Mercedes, La Chola,
se cebó el tercer mate y su mirada seguí fija en la ventana. Cualquiera que la
viera pensaría que estaba mirando al Pata Floja que jugaba con una muñeca de
trapo vieja y sucia, pero lo cierto es que La Chola miraba a la nada porque su mente
estaba en la noche anterior. La noche que volvió El Gringo.
-Tres veces le dije a la Julia que limpiara
la mierda de los perros, ¿vo te crees que me hizo caso?... Y ahora, ¿ande está?-
preguntó Doña Teresa mientras secaba sus manos arrugadas en el delantal. La
Chola no oyó nada de lo dicho por la madre.
Estaba imaginando
escenas de cómo podría reaccionar Doña Teresa cuando le contara la aparición
del padre del Gringuito. “Porque al fin y
al cabo era el padre. Le guste a quien le guste”, pensaba La Chola. Y ya se
imaginaba a Doña Teresa, exagerando un llanto y haciendo una escena, con ataque
al corazón y todo. Era exagerada la viejita cuando se lo proponía. O la
imaginaba sería, estoica, diciéndole: “Usté
sabrá lo que debe hacer, m´ija. Ya es grande pa´esas cosas”, y después
lloraría en su cama, abrazada al nieto. Como cada vez que se hablaba de Don
Ubaldo Suazo, Dios lo siga teniendo en la gloria.
La Chola se reacomodaba
en el sillón de pata caída. El mate quedó en el piso enfriándose de a poco.
Como la noche. Cuando se decidió a hablar, a enfrentar a la madre, a decirle lo
que tenía para decir, Doña Teresa se le adelantó y le dijo:
-Y ande está la Julia, te pregunté, Chola.
-¡Y qué sé yo!- dijo La Chola, molesta
porque le ganaron de mano, levantando los hombros para reafirmar su
desconocimiento del paradero de la hermana. Pero bien que lo sabía, La Chola.
-¡Y vaya a buscarla, carajo! ¡Qué sé yo, te voy a dar a
vos!- gritó la dueña de casa, que para algo se es
dueña.
Y salió La Chola,
con el llanto en la garganta, pero en silencio. Sabía de los límites con su
madre. El viento helado se metió por debajo del pulóver de lana marrón,
estirado de tantos lavados, de tanto darle con el jabón blanco y alguna que
otra pasada por la tabla de madera,“Y si la mugre no se va así porque sí”, respondía La Chola cuando
Daniela le recordaba que se le iba a estirar por ser de lana. La Chola se
abrazó sola y metió las manos dentro de la manga, agarrando la lana y formando
un puño. “¿¡Dónde mierda está esta pendeja!?”,
dijo entre dientes. Pata Floja lo la miró, ya recostado en su cucha. “¡Daniela,
te busca la mamá!”, gritó, con ese vozarrón ronco, la hermana mayor. Y se metió
en la casa de nuevo.
-Ahora viene.
-¿Y ande anda?- preguntó intrigada la
madre mientras revolvía el guiso.
-No sé. En lo de su amiga, supongo yo-
pero La Chola muy bien sabía que Daniela estaba con el pibito de los Sotos, en
los troncos tirados por las máquinas de la municipalidad para la canchita que
nunca terminaron. Los troncos quedaron apilados y las parejitas del barrio lo
tomaron como lugar de encuentro. Pero La Chola sabía que con el grito que había
dado, Daniela aparecería en unos minutos.
Largos minutos que
dejaron a madre e hija casi en penumbras porque ninguna de las dos se había percatado
de cómo, poco a poco, la oscuridad fue invadiendo la casa. Ninguna de las dos
quiso prender la luz. Y la charla se dio en penumbras.
-Mercedes, si tené algo pa´ contar, contalo
de una vez- dijo terminante Doña Teresa sin dejar de revolver la olla y de
espalda a La Chola
“Mercedes”. Sonaba
tan raro el nombre en labios de su madre. Siempre le dijo “m´ija” o “Chola”, nomas.
Pero sabía que esa noche hablaba con Mercedes, la mujer. La mujer que quedó
embarazada de El Gringo. La mujer que El Gringo abandonó para irse a trabajar.
La mujer que después de seis años criando al hijo, sola, quería volver a darle
una oportunidad a El Gringo. La mujer que se volvía a enamorar.
-Volvió El Gringo, mamá- y su voz sonó
esperanzadora sin que se lo propusiese.
El nieto. ¿Qué iba
a pasar con el nieto? Fue lo primero que pensó Doña Teresa, y le temblaron las
piernas. Pero esta vez no iba a realizar una escena. Esta vez se trataba del
nieto, y ella iba a estar firme.
-¿Y eso? … ¿Desde cuándo importó lo que ese tipo haga, en
esta casa? Que venga, si el pueblo es grande.
-Pero volvió para que nos juntemos.
-¿Pa ´que se junten pa ´qué?
-Para formar una familia.
-¿No te alcanza con esta?
-Mamá…
El guiso se pegaba
y Doña Teresa agregó un chorro de agua a la olla.
-M´ija, si usted se quiere juntá, se junta.
Pero al Gringuito me lo deja acá.
-El Gringuito se va conmigo y con su padre- determinó Mercedes
Daniela entró y
prendió la luz dejando al descubierto el rostro de Doña Teresa, dolido y
sorprendida ante la desfachatez de la hija. El rostro de La Chola era tosco
pero con los ojos vidriosos del llanto.
