trabajo de meses… ¡No hay derecho!

Yo hubiese preferido morir de otra forma. Me hubiesen matado dos días antes y me encontraban con el pelo un poco mejor. Porque antes lo tenía divino. Y me hubiese gustado llevar mis sandalias bajitas porque estos tacos, si bien son geniales, cansan mucho los pies. Y la blusa, que es lo que más lamento. Vi un poco de reproches en la mirada de mamá cuando se acercó al cajón. Para mi quedo resentida por la blusa. Yo hubiese preferido llevar la camisita negra que me regaló mi hijo para el día de la madre. Me levantaba el busto, y si me la ponía con el pantalón de vestir que llevaba puesto, parecía más joven que nunca.

Me hubiese gustado morir en otro momento, también. Porque la verdad es que me quedaron varias cosas pendiente. En un mes terminaba el curso de peluquería con Marian. Mi hijo nos iba a presentar a la novia. Yo muy contenta no estaba porque me enteré por ahí que es bastante morochita y no se de que qué provincia es… Sólo espero que mi nene esté bien. También quedó pendiente mi cita con el cirujano. Tenía pensado ponerme un poco de busto, pero era un secreto… una sorpresa para mi marido… pero bueno, no se dio.

Así que mi final fue bastante decepcionante para mí. Esperaba otra cosa para mi muerte…. Ni el velorio me pareció que fuera el adecuado…. Es que cuando una se muere, ¡hacen lo que quieren de una!... Pero de algo estoy segura: yo merecía una muerte más digna… porque fui una gran mujer, y eso nadie lo va a poder negar… Ni siquiera Fernanda, que se llevó la cadenita que me había regalado para el día del amigo… ¡Maldita ladrona!

18 de febrero de 2011

viernes, 11 de febrero de 2011

Tres golpes en la madrugada

Nunca más volvimos a hablar de lo que le ocurrió a Fabián Suarez, pero estoy seguro de que el día que nos enteramos de su muerte, todos supimos el por qué de lo ocurrido antes de que el oficial nos lo comunicara.

Fue en septiembre del 2006 que lo empezamos a notar raro. Fabián siempre fue un tipo más bien retraído. Cuando hacíamos bromas con doble sentido, muchas veces lo veía ruborizándose aunque siempre sonreía demostrando que sabía a qué nos referíamos. Pero esa semana estuvo más callado que de costumbre, y no sonrió en toda la mañana. A los dos días de verle comportarse de la misma manera, me acerqué a preguntarle si le pasaba algo. Nunca fuimos íntimos amigos, pero la verdad es que yo lo apreciaba porque siempre fue buen compañero y mostraba humildad. Era de esos tipos que te caían bien antes de que hablara.

Se sorprendió ante mi preocupación y me dijo que no le pasaba nada, aunque era evidente que mentía. Decidí no insistir. Salíamos de la empresa al mediodía y los que éramos solteros nos quedábamos en la cantina a comer y tomar unas cervezas. A veces jugábamos al truco o simplemente hablábamos de la vida, hasta que teníamos que hacer el segundo turno. Ese mismo día, Fabián se me acercó, me invitó un cigarrillo y me contó lo que le estaba pasando.

Me contó que hacía dos días, cuando salió del trabajo y se dirigía a su casa, se había detenido a comprar cigarrillos y se cruzó con una mujer gitana. Él estaba distraído y ella le agarró la mano y lo apretó fuerte. Esta mujer se ofreció a leerle el futuro a cambio del billete de diez pesos que él tenía en la mano. Asustado, trató de zafarse, pero la mujer no lo soltaba. Se puso nervioso al no saber cómo actuar en aquella situación y sólo atinó a decirle que se quedara con el billete, que no le interesaba saber de su futuro y que lo soltara. Ella tomó el billete, lo miró a los ojos y le dijo que en la semana iba a tener una visita de alguien que lo estaba buscando hacía mucho tiempo. La gitana se alejó apresurada, como tratando de huir de él.

Fabián no era supersticioso. Sonrió y siguió su camino. Vivía solo en una casita, en la entrada del pueblo. En esa zona todavía había poca luz y las calles no estaban asfaltadas. Sólo habían tres casas al rededor, y las tres estaban muy separadas unas de otras, al punto que Fabián no conocía las caras de sus vecino. Cuando llegó a su casa cenó solo, como de costumbre, puso un poco de música de la radio y leyó un poco hasta que decidió irse a la cama. En el baño notó una pequeña mancha en el espejo pero no le dio importancia. Se fue a dormir.

