viernes, 4 de febrero de 2011

Secretos

El viento golpeó su rostro y lo devolvió a la realidad. Y rió a carcajadas. Antes se encontraba en otro mundo. En su mundo.

Su cuerpo estaba acá, en una casa deshabitada en la que encontró refugio de la lluvia torrencial que lo sorprendió a medio camino de vuelta a su casa. Pero su mente lo había transportado (una vez más) al mundo que tanto lo atemorizaba. Un bosque oscuro donde habitaban árboles que lo observaban, que lo rodeaban.

Creía que aquellos ojos tenían la capacidad de mirar más allá de lo que él se atrevía a mirarse. Porque él también se ocultaba cosas, tenía secretos que ni a él mismo se contaba. Porque él mismo se temía.

Temblaba. Acá y allá temblaba. Acá de frío, allá de miedo.

Los árboles susurraban, reían… lo observaban. Se contaban los secretos que él no quería oír. Todas aquellas cosas que había pensado y hecho durante su vida pasada y que había logrado olvidarlas, se le hacían presentes en los susurros de los árboles.: muerte, sexo, asesinato, sangre, suicidio, odio, amor, llantos, humillación, mentiras, verdades… Su vida.

Su pasado, todo aquello que él creía haber logrado olvidar, porque la vida le había dado otra oportunidad, porque había sobrevivido y porque nadie nunca sospechó nada; todo aquello estaba allá, y cada escena vivida se le hacía palpable, sentía volverlo a repetir y le dolía más que le vez que realmente lo vivió.

Y el miedo se apoderaba automáticamente de su cuerpo, temblaba, lloraba y terminaba siempre en una pose fetal. Sabía que ese mundo habitaba en su mente, pero no podía evitar caer una y otra vez y revivir sus culpas, rodeado de aquellos árboles, que efectivamente tenían ojos en sus troncos y en sus ramas. Y efectivamente, parecían reírse y susurrar aquellos secretos que viajaban por el aire y así se enteraban los demás árboles del bosque. Y todos juntos reían, se reían de él.

Y él se sentía desnudo ante esas miradas, se sentía vulnerable, frágil ante tanta verdad, ante tanto daño, tanta sangre y tantas lágrimas… Y siempre terminaba riendo a carcajadas, y no paraba hasta volver al mundo real, donde lo despabiló el viento que golpeó su rostro y se vio en una casa abandonada.

A fuera llovía pero no mucho menos que en sus ojos.



27 de enero, 4 de febrero de 2011

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