viernes, 3 de junio de 2011

Humedad


Fue con Gladys la bomba Tucumana que arrancó el baile. Ese “Negrito cuando yo bailo, si bailo de noche y día, a todos los vuelvo locos con mi pollera amarrilla…” cumplió lo dicho y enloqueció a todos. “Noche de recuerdos y cumbia”, decía la publicidad en la radio, y Marcela sabía que esa era su noche, y estaba dispuesta a hacer todo para que sea inolvidable… Y comenzaron los roces entre Esteban y Marcela, en ese boliche al que todos los viernes, religiosamente iban. Él ya le había tirado algunas indirectas que ellas las sintió bien directas pero no se hizo cargo.

 Pero esa noche sí tenía ganas de hacerse cargo y de mucho más.

Marcela disfrutaba de la cumbia. Sus primeros recuerdos son de cuando la bailaba en los asados y cumpleaños familiares y en las fiestas de fin de año. Siempre disfrutaba de “La Tetamantis” cantando “qué  bello cuando me amas así, y muerdes cada parte de mí… “, aunque cuando era chica no sabía bien a qué se refería la canción. Pero ahora, Marcela había crecido y sabía lo que podía provocar una canción así, cantada al oído de un muchacho que ya iba por el cuarto vaso de Fernet con Coca. Vaso de litro que compartía con Marcela y los amigos.

Esteban sintió el roce de los labios de ella en su oreja, sintió el vaho tibio que ella dejó escapar cuando pronunció la palabra “muerdes”, sintió una corriente que le recorrió toda la espalda, que erizó todos los vellos del cuerpo, hasta los más imperceptibles, y desembocó  en su entrepierna, que inevitablemente rozaba  la cintura de ella. Esteban se sintió incómodo, pero animado a avanzar un poco más. El Fernet lo envalentonó.

Bailaron toda la noche y a medida que el alcohol aumentaba su efecto, aumentaba la excitación. En un momento se acercó Sonia, la amiga y le pidió que la acompañara al baño. Esteban odió por dos segundos a Sonia, pero casi ni se percató de ello. Buscó a Julio y con la mirada le comunicó que estaba todo bien con la minita. Julio sonrió y movió la cabeza. Después se acercaron y Esteban trató de explicarle lo que le estaba pasando, pero sus palabras no traducían lo que él sentía. Julio, como siempre intentó hacerle  creer que lo entendía por completo, aunque Esteban ya sabía que no lo entendía. Pero esto nunca se lo hizo notar a Julio. No quería herirlo. 

En el baño, Marcela le advirtió a Sonia que si no la encontraba a la salida, que volviera al barrio   porque ella a lo mejor se iba con Esteban. Dijo “a lo mejor” cuando ya sabía que no volvería a casa con su amiga. A Sonia no le gustó la idea, pero decidió callárselo. Conocía a su amiga. Ambas se mojaron el pelo antes de volver a la pista. Las gotas fueron humedeciendo la espalda de ella. No sería lo único húmedo esa noche.
La noche, como prometió, trajo recuerdos. Recuerdos que hicieron llorar a Marcela, quien terminó llorando en el hombro de Esteban. Fue Gilda quien logró robarle algunas lágrimas a la joven. Gilda y la borrachera que dominaba su cuerpo. De una forma u otra, Marcela siempre terminaba ebria, aunque esta vez se controló. Hubo veces en que era peligrosa, o eso se decía.

Quisiera no decir adiós pero debo marcharme…”, cantaba Gilda, y Marcela se emocionaba. Pensó en el padre, que no supo quererla sin tocarla. Pensó en la madre, que nunca dijo nada aunque siempre lo supo. Pensó en el hermano “¿qué será de él?”, se preguntó Marcela, pero Gilda dijo aquello de  “…no llores, por favor, no llores, porque vas a matarme…”, y ella no obedeció, al contrario, el llanto le invadió el cuerpo, y Esteban no tuvo más remedio que besarla, para calmarla. Olvidó al hermano al instante. Al hermano, al padre, a la madre, a Gilda. Sus sentidos se centraron en esa lengua húmeda así como en aquello que rozaba su cintura.

A Esteban no le terminaba de gustar la música, pero tampoco le interesaba mucho lo que sonara. Él estaba pendiente del escote de la morocha que bailaba con él. Sus manos agarraban firme la cintura de ella y los roces ya eran intencionados. Él sabía que ella también lo disfrutaba, aunque no entendía por qué ella seguía llorando. Optó por besarla aunque sintió miedo al rechazo. Esteban se pasó la vida siendo rechazado por todos. Pero Marcela recibió su lengua, que sabía a Fernet y a humo de cigarrillo, y el se sintió, después de muchos años, aceptado. Y excitado. Pensaba que el jeans iba a explotar. Pero Esteban no sabía que él era exagerado.

Cuando Gilda iba por aquello de “yo por ti volveré, tú por mí, espérame…”, la pareja se franeleaban frente a todos, aunque nadie les prestaba mayor atención. Escenas así se daban todos los viernes. Esteban propuso salir de ahí, buscar otro lugar y Marcela aceptó. La remera se le pegaba al cuerpo por la transpiración. La humedad en todo el cuerpo….

La humedad en las paredes, en las frazadas… La casa se llovía. La humedad siempre estuvo presente. Cuando el padre se metía a la cama de ella, ebrio: la humedad. Cuando la madre la golpeaba con odio: la humedad. Cuando el hermano se fue para no regresar: la humedad.

Y ahora la humedad se hacía presente de nuevo, pero ya no hacía doler los huesos ni el orgullo. 

Salieron del boliche rumbo a la casa de Esteban. Se detenían en algunas esquinas para seguir disfrutándose. La noche se iba haciendo día, el rocío humedecía la ciudad. Marcela se dejó querer porque quería querer ella también. Quería sentirse querida esa noche. Solo esa noche.

Sin saber porqué y mientras Esteban invadía su cuerpo, su sexo, Marcela recordó cuando el hermano le pedía que se disfrazara de Lía Crucet o de Gilda y le interpretara alguna canción. Ella obedecía gustosa, porque sabía que el hermano reiría con ella. Y no pudo evitar la humedad en sus ojos como no pudo evitar la de su sexo. Aferró la cintura de Esteban con sus piernas, sintió sus vellos rozando los de él y oyó el sonido que producían sus sexos. Lloró, una vez más pensando en el hermano. No volvió a ver a Esteban después de aquella noche aunque él insistió.

Al otro día, encerrada en su habitación, a los veintidós años, Marcela volvió a disfrazarse de Lía Crucet y frente al espejo cantó y actuó para el hermano ausente: “En tu pelo tengo yo el cielo, en tus brazos el calor del sol, en tus ojos tengo luz de luna, en tus y en tus lágrimas sabor del mar, en tu boca hay un panal de mieles y en el cielo escucho ya tu voz, por tu pelo y por tus brazos, por tu ojos y tu boca, por tus lágrimas y voz, me muero…”, y se sintió niña nuevamente, se sintió inocente, pura... Seca.





20 de mayo- 3 de junio de 2011

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