Esa noche soñó con que lo perseguía un hombre con un sobretodo negro. Él no alcanzaba a verle el rostro a su perseguidor, pero sabía que era muy alto y de cabellos rubios. Cuando despertó se sintió aliviado. No entendía por qué ese hombre le causaba tanto miedo. Decidió restarle importancia y se dirigió al baño. Mientras se cepillaba los dientes notó que la mancha en el espejo había crecido. Al principio creyó que podía ser una mancha en los azulejos pero no era así. Fue ahí que se detuvo a mirar e intentó limpiarla pero comprobó que la mancha no estaba sobre el vidrio, sino dentro de él. Sin querer rozó con su dedo la mancha y notó que se contraía, como tratando de evitar el contacto. Le pareció raro pero se le hacía tarde para el trabajo.

Al día siguiente volvió a soñar con el mismo hombre que lo perseguía pero esta vez sintió su respiración más cerca. Se levantó transpirado y agitado. Fue al baño y la mancha estaba mucho más grande. Le pareció que iba tomando la forma de la sombra de un hombre sentado con un sombrero puesto. Parecía estar sentado detrás de él, pero a lo lejos. Decidió irse a trabajar, aunque esta vez sí le preocupaba lo que estaba ocurriendo. Comenzó a hacerse preguntas pero no llegaba a ninguna respuesta.

En toda la semana los sueños fueron constantes, pero en cada uno de ellos el hombre se hacía más visible y parecía estar en su espalda todo el tiempo. Él sentía que el hombre sonreía y que la mancha del espejo cada día crecía un poco más. La mañana del día en que Fabián me contó esto, me dijo que ya no tenía dudas de que la mancha era la sombra de un hombre sentado, esperando impaciente, y que de cierta forma sabía que también estaba sonriendo, por más que no podía verle el rostro.

Me pidió que tuviera discreción con el tema. Dijo que él no creía que fuera nada grave, solo que no estaba durmiendo bien y que ese era el motivo por el que cambió su comportamiento, y volvió a agradecerme por mostrarme preocupado. La gente se sorprende de la gentilidad de los demás para con uno mismo y después lo cuentan a los amigos como algo atípico del día, porque no estamos acostumbrados a la amabilidad de las personas. Fabián no tenía amigos y a la única persona que le contó todo esto fue a mí. Hubiese preferido no haberlo sabido nunca.

Los muchachos me hicieron preguntas sobre la charla. Al principio traté de no decir nada, pero terminé contándoles todo. Eran mis amigos y sabía que iban a tener más discreción que yo. Nos reímos e hicimos comentarios graciosos del tema, pero después la charla se puso seria y todos nos mostramos un poco preocupados. Algunos hablaron de brujería, otros de locura. Yo no sabía que pensar. Pero noté que siempre se recurre al mismo tono de voz cuando se hablan de temas que desconocemos sus porqués y no nos parecen racionales.

Una mañana Fabián llegó agitado. Estaba muy pálido y ojeroso. Le pregunté qué le había ocurrido y me dijo que a la madrugada, a eso de las dos, le golpearon la puerta. Fueron tres golpes secos que lo despertaron. En ese mismo momento él soñaba y veía cómo el hombre que lo perseguía, se paraba frente a su puerta. Tres golpes. Se levantó y espió por la ventana. A fuera de su puerta estaba un hombre rubio, de casi dos metros de altura, llevaba un sobretodo negro y, Fabián me aseguró que tenía los ojos rojos.

Sentía su respiración detrás de la puerta, oía sus pasos impacientes ante la espera de ser atendido. No se atrevía a hablar por eso se asustó de su propia voz cuando preguntó: “¿Quién es?” La voz le dijo: “Fabián, vengo a buscarte” Lo que le sorprendió fue la convicción del hombre, la naturalidad cuando dijo “vengo a buscarte”, como si esa situación se tenía que dar así, debía ocurrir. Fabián no volvió a hablar y se quedó sentado, vestido solo con unos calzoncillos negros, esperando que el amanecer lo sorprendiera para poder huir al trabajo. Durante todo ese tiempo, el hombre repetía cada una hora: “Fabián, vengo a buscarte”.

Cuando amaneció, Fabián se dirigió al trabajo sin haber pasado por el baño, y esto se reflejaba a simple vista. Desde hacía dos días que no entraba en su baño porque la sombra estaba sentada, esperándolo, decía él. Antes de salir de la casa, espió por una de las ventanas y vio que no había nadie. Cuando abrió la puerta, un olor a azufre invadió la casa y el pasto que había en la entrada estaba quemado. Fabián corrió hasta llegar a la empresa.

Esa noche, Fabián se quedó a dormir en mi casa. Tenía miedo de volver solo y que el hombre lo estuviera esperando en la puerta. Fue el sábado 9 de septiembre de 2006 que lo vi por última vez. Ese día se fue de casa temprano. Se mostraba descansado, de buen humor y conversador. Me aseguró que estaba bien y que no temía volver porque sabía que todo había sido producto de su imaginación. Se mostraba convencido de esto. Yo no entendía el cambio que había tomado de una noche para otra respecto al tema. Me contó que había soñado y que entendió que lo único que debía hacer era abrirle la puerta a aquel hombre, para comprobar que todo eso era parte de un sueño. Estaba convencido que la noche que se amaneció se debía a que era sonámbulo. Yo no supe qué más decir. Era una decisión personal y, la verdad es que a mi igual me costaba creer en todo eso, aunque en el fondo temía un poco por él.

