viernes, 24 de junio de 2011

Lo que no ocurrió (“Chau”)


Charlaban de cómo las sombras de cada uno a veces parecieran adelantarse, como si huyeran de algo, de alguien. También dijeron que las sombras de los árboles siempre proyectaban imágenes tétricas. Silencio. Los dos sentados en la garita, esperando el colectivo. Pasó un perro de pelaje marrón claro, como el café con leche que Francisca le daba a su hermanita antes de llevarla al jardín de infantes. El perro le olió el pie a Gerardo, y se fue. Rieron. Francisca un poco más que Gerardo. Él la observó y le dijo que se parecía a una actriz, pero que no sabía el nombre de la misma. “¿En qué películas trabajó?”, preguntó interesada, Francisca. “Uh, soy malísimo con los nombres de películas”, dijo Gerardo, avergonzado porque en realidad nunca le había prestado atención al cine y sabía que a ella sí le importaba el tema. “Bueno, pero contame más o menos de qué se trataba la película en que la viste”, insistió ella. Y Gerardo no encontró otra salida que mentir, que inventarse un argumento, una mezcla entre un drama y thriller, olvidándose por completo que no sabía mentir y mucho menos inventarse una historia. Francisca se dio cuenta que lo estaba inventando porque no era muy coherente el argumento, pero lo dejó seguir un rato más, hasta que se cansó y dijo: “No, ni  idea de quien puede ser la actriz”. Gerardo prendió un cigarrillo y asomó la cabeza afuera de la garita para ver si aparecía algún colectivo que lo sacara de esa situación. La tarde había sido fresca así que los planes que había hecho de invitarla a la plaza fueron descartados y en remplazo estuvieron toda la tarde en la casa de él, mientras la madre dormía la siesta. Se la oyó toser un par de veces y él tuvo que explicar que andaba mal de salud. Tomaron mates mientras hablaban de cosas sin sentidos y callaron tantas otras. La radio estuvo encendida todo el tiempo e hizo que los silencios tuvieran música, lo cual alivió a Gerardo, pero no le prestaron mayor atención salvo cuando sonó la canción que a los dos les gustaba. Hablaron un poco del cantante aquel. Francisca dijo tener casi toda la discografía. Gerardo dijo que él igual pero que en la computadora. Ella hizo un gesto que él no supo descifrar pero no le gustó ni un poquito. Aunque eso también se lo cayó. Estuvieron casi dos horas charlando. Hubo risas, silencios (con música), preguntas, respuestas… Gerardo esperaba la despedida para “pasar a otro nivel”, como le decía a sus amigos. A Francisca le molestaba la espera, deseaba estar en su casa, tenía que llegar a cocinar, quería leer un poco antes de acostarse. La tarde le fue agradable pero Gerardo comenzaba a aburrirla, a ponerla fastidiosa. “Che, no pasa más el cole” dijo Gerardo, solo por decir algo, desconociendo que a veces es mejor callar. Pero es que a él le incomodaban los silencios, nunca los supo disfrutar. “Chocolate por la noticia”, pensó adolescente, Francisca. El colectivo tenía un retraso de veinte minutos. El perro volvió a la garita y se acercó a Gerardo “¿Qué pasa, chiquito? ¿Estás solito?”, preguntó aniñado, Gerardo, mientras le acariciaba el lomo y las orejas. El perro movía la cola e intentaba saltarle encima. Francisca los observó y sonrió. Le pareció una escena tierna y Gerardo se le antojó más interesante, solo por ese gesto y por la voz impostada, la voz aniñada. “Allá viene uno”, comentó Gerardo y se puso de pie. El perro lo observaba, esperando a que él volviera a acariciarlo, no entendiendo por qué se detuvo. Francisca se puso en pie en el momento que él le hacía señas al colectivero para que se detuviera. Ambos se pusieron nerviosos ante la despedida. Ella estaba convencida de que él no se animaría a besarla. Él pensó que ella lo rechazaría, pero bueno, que con intentarlo no perdía nada, de última pediría disculpas si fuera necesario. “Chau”, dijo Francisca y rozó su mejilla con la mejilla de Gerardo. “Chau” dijo Gerardo, más por costumbre a responder con la misma palabra en una despedida, que consciente  de la despedida misma, el momento que esperaba, el “otro nivel” que le pasó por enfrente y se lo llevó el colectivo. No ocurrió lo que esperaba, no sintió los labios, ni siquiera en la mejilla y él sólo había dicho “Chau”. Miró al colectivo irse. Leyó que en la parte de atrás había un número de teléfono para quejas, emergencias y demás. Se rió al pensar que debería llamar quejándose por lo que no ocurrió con Francisca, y pensando en esto abandonó la garita y se fue caminando a su casa que quedaba a dos cuadras nomás, acompañado del perro marrón clarito al que le puso de nombre “Chau”.

17 y 19 de junio de 2011

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