-¿Dónde andabas?
¡Ya está la comida, señorita!
-Estaba en la casa
de Mónica. ¿Despierto al Gringuito?
-Preguntale a la
madre- dijo Doña Teresa. Y Daniela miró a la hermana. Después pudo tres platos
sobre la mesa, tres vasos, y los cubiertos. La Chola puso el pan, la sal y la
jarra con agua. Doña Teresa puso la olla en el centro y sirvió los platos. A
Daniela más que a La Chola. Comieron sin omitir palabras. La Chola encendió la
radio para que el ambiente se hiciera más tolerable.
Pata Floja tiritaba
en su cucha cuando oyó unos pasos acercándose a la tranquera. Se quedó un
momento con la oreja atenta y enseguida levantó la mitad de su cuerpo para
observar mejor. Nada. Volvió a recostarse pero sin descuidar el oído.
La radio pasaba una
zamba que era un lamento y ya nadie tocaba sus platos. El reposo que tan bien
hace al cuerpo, o eso afirmaba Doña Teresa. A fuera, Pata Floja dio dos
ladridos y se calló. Daniela se hizo cargo del lavado de platos. La Chola de
secarlos y guardarlos. Doña Teresa se fue a dormir sin despedirse. La zamba
concluyó y de fondo se oyó un sollozo que hirió a Daniela pero que fulminó a La
Chola, quién dejó caer el plato que secaba. Y las tres mujeres lloraron, cada
una en su lugar, cada una en lo suyo. El Gringuito dormía apaciguado, como la
criatura más feliz del mundo.
Pata Floja volvió a
levantarse por tercera vez. Ya había ladrado marcando territorio, avisando que
él estaba ahí. Pero esta vez se puso de pié y arrastró la cadena que lo
sujetaba al cuello. Vio una sombra y ladró. La sombra no se perturbó. Volvió a
ladrar, y nada. Volvió a su cucha y ladró dos veces más. Después se durmió. Ya
no estaba para esos trotes de la vida.
La Chola terminó de
recoger los pedazos de vidrios con la pala de plástico verde y salió a tirarlos
a fuera. Daniela terminó de guardar las cosas que faltaban y se asomó a la
ventana. Vio que su hermana charlaba con un hombre, pero no se atrevió a salir.
Cuando La Chola entró, Daniela ya se había acostado. La Chola armó su bolso,
guardó un par de fotos y adornos inservibles pero con tantos recuerdos encima
que hacían más pesada la carga. Lloraba en silencio, pero estaba decidida a
irse.
Doña Teresa hacía
como que dormía cuando Daniela entró a la habitación.
-Pensé que eras La Chola
-La Chola salió a tirar los vidrios- dijo Daniela dándole la espalda a la madre y haciendo como que buscaba
un libro.
-¡Tan lejos que si va ir a tirar los vidrios, ahora! ¿Y
por qué ladraba El Pata?
-Porque es perro.
-¡Hacete la viva, nomas! ¿Con quién está tu hermana?
-Con un hombre. No lo conozco.
-¡Y qué lo vaia conocer vos si entoavía eras cabra chica!
Es el papá del Gringuito. Se vino pa ´juntar y la otra tonta se va con él. Si
para eso una cría a los hijos, pa´que así te paguen-
casi gritó la madre y escondió la cara en la almohada para ahogar el llanto.
-¿Y cuándo se va?
-No sé. No me dijo.
Y se miraron las
dos, como midiéndose, sabiendo que se quedaban solas. Daniela vio a su madre
más vieja que nunca y sintió pena por ella. Eligió una novela de José Rexach y
se fue a su cama. Lloró hasta quedarse dormida y se despertó con el beso y el
abrazo de La Chola. Todavía estaba oscuro a fuera.
La chola terminó de
cerrar el bolso y salió para dejárselo a El Gringo que esperaba en la tranquera,
fumando un cigarrillo. Volvió a entrar y se despidió de Daniela. Después entró
a la pieza donde estaba la madre junto a su hijo. Doña Teresa, que fingía
dormir, tuvo miedo y abrazó un poco más fuerte al Gringuito. La Chola casi tuvo
que forzar al crío para sacarla debajo del brazo de la madre. ¿Qué madre? ¿Cuál
de las dos fue madre del gringuito? Las dos fueron madres. La
Chola le dio un beso en la frente a Doña Teresa y levantó al crio de la cama.
Le puso una campera y lo envolvió en una frazada. El Gringuito comenzó a llorar
de fastidio.
-Dejalo acá. Mañana
lo venís a buscar- atinó a decir Doña Teresa, como último recurso para dormir
por última vez con el nieto que crió.
La Chola salió de
la habitación de la madre casi como huyendo, sin querer mirar atrás. El
Gringuito lloraba más fuerte. Doña Teresa se removía en su cama como si le hubieran
arrancado una tripa, un brazo, una pierna, el corazón. Y el llanto se prolongó
hasta cuando La Chola ya había salido del barrio. Y el llanto se prolongo hasta
que a Doña Teresa le ganó el cansancio. El llanto se prolongó hasta que volvió
a ver al nieto, años después.
21 de septiembre de
2011- 27 de enero de 2012