viernes, 10 de junio de 2011

La carta


La casa era humilde. El techo de chapa había dejado filtrar la lluvia de la noche anterior que humedeció las paredes de bloques sin revocar y creó goteras por todos lados. Una mesa de madera rústica donde Julia gravó su nombre con un cuchillo serrucho. Un sillón con la pata caída, cubierto por una frazada para ocultar lo estropeado del tapizado, adornado con unos almohadones hechos por las mismísimas manos de Doña Teresa, la madre de Julia y de Mercedes, “La Chola”. La cocina era a garrafa y otra a leña. El televisor estaba sobre el mueble más grande y más nuevo de la casa. En el mismo mueble se encontraba una radio vieja y algunos adornos y fotos de Don Ubaldo Suazo, Dios lo tenga en la gloria. “Él mismo levantó la casita toda, con sus propias dos mano, ¡vieras vos!”-, sabía decir Doña Teresa a quien quisiera escuchar, orgullosa de su hombre. Por fuera, la casa mostraba una puerta blanca mal pintada, donde en ciertas partes dejaba ver que alguna vez fue azul. Los dos perros que estaban atados a un costado de la puerta, junto a sus cuchas hechas con chapas y sostenidas con bloques, con piso de cartón y trapos viejos o trapos que el viejo dejó y que no le hallaron otro uso; los dos perro estaban encerrados por una tranquera que se sostenía por un alambrado, de un lado, y unas redes del otro. Con este panorama se encontró Beatriz cuando golpeó las manos detrás de la tranquera. “Pata floja”, tal era el nombre que recibía el ovejero alemán negro, el más viejo y el más querido por la familia, pero también el que más visitas mordió, ladró y corrió violentamente hasta lo que le permitió la cadena que lo ataba, mostraba los dientes filosos estirando los labios y arrugando el hocico. Beatriz se puso nerviosa y estiraba el cuello tratando de ver a alguien. La tranquera estaba a unos pasos de la puerta blanca. Doña Teresa, que en ese momento ponía a calentar la grasa que tenían en una lata de dulce de membrillo, escuchó el ladrido de Pata floja y la voz de una mujer. Salió a ver qué ocurría.

-¿A quién busca?- preguntó secamente, Doña Teresa

-¡Teresa, ¿no me reconocés?! Soy yo, Beatriz, la mujer del Tarta Jiménez.

 “¡La mujer del Tarta Jiménez!, ¿¡quién no la va a conocer!?”-pensó Doña Teresa, pero se lo calló así como se calló todas las veces que vio que Don Ubaldo le tocaba la pierna y un poco más , a la mujer del Tarta y la muy desgraciada se dejaba tocar… Estos pensamientos pasaban por la cabeza de Doña Teresa mientras iba hasta la tranquera a abrirle a la mujer del Tarta Jiménez.

-¡Beatriz, qué cambiada estás! ¡Casi no te reconozco!

-Tenía miedo de entrar por los perros. Me enteré que uno mordió a la nena de la Marta, ¿es verdad?

-¡Ah, callate, Beatriz! No me hagás recordar a esa pobre criatura. El Pata nos salió bravo, pero en realidad es bueno. Se puso nervioso nomás. Y ahora la Marta me quitó el saludo, vieras vos- dijo Doña Teresa, con los ojos tristes y mirando el suelo pero enseguida se repuso y agregó- Pero pasá, Beatriz, si no hacen nada. ¡Pata, vaya pa`ya, carajo!

-No quería molestarte, pasaba a saludarte nomás. Hace un montón que no te veo. Ya no vas más a lo de Juana a comprar las verduras.

Doña Teresa no escuchó nada de todo lo dicho por Beatriz. Estaba concentrada en la tranquera, que tenía sus mañas.

-Perá que te abro la tranquera que tiene sus mañas, perá- y tiró con fuerza para adentro hasta lograr abrirla- Los hombres hacen las cosas pesadas y que sólo ellos pueden manejar. La Julia y yo tenemos el mesmo problema con la tranquera, pero La Chola le sabe todas las mañas, vieras vos como abre la tranquera esa chica. Ahí tá, ve. Pasá. 

-¿Cómo andás, querida? ¡Tanto tiempo!

-Lo mesmo digo. Hasta que te acordaste de los pobres- dijo Doña Teresa mientras conducía a Beatriz hasta la puerta, evitando que el Pata se le acercara y puteándolo al pasar.

-¿No te enteraste? Anduve por Buenos Aires- dijo Beatriz, mirando el interior de la casa.

-Algo escuché yo, pero no presté mucha atención. ¿Y a qué te juiste?

-Fui a conocer el departamento de la Vero, que está estudiando allá, ¿te acordás? 

-¿Y qué es lo que anda estudiando?- preguntó la dueña de casa y enseguida puso agua para el mate- Llegaste justo para las tortas fritas. Yo preparo el mate y vos lo cebás así frito las tortas.

-Yo preferiría un cafecito o un tecito, si no es mucha molestia. Es que ando mal del estómago. No se si fue el avión o qué, pero desde que llegué que ando así, media mala. 

