El viento se llevó
el humo sin permiso alguno. Fernando sostenía el cigarrillo con la mano
derecha, entre los dedos mayor e índice. El viento agitaba las hojas de los
árboles y el pelo de Fernando. Comenzaba a oscurecer a pesar de que recién eran
las seis de la tarde. Fernando miraba una y otra vez hacia la calle, esperando a
que llegara Hugo. La plaza estaba vacía, como siempre.
La resaca aún le
duraba. La sentía en todo el cuerpo pero era su cabeza la que más le reclamaba.
Tres tequilas fueron demasiados, pero el error fue el cuarto que bebió casi
obligado por Fernando. Siempre terminaba haciendo lo que Fernando quería. Le
molestaba esa seguridad, esa manía de hablar de todo sin saber nada. Pero de cierta
manera lo admiraba. Las seis de la tarde. Fernando lo estaría esperando y a
fuera estaba frío. Que esperara un poco más.
Encendió otro
cigarrillo que compartió con el viento que le fumó la mitad. Hugo no llegaba.
Las seis y cuarto y Hugo no llegaba. ¿Se habrá quedado dormido? Era un vago.
Dormía todo el día, vivía con la abuela y no trabajaba. Siempre andaba pidiendo
plata prestada. A Fernando le debía casi quinientos pesos pero no se animaba a
cobrárselo. Al pedo, si sabía que no tenía con qué pagarle. Levantó los hombros
para tratar de tapar el cuello.
Salió de su casa y
caminó a paso ligero. Ya se estaba arrepintiendo de haberle hecho esperar a su
amigo. Pero bueno, le llevaba eso. Mierda, estaba frío. Todavía no era
invierno, pero se le parecía. A lo lejos vio a Fernando que se movía como una
fiera enjaulada. Que no jodiera. Hugo no quería que lo jodieran.
-Eh loco me cagué
de frío.
-No jodas,
Fernando.
-¿¡Cómo no jodas!? Me
dijiste a las seis.
-Bueno, ya estoy
acá. No jodas.
-Andá a la mierda, boludo.
No jodas me decís. ¡Me cagué de frío te estoy diciendo!
-Te traje lo tuyo.
-Y sí.
-Son doscientos.
Está bueno.
-Cada vez más
chico, loco. Te vieron la cara.
-Son doscientos,
igual.
-Si te los voy a
pagar, boludo.
-Y sí.
-“Y sí”. Pelotudo.
El frío tensó los
cuerpos. Los dientes se apretaron y marcaron las mandíbulas en los rostros. Los
amigos se miraron, me midieron, se evaluaron. Fernando sacó un cigarrillo y le
convidó otro a Hugo. Fumaron en silencio, agazapados detrás de un árbol. Las
siete de la tarde. El cielo amenazaba con lluvia pero no se decidió hasta las
siete y veinte.
-¿Qué hacías?
-Nada, me colgué
tirado en mi cama.
-¿Estaba tu vieja?
-Sí. Estaba
cocinando, creo.
-¿Trajiste algo?
-Sí, algo.
Frío. Las orejas
coloradas. Las manos heladas, casi entumecidas. Costó prenderlo. Primero fumó
Hugo. Una, dos, tres pitada. Después Fernando. Dos pitadas largas. Después fue
vicio. Fue fumarlo para que no lo fumase el viento.
-¿Apareció tu
viejo?
-Sí. Estaba en lo
de Zabala.
-Siempre lo mismo,
tu viejo.
-Siempre lo mismo.
Frío. Por todos
lados. Hasta en el silencio. Hasta en las palabras.
-Ayer lo vi.
-¿A quién?
-A tu viejo.
-Ah.
-…
-¿Estaba en pedo?
-Sí.
-…
- Pero no tanto.
Frío. En todo el
cuerpo. En toda la mente. En todos los sentidos.
-No me cuentes.
-¿Qué cosa?
-Cuando lo veas a
mi viejo en la calle. No me lo cuentes.
-Está bien. Perdón.
-…
-Che, ¿tenés los
doscientos pesos?
-Ya te dije que te
los iba a dar.
-Sí, pero me tengo
que ir.
Frío. Hasta dentro
del pantalón, de la remera, del pulóver, de la campera. Las monedas congeladas.
Los billetes aplastados.
-Más vale que esté
bueno.
-Está bueno.
-Más vale.
Hugo guarda la
plata. Fernando saca otro cigarrillo.
-Lo fumamos a
medias porque me quedan pocos.
-Dale.
Hugo nunca tenía
cigarrillos. Nunca le preocupó tenerlos. El viento apagó el encendedor un
par de veces, pero finalmente el cigarrillo fue compartido. Y a las siete y
veinte, la lluvia cayó a la tierra y fue la excusa apropiada para despedirse.
-Me voy, che.
Hablamos mañana.
-Sí, yo igual me
voy.
-…
-Hablamos mañana.
-Dale. Hoy está muy
frío.
Y nadie dijo más
nada. Ni el viento, ni la lluvia, ni el frío. Hugo agarró para la izquierda y
Fernando dobló a la derecha.
A tres cuadras,
Hugo se cruzó al padre de Fernando, ebrio y empapado por la lluvia. Se hizo el
boludo para no saludarlo. Nunca se lo contó a su amigo porque lo olvidó. El
frío lo superó.
29 y 30 de
diciembre de 2011
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