Esa semana, Fabián no fue a trabajar. Le comenté a los compañeros que deberíamos ir a verlo a su casa, pero por una cosa o por otra no nos pusimos de acuerdo nunca. Aunque ahora creo que todos temíamos lo que pudiéramos encontrar allí. Fabián era prácticamente un desconocido para todos nosotros. Nunca formó amistad con nadie y era muy reservado cuando hablaba de él. Ni siquiera sabíamos si tenía teléfono porque nadie tenía su número. Di aviso a la policía para que fueran a verlo.

Fue un jueves cuando llegó la policía a comunicarnos que Fabián se había suicidado. Como ya dije, ninguno se mostró sorprendido. Nos citaron para un interrogatorio y yo conté todo esto. Ahí me enteré cómo fue el suicidio: Fabián golpeó su cabeza contra el vidrio del espejo hasta quedar sin vida. El oficial me contó que cuando lo encontraron, la casa olía a azufre y Fabián yacía tirado en el suelo del baño, rodeado de vidrios de lo que había sido el espejo, que cayó de tantos golpes y en su lugar quedó la pared manchada con sangre y rastros de la piel de la frente de Fabián. Murió desangrado.

Esta historia tuve que narrarla varias veces en los distintos interrogatorios a los que fui citado por ser el último que vio con vida a la víctima. Al final se determinó que había sido un suicidio. No había rastros de que una segunda persona hubiese estado en la casa. Y lo cierto es que la policía no quería investigar porque temían volver a la casa. Algo los inquietaba. Nunca más hablé del tema con nadie y en el trabajo nadie hizo comentarios al respecto. Todos queríamos y necesitábamos olvidarnos de Fabián.

Hace cuatro años de todo esto. Hoy vuelvo a contarlo. Ayer a las dos de la madrugada me despertaron los golpes en la puerta. Tres golpes secos que me sacaron del sueño. Un hombre rubio con un sobretodo negro, forzaba mi puerta. El espejo del baño muestra una mancha negra. Hace dos días que no duermo. Hace dos días que golpean mi puerta. No sé si abrirle.


10 y 11 de febrero de 2011

viernes, 4 de febrero de 2011

Secretos

El viento golpeó su rostro y lo devolvió a la realidad. Y rió a carcajadas. Antes se encontraba en otro mundo. En su mundo.

Su cuerpo estaba acá, en una casa deshabitada en la que encontró refugio de la lluvia torrencial que lo sorprendió a medio camino de vuelta a su casa. Pero su mente lo había transportado (una vez más) al mundo que tanto lo atemorizaba. Un bosque oscuro donde habitaban árboles que lo observaban, que lo rodeaban.

Creía que aquellos ojos tenían la capacidad de mirar más allá de lo que él se atrevía a mirarse. Porque él también se ocultaba cosas, tenía secretos que ni a él mismo se contaba. Porque él mismo se temía.

Temblaba. Acá y allá temblaba. Acá de frío, allá de miedo.

Los árboles susurraban, reían… lo observaban. Se contaban los secretos que él no quería oír. Todas aquellas cosas que había pensado y hecho durante su vida pasada y que había logrado olvidarlas, se le hacían presentes en los susurros de los árboles.: muerte, sexo, asesinato, sangre, suicidio, odio, amor, llantos, humillación, mentiras, verdades… Su vida.

Su pasado, todo aquello que él creía haber logrado olvidar, porque la vida le había dado otra oportunidad, porque había sobrevivido y porque nadie nunca sospechó nada; todo aquello estaba allá, y cada escena vivida se le hacía palpable, sentía volverlo a repetir y le dolía más que le vez que realmente lo vivió.

Y el miedo se apoderaba automáticamente de su cuerpo, temblaba, lloraba y terminaba siempre en una pose fetal. Sabía que ese mundo habitaba en su mente, pero no podía evitar caer una y otra vez y revivir sus culpas, rodeado de aquellos árboles, que efectivamente tenían ojos en sus troncos y en sus ramas. Y efectivamente, parecían reírse y susurrar aquellos secretos que viajaban por el aire y así se enteraban los demás árboles del bosque. Y todos juntos reían, se reían de él.

Y él se sentía desnudo ante esas miradas, se sentía vulnerable, frágil ante tanta verdad, ante tanto daño, tanta sangre y tantas lágrimas… Y siempre terminaba riendo a carcajadas, y no paraba hasta volver al mundo real, donde lo despabiló el viento que golpeó su rostro y se vio en una casa abandonada.

A fuera llovía pero no mucho menos que en sus ojos.



27 de enero, 4 de febrero de 2011