viernes, 8 de julio de 2011

Sin exagerar, eh.



Para mí que fue el mejor invierno. No quiero exagerar, pero… Para mí que lo fue. ¡Qué no lo iba a ser si la nieve nos llegaba hasta las rodillas! Y en algunas partes, allá, en el campito donde jugábamos al béisbol con los pibes, ¡al béisbol jugábamos! y eso que acá en Argentina no se da mucho ese deporte, ¿vio?, es cosa de los yanquis esos, parece, pero era divertido, eh. Yo le digo, a mí me gustaba más que el fútbol, eh. Con eso le digo todo. Y todo el barrio se juntaba a jugarlo, ahí, en ese campito que ya quedó como “La cancha del bat”, porque le decíamos bat en vez de béisbol, a lo mejor por eso no lo sentíamos yanqui, porque la nombrábamos a la que te criaste, ¿vio?, porque era nuestro juego. Cosa de pibe. La cosa es que ahí, en la cancha del bat la nieve nos llegaba hasta la cintura. Y estaba todo el barrio a fuera jugando a la guerra de nieve y esas cosas que hacen las criaturas. Ahí, como quien no quiere la cosa, nos fuimos encontrando, con el Colo, con el Ricardo, con el Checky y el Pepino. Los amigos ¿vio? Y comenzamos a hacer el tradicional muñeco de nieve que ese sí que no sé de que cultura es, pero debe ser de los yanquis también, ¿no? La cosa es que una bolita que cabía en la mano del Colo comenzó a crecer más y más, viera usted, y llegamos a tener que empujarla entre todos. Gigante. Sin exagerar, eh. Al pedo igual porque esos muñecos pierden la gracia a penas uno termina de formarle el rostro y vestirlo. Las chicas se ponían pesadas con las fotos, y bueno, todos a la foto, pero enseguida a uno le daba ganas de destruir lo construido. Por pura maldad, nomás. De dañino. O eso me pasaba a mí, por lo menos. Cosas de niños, ¿no? Nos recagábamos de frio pero igual seguíamos jugando. Y alguien, no sé bien quién, pero ha de haber sido Ricardo que se le ocurrían todas las maldades, pero si le digo le miento, porque con los años a uno se les confunden hasta los rostros, ¿vio? La cuestión es que alguien  propuso de ir a tirarnos con chapas y cartones a la bajada de La Laguna de Prefectura. ¡El  atolondramiento de la niñez!, ¿se da cuenta? Y allá fuimos todos, a buscar chapas y cartones a “Los Barcos”, un cementerio de restos de barcos y redes que estaban tirados en un patio de nadie. De esos patios que no son de nadie ¿vio?, de esos. Uh! en “Los Barcos” hay cada historia… que si le cuento me voy por las ramas y ando apurado ¿vio? Usted sabrá entender. Pero no me quiero ir sin terminarle el relato. Es feo quedarse así, sin saber como terminan las cosas, pero las cosas no terminan nunca, continúan otros rumbos, otras historias. Uno cuenta hasta cierto momento y porque necesita terminar de alguna forma que si no, se vuelve biografía y eso es otra cosa. Pero ¿ve?, ya me estoy yendo por las ramas y eso que no era mi intención. La cosa es que las chapas y cartones aparecieron por algún lado. Ya no se si la encontramos en “Los Barcos” o en el barranco que había detrás de las viviendas de la Comodoro Py. De ese barranco sacábamos cada cosa… Hasta plata se encontraba uno ahí. ¡Y juguetes! Porque cuando uno es chico valora más los juguetes que la plata ¿no?, o a mí me pasaba eso, por lo menos. Porque la realidad es que nunca me compraban juguetes, así que cuando me encontraba uno lo cuidaba como oro, como quien dice. Y dicen que una infancia sin juguetes no es infancia, pero ahí uno tenía la imaginación y se divertía con cualquier pelotudez, ¿no? Y los juegos eran de a grupos, éramos muchos, a veces todo el barrio, pero ya me estoy yendo por las ramas de nuevo. La cosa es que nos fuimos hasta la bajada de La Laguna de Prefectura, y de ahí nos largábamos. La bajada era de tierra y de tanto que le pasaron los autos quedó hecha un vidrio, y tomabas una velocidad de San Puta. Y allá salían las viejas a gritarnos, a decirnos que estábamos locos, que iban a llamar a la policía, decían, y salió la mamá de Pepino y ya lo mandó para adentro y tuvimos que abandonar el juego. Pero viera usted lo divertido que era tirarse de esa bajada tan empinada, que uno sentía la adrenalina en todo el cuerpo, la libertad en la garganta, en ese aire frío que a uno le entraba en el pecho. Sin exagerar, eh. ¡Puta si era divertido! Así que nos fuimos medios cabizbajo, ¿vio? Habíamos perdido a un compañero. Nunca me gustó eso de “perdimos un soldado” y eso que jugaba a los pistoleros y tenían algunos soldaditos de plásticos, de esos que venían con las patas pegadas de tan malo que era el molde. Todo verde, hasta las caras. ¿De