viernes, 27 de abril de 2012

Bermejo

Me despertaron los aullidos de los perros y los pasos de los gatos en el techo. Parecían cientos de gatos. Pero hubo algo más. (¿Un trueno?- ¿Un disparo?- ¿Una bomba?) Me senté sobre la cama. Oía perros aullar desde todos lados. Quise mirar la hora en el celular, pero estaba apagado. Traté de encenderlo, pero no respondía. Busqué un cigarrillo (el pantalón-la campera-la mesa de la cocina) y recordé que el último lo había fumado antes de acostarme.  Me levanté y, en bóxer y con los pies desnudos, me dirigí al baño. Los perros no paraban de ladrar. Cuando quise tirar la cadena del inodoro, descubro que no hay agua. Ni luz. Ni gas. (Como en tantas casas de la ciudad). Los gatos seguían corriendo por el techo y sus maullidos parecían el llanto de un bebé. De un bebé diabólico, que gatea hasta tus pies. Pero esos pensamientos los había tenido en la infancia,  ya no me asustaban. Me asomé a la ventana y del cielo caía un polvillo rojo (colorado, carmesí, escarlata, bermejo. ¡Bermejo!) Los perros corrían en todas direcciones, aullando o gimiendo, buscando refugios. Se tiraban contra las puertas cerradas de las casas. Los gatos corrían o trepaban árboles y postes, sin dejar de maullar y chillar como bebés diabólicos. Me vestí apresurado, decidido a averiguar algo de todo aquello. Antes de salir, cubrí mi boca y mi nariz con una bufanda, y mis ojos con unos lentes de sol. Estaba nervioso. Necesitaba un cigarrillo. Esa era mi excusa para enfrentarme al polvillo (bermejo) rojo.

Las calles estaban desiertas (Desiré), salvo por los perros y gatos que los había por todos lados. Buscando un refugio (como en tantas calles de la ciudad), tratando de invadir las casas oscuras y enrejadas (por la inseguridad-como las de Tim-). Los gatos saltaban de los techos y daban contra los vidrios de las casas. Y parecían turnarse, uno detrás del otro. Habían ventanas trizadas (¡ya casi lo logran!) y otras manchadas con sangre. Pero los gatos ensangrentados ya estaban en el techo, esperando el próximo salto. Cuando se percataban de mi presencia, hacían silencio, se miraban entre ellos: perro a perro, gato a gato, perro a gato. Algunos movían la cola, otros miraban de costado, con las orejas gachas, pero ninguno se me acercaba (ahora sos un extraterrestre-bermejo- en esta tierra-ciudad-pueblo) como si me temieran. Las calles de adoquines se perdieron entre el polvillo. Del cielo seguía cayendo el polvillo rojo. Los perros comenzaban a silenciarse y me seguían de lejos. Cuando llegué a la avenida del barrio, me encuentro con las calles atestadas de autos y colectivos que chocaron contra postes, árboles, casas y entre autos mismos. Los colectivos estaban atestados de cuerpos enredados e impactados por el golpe. ¿Todos muertos? (Volvamos a casa- con cigarrillos-con comida- el segundo caballo-el segundo sellos -fueron ustedes- fuiste vos- fui yo- fuimos todos- fueron ellos antes de que el tiempo fuera el tiempo, antes que se decidiera que el segundo sello era el caballo bermejo) Todos muertos.

No me di cuenta cuando estaba adentro de la estación de servicio. Perros y gatos me esperaban a fuera. Había contado 85 perros y 71 gatos, pero eso había sido cinco cuadras antes de llegar a la estación. Ahora eran más de cien de las dos especies. Los playeros yacían en el piso, como durmiendo la siesta eterna. Dentro de la estación habían tres muertos,: un matrimonio tirado sobre la mesa en la que bebían sus cafés antes (del fin-seis-cuatro) de lo que sea que haya ocurrido, y la chica que atendía (la de las tetas grandes- la que te ve y te busca los cigarrillos antes de que se los pidas-la de las tetas grandes “vestida de sol, con  la luna debajo de (las tetas) sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”) la estación. Todos muertos. Saqué un atado de cigarrillos y dejé la plata sobre el mostrador.  Salí y caminé hasta la playa del barrio. El mar estaba teñido de rojo ((colorado, carmesí, escarlata, bermejo. ¡Bermejo!) Grité. “¡Hola! ¿Hay alguien?” y me reí, me sentí ridículo (por todos-por vos-por mí-por él-por ella-ellos y aquellos- ridículos) miré por última vez el cielo antes de volver a casa, acompañado de mis nuevos amigos. Recién en casa pude prender el cigarrillo y disfrutarlo tranquilo. El polvillos había entrado por las rendijas de la casa y del piso se levantaba un polvillo que fui aspirando junto al humo del cigarrillo. Después me desnudé y me volví a acostar. Cuando estaba entrando en el trance que nos va llevando al sueño, en el que el oído se agudiza y donde nos sentimos caer y flotar, escuché la voz de mi madre que me decía, me susurraba al oído que salió otro caballo bermejo, y al que lo montaba le habían dado el poder de quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros, y se le dio una gran espada. Y un perro aulló hasta el fin.

03 de octubre de 2011- 27 de abril de 2012

3 comentarios:

  1. Exquisito!! un placer leerlo. te felicito! me gusta mucho este escritor en el que te estas convirtiendo... muy bueno

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  2. Buenisimo!!! Me encantó, escalofriante y atrapador =)

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  3. sublime es la palabra !! felicitaciones !! se ha superado usted a si mismo ! ... vuelvo a insistir: para cuando la publicacion??? Muy bueno Victor en serio.

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