Me despertaron los
aullidos de los perros y los pasos de los gatos en el techo. Parecían cientos
de gatos. Pero hubo algo más. (¿Un
trueno?- ¿Un disparo?- ¿Una bomba?) Me senté sobre la cama. Oía perros
aullar desde todos lados. Quise mirar la hora en el celular, pero estaba
apagado. Traté de encenderlo, pero no respondía. Busqué un cigarrillo (el pantalón-la campera-la mesa de la cocina)
y recordé que el último lo había fumado antes de acostarme. Me levanté y, en bóxer y con los pies
desnudos, me dirigí al baño. Los perros no paraban de ladrar. Cuando quise
tirar la cadena del inodoro, descubro que no hay agua. Ni luz. Ni gas. (Como en tantas casas de la ciudad). Los
gatos seguían corriendo por el techo y sus maullidos parecían el llanto de un
bebé. De un bebé diabólico, que gatea hasta tus pies. Pero esos pensamientos
los había tenido en la infancia, ya no me
asustaban. Me asomé a la ventana y del cielo caía un polvillo rojo (colorado, carmesí, escarlata, bermejo.
¡Bermejo!) Los perros corrían en todas direcciones, aullando o gimiendo,
buscando refugios. Se tiraban contra las puertas cerradas de las casas. Los
gatos corrían o trepaban árboles y postes, sin dejar de maullar y chillar como bebés
diabólicos. Me vestí apresurado, decidido a averiguar algo de todo aquello.
Antes de salir, cubrí mi boca y mi nariz con una bufanda, y mis ojos con unos
lentes de sol. Estaba nervioso. Necesitaba un cigarrillo. Esa era mi excusa
para enfrentarme al polvillo (bermejo)
rojo.
Las calles estaban
desiertas (Desiré), salvo por los
perros y gatos que los había por todos lados. Buscando un refugio (como en tantas calles de la ciudad), tratando
de invadir las casas oscuras y enrejadas (por
la inseguridad-como las de Tim-). Los gatos saltaban de los techos y daban
contra los vidrios de las casas. Y parecían turnarse, uno detrás del otro.
Habían ventanas trizadas (¡ya casi lo
logran!) y otras manchadas con sangre. Pero los gatos ensangrentados ya
estaban en el techo, esperando el próximo salto. Cuando se percataban de mi
presencia, hacían silencio, se miraban entre ellos: perro a perro, gato a gato,
perro a gato. Algunos movían la cola, otros miraban de costado, con las orejas
gachas, pero ninguno se me acercaba (ahora
sos un extraterrestre-bermejo- en esta tierra-ciudad-pueblo) como si me
temieran. Las calles de adoquines se perdieron entre el polvillo. Del cielo
seguía cayendo el polvillo rojo. Los perros comenzaban a silenciarse y me
seguían de lejos. Cuando llegué a la avenida del barrio, me encuentro con las
calles atestadas de autos y colectivos que chocaron contra postes, árboles,
casas y entre autos mismos. Los colectivos estaban atestados de cuerpos
enredados e impactados por el golpe. ¿Todos muertos? (Volvamos a casa- con cigarrillos-con comida- el segundo caballo-el
segundo sellos -fueron ustedes- fuiste vos- fui yo- fuimos todos- fueron ellos
antes de que el tiempo fuera el tiempo, antes que se decidiera que el segundo
sello era el caballo bermejo) Todos muertos.
No me di cuenta
cuando estaba adentro de la estación de servicio. Perros y gatos me esperaban a
fuera. Había contado 85 perros y 71 gatos, pero eso había sido cinco cuadras
antes de llegar a la estación. Ahora eran más de cien de las dos especies. Los
playeros yacían en el piso, como durmiendo la siesta eterna. Dentro de la
estación habían tres muertos,: un matrimonio tirado sobre la mesa en la que
bebían sus cafés antes (del fin-seis-cuatro) de lo que sea que haya ocurrido, y
la chica que atendía (la de las tetas
grandes- la que te ve y te busca los cigarrillos antes de que se los pidas-la
de las tetas grandes “vestida de sol, con
la luna debajo de (las tetas)
sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”) la estación. Todos
muertos. Saqué un atado de cigarrillos y dejé la plata sobre el mostrador. Salí y caminé hasta la playa del barrio. El
mar estaba teñido de rojo ((colorado,
carmesí, escarlata, bermejo. ¡Bermejo!) Grité. “¡Hola! ¿Hay alguien?” y me
reí, me sentí ridículo (por todos-por
vos-por mí-por él-por ella-ellos y aquellos- ridículos) miré por última vez
el cielo antes de volver a casa, acompañado de mis nuevos amigos. Recién en
casa pude prender el cigarrillo y disfrutarlo tranquilo. El polvillos había
entrado por las rendijas de la casa y del piso se levantaba un polvillo que fui
aspirando junto al humo del cigarrillo. Después me desnudé y me volví a
acostar. Cuando estaba entrando en el trance que nos va llevando al sueño, en
el que el oído se agudiza y donde nos sentimos caer y flotar, escuché la voz de
mi madre que me decía, me susurraba al oído que salió otro caballo bermejo, y
al que lo montaba le habían dado el poder de quitar de la tierra la paz, y que
se matasen unos a otros, y se le dio una gran espada. Y un perro aulló hasta el
fin.
03 de octubre de
2011- 27 de abril de 2012
Exquisito!! un placer leerlo. te felicito! me gusta mucho este escritor en el que te estas convirtiendo... muy bueno
ResponderEliminarBuenisimo!!! Me encantó, escalofriante y atrapador =)
ResponderEliminarsublime es la palabra !! felicitaciones !! se ha superado usted a si mismo ! ... vuelvo a insistir: para cuando la publicacion??? Muy bueno Victor en serio.
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