ahí habrán inventado los yanquis al Jul ese que tiene todo el cuerpo verde? ¿Lo ubica? Pero enseguida uno se olvidaba que se fue el compañero porque ya había otra cosa con qué divertirse. Caminando y, como quien no quiere la cosa, llegamos al costado de La Laguna de Prefectura. La laguna y el barranco estaban divididos por una calle de tierra que nunca era transitada porque era una calle sin salida. Ahí estábamos nosotros, en esa división. Si uno miraba para arriba tenía el lado de atrás de las casas de la Comodoro Py y el barranco. Lo digo así como para que se haga una idea nomás de cómo era la situación, porque ahora viene la parte final, la última aventura así no lo aburro. Después me critican que la hago larga, pero es que uno se apasiona a veces, sobre todo en este estado, usted me entiende. La cuestión es que Ricardo que siempre andaba tirando piedras, tenía esa manía. Y resulta que tira una piedra a la laguna y la piedra choca contra algo duro. ¿Me cree si le digo que la mitad de la laguna estaba congelada? ¡Puta si había sido un gran invierno! Y nosotros, ¿¡qué íbamos a hacer!? Y ahí nomás el desafío, a ver, quién es el más macho, el más valiente y se anima a pararse sobre el hielo primero. Esas cosas que los chicos proponen sin medir las consecuencias ¿vio? Como lo que uno es, una criatura. Y nos fuimos acercando, y primero un pie mientras el  compañero lo sostenía del brazo, por si el terreno no era firme. Pero ¡qué no iba a estar firme! ¡Una roca! Sin exagerar, eh. Y ahí nos paramos todos, patinamos por largo tiempo. Todos con miedo pero tratando de que no se note, para no quedar como marica nomás. Pero que no íbamos a tener miedo si en esa laguna se murió un hombre que cayó con su camioneta, una madrugada que venía medio en pedo, parece. O eso siempre se dijo. Pero vio como son esas cosas. Puro chisme, nomás. Pero a uno, cuando es chico esas cosas lo asustan un poco. En esa laguna también se decía que había pirañas y por eso no se encontró el cuerpo del hombre, porque se lo comieron las pirañas, aunque todos los años volvían los patos y cisnes también sabían haber. De cuello negro los más, aunque algunos blancos completos también supe ver. Lindos bichos, ¿no le parece? La cosa que ahí estábamos, parados sobre ese “ojo de mar” como le decían algunos, sobre la laguna del agua podrida y contaminada, como nos decían nuestros padres, y uno no cuestionaba casi. Caminando sobre el agua, como Jesús aunque esta agua era congelada, ¿no? Pero medio que uno se sentía Jesús en ese momento. No se si me explico. Y ahora el desafío era cruzarla de punta a punta, a lo ancho, ¿no? Porque la laguna era más bien  larga, si después ahí los de Prefectura practicaban remo y todo. La cosa es que decidimos cruzar, arrastrando los pies despacito, con el oído atento por si se escuchaban rajaduras en el hielo. Porque no se olvide que solo la mitad estaba congelada, el resto era agua común y corriente, pero podrida. Y no íbamos por la mitad de la laguna cuando escuchamos los gritos de las viejas, de allá, de arriba del barranco, gritándonos de todo, que llamaron a la policía, que iban a hablar con nuestros padres, que estábamos locos, que las queremos matar de un susto, y todas esas cosas que dicen las viejas, ¿no? La inconsciencia de los chicos. Los gritos nos pusieron nerviosos, parece, porque uno se volvió casi llorando. No voy a decirle quién, ¿para qué? Pero de repente, el que iba a delante avisa que el hielo se estaba rajando. Imagine el cagazo que nos agarramos. Del mismo cagazo uno salió corriendo hasta lograr cruzar al otro lado donde ya estaba el Colo, y yo me quedé ahí, parado. Tenía miedo, ¿para que le voy a andar con vuelta a usted? Miedo de moverme y caer, si hasta sentía los dientes de las pirañas bajo mis pies, si hasta pensaba que el mismo muerto era el que trataba de romper el hielo, ¡vea la ocurrencia! Y a la mierda eso de creerse Jesús. Y las viejas que seguían gritando y yo ya que veía las sirenas de la policía y la ambulancia, y a mi madre y mis hermanos… Si hasta me amanecía ahí, en mi imaginación de niño, ¿me entiende? Pero al final salí, arrastrando los pies, con cuidado, con precaución, pero salí. Los demás se reían porque había sido una mentira eso de que el hielo se estaba rajando. ¿Se da cuenta? ¡Una mentira! Y un poco me molestó, ¿para que lo voy a negar? Ya de chico era medio calentón. Pero si, fue el mejor invierno en Deseado. Sin exagerar, eh.
4 de mayo- 8 de julio de 2011

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