viernes, 23 de diciembre de 2011

Mentiras de brujas


Hay cosas de las que me avergüenzo, de las que me arrepiento. Y trato de no recordar esos momentos, trato de ocultarlo. Trato de tapar la culpa, la vergüenza, como un gato tapa su mierda cuando terminó de cagar. Por asco. Como el chancho que come desvergonzadamente en su chiquero. Con orgullo. Ella parecía un chancho cuando fumaba faso. Producía un sonido desagradable tratando de retener el humo en la garganta. Y pretendía hablar. Siempre decía algo, cualquier cosa. A lo mejor para tapar ese sonido porcino. Pero era peor. Era más desagradable aún. Siempre quería hablar cuando fumábamos. Pero ya no fumamos más. Hace años que dejamos de fumar juntos. Ahora no la quiero volver a cruzar. Porque no trae gratos recuerdos. Y sin embargo hoy la recuerdo. Porque le hice mal. Porque nos hicimos mal. Porque nos hicieron mal. Como a un chancho que le dieron todas las porquerías que sobraban en el hogar y come sin culpa, y se revuelca en su mierda, así me siento cuando la recuerdo. Porque se entregaba, se dejaba hacer por unos minutos de piel. De cariño mal dado. Por unos segundos de orgasmos para sentirnos vivo, humanos. Hombre y mujer. Para sentirnos ser. Y cogíamos. Toda la noche cogíamos. La cama era húmeda, olorosa. Pero no nos importaba. Y ella me dejaba hacerle lo que quería, como quería. Y le hice lo que quise. En la cama, en la casa, en la vida. Y después me iba, me escapaba a la madrugada. Y ella me pedía que me quedase, aunque sea una noche. Pero nunca pude. Nunca me quedé a compartir un amanecer. Nunca permití que el sol nos encontrara durmiendo juntos. Nunca le dije que la quería. Porque no la quería. Era otra cosa, otro sentimiento. Estaba en mi apogeo y no me importaba nada. O creía estar en mi apogeo sin darme cuenta de mis errores. Sin querer ver lo que hacía. ¿Por qué lo hacía? Andaba de cama en cama tratando de encontrarme entre esos cuerpos. Y ella a veces me acompaña a las otras camas. Y no fue egoísmo. No sé qué fue. Pero no podía parar. Me decía a mí mismo que debía frenar con todo aquello. Pero era un círculo vicioso. Todas las noches una nueva historia. Con distintos protagonistas. Y no había respeto. No existía el respeto. Nos alejamos porque así tenía que suceder. Los dos lo supimos siempre. Y hubo despedida para que luego hubiera reencuentro. Y el reencuentro fue el fin. Ella había dicho que esperaba un hijo mío. Un hijo que perdió. Yo no le creí. Nunca le creí nada. Como cuando me decía que le gustaba leer pero solo hablaba de “Mi planta de naranja lima”. Y ni siquiera se tomó la molestia de aprenderse el nombre del autor. Y qué le iba a importar la literatura si ya tenía una hija por quién preocuparse. Y qué le iba a importar el cine si ni siquiera había luz en la casa, ni siquiera había para comer. Y a quién le importa el arte cuando a tu vida la manosearon por todas partes. A quién le puede importar el arte cuando tu padre te está tocando. Y luego el padrastro. Y luego el hermano. Y el padre de la hija. Y después yo. Uno más que usó su cuerpo. Yo. Otro más. ¿Por qué permitió que pasara todo eso? ¿Por qué permitió que me la cogiera así? ¿Cuántas veces permitió que la viera llorar? Una vez lloró hasta quedarse dormida, abrazada a mí. Como una niña. Pero me volví a escapar por la madrugada. Yo no podía conmigo, menos iba a poder con ella. Al otro día me dijo que me amaba. Decía estar enamorada. Pero tampoco era eso. Eso no era amor. Eso era su último manotazo de ahogado. Su último recurso para tratar de mantenerme a su lado. Después vino el embarazo que no creí. Los reproches. No podías ver que yo era otro hombre más que la había usado. Que había cruzado todos sus límites sin cuestionamiento. Sin culpa. La culpa vino después. Y el remordimiento se confundió con la vergüenza para terminar en el arrepentimiento. Y a veces pienso que fue ella la que me usó. Ella me cogió como quiso. Ella determinaba cuándo y dónde. Yo solo me encargaba del cómo. Los porqués poco importan ya. Si hasta de brujas y chamanes me habló. Me dijo que había pensado en volver cuando tuviera a la criatura. Me dijo que iba a volver para que supiera que ella no mentía. Que iba a volver pero no me iba a dejar ver a mi hijo. Le dije que no le creía. La última vez que nos vimos me dijo que había vuelto por mí. Que la bruja le había dicho que tenía que volver a conquistarme. Que yo era el hombre de su vida. Que dejara todo y volviera. Que me buscara y me conquistara. Y ella se mostraba segura de conseguirlo. La bruja le dijo que ese hijo tenía que nacer, y para eso me necesitaba a mí. No le creí. Se mostraba segura pero no le temí. Volvimos a coger, pero fue la última vez. Y nos alejamos. Después de un café y una mentira sostenida hasta el final, nos despedimos y nunca más nos vimos a ver. Y no la quiero ver. Y no quiero recordarla nunca más. Y todavía no sé por qué hice todo aquello. Todavía no sé porqué no la olvido. ¿Será que el gato no termina de tapar su mierda? ¿Será que el chancho aún se revuelca en su chiquero? Pero la bruja mintió. Yo no era el hombre de su vida. Y el hombre del que ella se enamoró murió hace años. Ya no existe. Y esto no es una disculpa. Esto no es un perdón. Esto es la mierda que intento expulsar de mi mente. Porque todos tienen algo para meter bajo tierra. Y solo espero que esté intentando ser feliz. Yo lo estoy intentando. Aunque aún haya mierda para tapar. Y aunque esto sea solo una mentira más de la bruja.

21 y 22 de diciembre de 2011

1 comentario:

  1. le temática de este cuento no es de mi agrado, reconozco que está bien escrito...prefiero otros....dale que con un feliz??????...porque no??????....eh??????.....
    me agradó la sintaxis y el final.....

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