Hay cosas de las que me avergüenzo, de las que me
arrepiento. Y trato de no recordar esos momentos, trato de ocultarlo. Trato de
tapar la culpa, la vergüenza, como un gato tapa su mierda cuando terminó de
cagar. Por asco. Como el chancho que come desvergonzadamente en su chiquero.
Con orgullo. Ella parecía un chancho cuando fumaba faso. Producía un sonido
desagradable tratando de retener el humo en la garganta. Y pretendía hablar.
Siempre decía algo, cualquier cosa. A lo mejor para tapar ese sonido porcino.
Pero era peor. Era más desagradable aún. Siempre quería hablar cuando
fumábamos. Pero ya no fumamos más. Hace años que dejamos de fumar juntos. Ahora
no la quiero volver a cruzar. Porque no trae gratos recuerdos. Y sin embargo
hoy la recuerdo. Porque le hice mal. Porque nos hicimos mal. Porque nos
hicieron mal. Como a un chancho que le dieron todas las porquerías que sobraban
en el hogar y come sin culpa, y se revuelca en su mierda, así me siento cuando
la recuerdo. Porque se entregaba, se dejaba hacer por unos minutos de piel. De
cariño mal dado. Por unos segundos de orgasmos para sentirnos vivo, humanos.
Hombre y mujer. Para sentirnos ser. Y cogíamos. Toda la noche cogíamos. La cama
era húmeda, olorosa. Pero no nos importaba. Y ella me dejaba hacerle lo que
quería, como quería. Y le hice lo que quise. En la cama, en la casa, en la
vida. Y después me iba, me escapaba a la madrugada. Y ella me pedía que me
quedase, aunque sea una noche. Pero nunca pude. Nunca me quedé a compartir un
amanecer. Nunca permití que el sol nos encontrara durmiendo juntos. Nunca le
dije que la quería. Porque no la quería. Era otra cosa, otro sentimiento. Estaba
en mi apogeo y no me importaba nada. O creía estar en mi apogeo sin darme
cuenta de mis errores. Sin querer ver lo que hacía. ¿Por qué lo hacía? Andaba de
cama en cama tratando de encontrarme entre esos cuerpos. Y ella a veces me
acompaña a las otras camas. Y no fue egoísmo. No sé qué fue. Pero no podía
parar. Me decía a mí mismo que debía frenar con todo aquello. Pero era un
círculo vicioso. Todas las noches una nueva historia. Con distintos
protagonistas. Y no había respeto. No existía el respeto. Nos alejamos porque
así tenía que suceder. Los dos lo supimos siempre. Y hubo despedida para que
luego hubiera reencuentro. Y el reencuentro fue el fin. Ella había dicho que
esperaba un hijo mío. Un hijo que perdió. Yo no le creí. Nunca le creí nada.
Como cuando me decía que le gustaba leer pero solo hablaba de “Mi planta de
naranja lima”. Y ni siquiera se tomó la molestia de aprenderse el nombre del
autor. Y qué le iba a importar la literatura si ya tenía una hija por quién
preocuparse. Y qué le iba a importar el cine si ni siquiera había luz en la
casa, ni siquiera había para comer. Y a quién le importa el arte cuando a tu
vida la manosearon por todas partes. A quién le puede importar el arte cuando
tu padre te está tocando. Y luego el padrastro. Y luego el hermano. Y el padre
de la hija. Y después yo. Uno más que usó su cuerpo. Yo. Otro más. ¿Por qué
permitió que pasara todo eso? ¿Por qué permitió que me la cogiera así? ¿Cuántas
veces permitió que la viera llorar? Una vez lloró hasta quedarse dormida,
abrazada a mí. Como una niña. Pero me volví a escapar por la madrugada. Yo no
podía conmigo, menos iba a poder con ella. Al otro día me dijo que me amaba.
Decía estar enamorada. Pero tampoco era eso. Eso no era amor. Eso era su último
manotazo de ahogado. Su último recurso para tratar de mantenerme a su lado. Después
vino el embarazo que no creí. Los reproches. No podías ver que yo era otro
hombre más que la había usado. Que había cruzado todos sus límites sin
cuestionamiento. Sin culpa. La culpa vino después. Y el remordimiento se
confundió con la vergüenza para terminar en el arrepentimiento. Y a veces
pienso que fue ella la que me usó. Ella me cogió como quiso. Ella determinaba
cuándo y dónde. Yo solo me encargaba del cómo. Los porqués poco importan ya. Si
hasta de brujas y chamanes me habló. Me dijo que había pensado en volver cuando
tuviera a la criatura. Me dijo que iba a volver para que supiera que ella no
mentía. Que iba a volver pero no me iba a dejar ver a mi hijo. Le dije que no
le creía. La última vez que nos vimos me dijo que había vuelto por mí. Que la
bruja le había dicho que tenía que volver a conquistarme. Que yo era el hombre
de su vida. Que dejara todo y volviera. Que me buscara y me conquistara. Y ella
se mostraba segura de conseguirlo. La bruja le dijo que ese hijo tenía que
nacer, y para eso me necesitaba a mí. No le creí. Se mostraba segura pero no le
temí. Volvimos a coger, pero fue la última vez. Y nos alejamos. Después de un
café y una mentira sostenida hasta el final, nos despedimos y nunca más nos
vimos a ver. Y no la quiero ver. Y no quiero recordarla nunca más. Y todavía no
sé por qué hice todo aquello. Todavía no sé porqué no la olvido. ¿Será que el
gato no termina de tapar su mierda? ¿Será que el chancho aún se revuelca en su
chiquero? Pero la bruja mintió. Yo no era el hombre de su vida. Y el hombre del
que ella se enamoró murió hace años. Ya no existe. Y esto no es una disculpa.
Esto no es un perdón. Esto es la mierda que intento expulsar de mi mente.
Porque todos tienen algo para meter bajo tierra. Y solo espero que esté
intentando ser feliz. Yo lo estoy intentando. Aunque aún haya mierda para
tapar. Y aunque esto sea solo una mentira más de la bruja.
21 y 22 de diciembre de 2011
le temática de este cuento no es de mi agrado, reconozco que está bien escrito...prefiero otros....dale que con un feliz??????...porque no??????....eh??????.....
ResponderEliminarme agradó la sintaxis y el final.....