-Tecito va tener que ser porque café no me quedó y en todavía no cobró La Chola, y eso que ya vamos para el quince de mes.

-¿Y dónde está trabajando La Chola?- preguntó ojeriza Beatriz y Doña Teresa, que de chinita se despertaba antes que cualquier gallo se percató de la sarna en la pregunta de la visita. Ella estaba al tanto de los rumores que se corrieron sobre La Chola después que tuvo al Gringuito. Pero ella era la madre de La Chola y ella la crió muy bien, por lo tanto sabía que su hija trabajaba en un bar nocturno pero, a no confundirse,  La Chola era moza. Fue la Miriam la que inventó aquello de “otros servicios”. Pero todos saben que la Miriam le tiene pica a La Chola, porque el Gringo la eligió a ella, a La chola, la marimacho, la varonera, la camorrera del barrio, y bien lindo y buenito que le salió el nieto a Doña Teresa, quien respondió mirando desafiante a su visita:

-Trabaja en la Santa Helena, la pesquera. Ahora está de supervisora de planta. Gana bien, gracias a Dios- dijo y se persignó- Ella me regaló el mueble. Me salió trabajadora La Chola y eso no lo puede negar nadie.

-No no, nadie- respondió avergonzada, Beatriz.

-Y contame vo, ¿que es lo que hace tu hija en Guenos Aires? 

-Está estudiando para letras y para filosofía. Va a ser licenciada.

-Mira, ve. ¿Y de hace cuánto que se jué? 

-Ya va a ser tres años, ya. Pero está contenta porque este año ya puede dar clase en la escuela, porque la licenciada es más que la profesora, ¿sabías vos?

-Mira, ve. No, no sabía nada. Yo de eso no entiendo mucho. La que me salió estudiosa acá, jué la Julia. Cada dos por tres sabe andar con los libros bajo el brazo, y después yo le pido que me cuente lo que lee y si vieras vos, Beatriz, lo lindo que lo cuenta si hasta parece que lo veo como en la tele, cuando teníamos el cable, porque ahora lo cortaron, si no te digo yo que a La Chola en todavía no le pagan y ya estamos a quince del mes.

-Si, por eso yo le digo a Vero que tiene que terminar, porque a veces extraña mucho si por eso fui yo para allá, para que no se sintiera tan sola. Vos vieras lo que es la ciudad, no te lo podés imaginar. Pero no conocí mucho porque nos tocó días malos, de mucha lluvia, así que nos quedamos en el departamento de Vale. Me mostró todo lo que tiene para estudiar, vos vieras. Pero se hace un tiempo y trabaja también.

-Mira, ve. En cambio a la Julia no la puedo mandar a hacer nada que se queja. Esa si que salió vaga. Solo el estudio y la lectura nomás.

-Pero está bien, Teresa, ella piensa en su futuro. Si podés mandala a estudiar y que se reciba de algo, lo que sea, pero que tenga un título. Sino ¿qué? ¡Se va a morir limpiándole la casa a los Rodríguez!

-Su madre limpió la casa de los Rodríguez y bien en pie que está. Vos sabés, Beatriz, que si yo pudiera les daría todo a mis hijas y mi nieto…

-Sí, lo sé.

Doña Teresa le dio la espalda con la excusa de poner las primeras tortas a la grasa que hervía. El ruido que produjo el contacto de la masa y el aceite, tapó el pequeño gemido que soltó Teresa para no llorar. Sabía que Julia nunca iba a poder estudiar. Sirvió el té para Beatriz y puso otra pava al fuego para cebarse mates sola. 

-Por suerte a la Vale le va bien en la universidad y en un año se recibe. Está vendiendo perfumes también. Pero de esos caros, no de los catálogos que se venden acá. Traje algunos para mostrarte- dijo Beatriz mientras buscaba apresurada su bolso. No notó que al sacar el muestrario de perfumes cayó un sobre de su cartera y fue a parar debajo del sillón al que le faltaba una pata. Una semana estuvo el sobre hasta que lo encontró La Chola, una tarde, limpiando.

-Mirá, este es un Carolina Herrara original. Es el perfume que usan las modelos y las actrices, me dijo Vale. Y es el más caro. Mirá, olé que rico huele.

Y Doña Teresa Olió y recordó su juventud, cuando Don Ubaldo la comenzó a cortejar en el Ferro, el bar al  que ahora iba su hija, La Chola los fines de semana. Y recordó el día que Don Ubaldo se acercó hasta la casa a pedirle permiso a Don Guzmán, para que La Teresita lo acompañe a la bailanta, y ahí nomás se lo ganó al viejo y hablaron del futuro. Pero el presente la encontraba sola a Doña Teresa, que decía:

-Mmh, qué rico, huele como a flores, ¿no? Pero yo ya no estoy pa´ esas cosas. Eso es pa´ la juventú- dijo, resignada y se cebó el primer mate.

-Pero a lo mejor a La Chola y a La Julia les gusta y compran uno. Yo se lo dejo y paso otro día a ver si encargaron algo. Sin compromiso, eh. Mi hija me va a mandar los perfumes de Buenos Aires y yo los reparto y después le envío la platita. Ella tiene un montón de clientas en la universidad.

-Mira, ve. Los jóvenes se adatan muy rápidos a los cambios de la vida. En cambio a una le cuesta tanto olvidar y adatarse a los cambios. Si parece ayer que mi Ubaldo estaba sentado ahí- dice, y señala con la cabeza la silla de Don Ubaldo. Y larga un suspiro para evitar las lágrimas, que hace seis años amenazan con salir en todo momento.

-Era tan bueno tu marido… Pero una tiene que estar de pie por las hijas, Teresa. Por suerte mi hija me salió bien agradecida y cuando se reciba nos va ayudar con una platita mensual, porque, no sé si te enteraste, pero el Tarta está muy mal de la sangre parece, pero para mi que es el vino. Él toma mucho y no me hace caso. Se enoja si le digo algo. Y esto la nena no lo sabe porque es capaz de dejar todo por el padre.

Teresa asiente, como si la escuchara, pero en realidad está pensando en que ya van a ser las siete y media, tendría que estar calentando el agua de la olla para que La Chola se llegue a bañar. Y la Julia debe estar viniendo para acá, ya habrá pasado a buscar al Gringuito por el jardín. Espero no les haga tanto frio. Por suerte La Chola cortó leña para toda la semana. Y toma otro mate. Las tortas fritas salieron calientes pero a la invitada no le importó y agarró una del plato. A las ocho menos cuarto, Beatriz decidió dar por terminada su visita. Se despidió de Doña Teresa y volvió a pasar el jueves a retirar el muestrario de perfumes que nadie le compró: “Y esta se piensa que acá viven ricos. Ni la Carolina Herrera me va a traer pa´darle de comer al Gringuito si no cobro”, se oyó decir una noche a La Chola.

El día que apareció la carta, La Chola había faltado al trabajo y decidió limpiar la casa. Dio vuelta todos los muebles y los cambió de lugar así parecía un lugar nuevo en un mismo espacio viejo, triste y frio. El sobre tenía escrito el nombre completo de Beatriz con una letra torpe pero clara. “Ah de ser de la Julia que ya anda noviando”, pensó La Chola, que no sabía leer y recogió el sobre que dejó en la mesa hasta que llegó la Julia, que traía de la plaza al Gringuito. Esa noche, después del estofado que se mandó la dueña de casa, La Chola se acordó de la carta y se la entregó, delante de la madre, a Julia. 

-Tomá. No andés perdiendo tus cosas.

Julia la miró sorprendida y tomó el sobre.

-Tiene el nombre de Doña Beatriz, la mujer del Tarta Jiménez. Lo manda la Vale, parece.

-¿Ve, y eso, que hace acá?- preguntó intrigada Doña Teresa

-Pero leela, tonta, a ver que dice la otra sonsa de la Vale. ¡Leela te digo!- dijo impaciente, La Chola, que no hallaba como sentarse ya.

Y la Julia leyó, y lo hizo muy bien, deteniéndose para aclarar y burlarse de algunos fragmentos de la carta, algunos errores que cometía la futura licencia en letras:

“… y cuando venda algunos de los perfumes, mándeme la plata, mamita, porque usted sabe lo que me cuesta esta pensión… la vieja mañosa de la pensión me hace apagar la luz a las dies de la noche, viera usted mamita, y ahí es cuando más lloro yo, cuando más extraño al Tomás (…) y todavía no pude ingresar a la unibersidad , como usted sabrá, madre, trabajo todo el día limpiando la casa de la patrona, que es buena conmigo y me regaló un pulóver de lana porque se le había corrido un punto(…) y el pulóver se lo voy a regalar para cuando vuelva a venir, y vaya una a saber cuando la volverán a traer los vientos a la ciudá (…) y en cuanto pueda mándeme la platita así pago la pensión que sino me corren a la calle y la calle está brava por acá (…) y que usted sabe, madre, que papá no se tiene que enterar que en todavía no ingresé a la universidad porque se va a malear más de su problema en la sangre(…)”

Las tres mujeres se rieron toda la noche y le pedían una y otra vez a la Julia que leyera la carta “de la licenciada de las letras y de la filosofía”, decía Doña Teresa, que en realidad lo pedía porque disfrutaba ver a la Julia leyendo, tan clara, tan correcta, burlándose de esa carta mal escrita, “porque la Julia escribe las mejores cartas, vieras vos lo bien que escribe esa chica”, comentaba donde podía Doña Teresa, orgullosa de sus hijas. 

Beatriz dio vuelta su casa buscando la carta de la Vero, pero el sobre ya había sido consumido por el fuego de la estufa a leña de Doña Teresa. La carta quedó olvidada en una de las cajas donde la Julia guardaba sus poemas y novelas. 

9 y 10 de junio de 2011

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