viernes, 16 de marzo de 2012

El beso frío del cañón


Rosa salió de Caleta Olivia a las dos y cuarenta y cinco minutos de la madrugada. El cielo todavía estaba oscuro. Se había levantado a las doce y media. Se bañó, preparó café y desayunó, siempre atenta a la hora. Volvió a preparar café y lo volcó en un termo. Preparó todo y lo acomodó en el asiento trasero se su Gol gris. Volvió a meterse a la casa solo para mirarse al espejo: una mujer de 37 años, con el pelo teñido de rubio pero que ya asomaban las raíces negras. “Cuando vuelva tengo que volverme a teñir”, pensó Rosa y salió de casa. Arrancó el coche y salió rumbo a Comodoro Rivadavia, por la Ruta 3. Chocó a las tres y veinte. Faltaba poco para llegar a la ciudad.

Roberto salió de Comodoro Rivadavia a las tres menos diez de la madrugada.  Se había levantado a las doce para prepara todo. Tomó una pava de mates acompañado de cuatro medialunas. Tenía que tomar un remís hasta el galpón de la cooperativa en la que trabajaba. Hacía una semana que había conseguido el trabajo. Manejaba un camión de carga, con un tráiler atrás en el que iba la mercadería. Roberto no tenía autorización a preguntar qué es lo que transportaba, aunque ya le habían dicho qué era aquello que lo acompañaba todo el viaje.  Nunca se animó a comprobarlo con sus propios ojos. Pero necesitaba el trabajo, la paga era más que buena.  Su trabajo consistía en llevar la carga hasta otro galpón, en Puerto Deseado. Dejaba el camión ahí y debía volver después de tres horas a retirarlo. Otros hombres se encargaban de descargar el tráiler. Aunque él nunca vio el rostro de ninguno. Después de eso, volvía tranquilo por la Ruta 3. Y ese era otro día laboral. El último de su vida. Pero esto, Roberto todavía  no lo sabía ¿cómo podría saberlo? Antes de salir, besó la frente de Hugo, su hijo de ocho años y de Martita, la nena de seis. Ellos ni se enteraron. Después besó la boca de su mujer, Clara, que entre sueños le dijo: “Cuidate, mi amor”.  Cuando el remís lo dejó en la puerta del galpón de la Cooperativa, Roberto bajó nervioso. La noche estaba oscura y fría. Parecía invierno pero no lo era. Subió al camión y tocó debajo del asiento para comprobar si estaba el seguro. “Mi seguro”, le decía Roberto al arma que llevaba debajo del culo. Roberto se encontró en una curva con Rosa, a las tres y veinte.

A lo lejos se oía el mar. Después todo era pampa. Y yuyos. La noche era oscura y fría. En una curva se encontraron Rosa y Roberto. El choque dañó el auto, aunque no fue tanto si se tiene en cuenta la diferencia entre los vehículos. Rosa salió ilesa del auto, pero asustada. Había visto el camión a último momento y en su mente se vio mutilada dentro del auto abollado. Pero el choque solo había dañado la chapa y uno de los focos delanteros. Miró el camión, inmenso, titánico y sin un rasguño. Rosa corrió hasta la cabina del camión y se encontró con Roberto, que bajaba de él. “¿Esta bien?”, le preguntó Roberto antes de que Rosa pudiera hablar. “SÍ. ¿Usted?” respondió Rosa. Los dos estaban bien. Rosa habló del seguro, de llamar a la policía. Roberto se negó enseguida. “La policía. No puede venir la policía”- repetía una y otra vez, una voz dentro de su cabeza. “Señora, si es por el arreglo, yo se lo pago”- dijo, Roberto, sin pensar casi en lo que decía. Sabía que debía evitar que llamara a la policía. La policía siempre significa más problemas. “Señora, yo tengo plata en el camión. ¿Cuánto cree que va a necesitar?” Rosa lo miró y vio la cara de un hombre asustado, aterrado. Sin embargo la voz era natural. “Señor, es necesario llamar a la policía. Yo tengo seguro, no se preocupe”, dijo Rosa, sin quitarle los ojos de encima. Y caminó hasta su auto, apresurada, a buscar el celular en su cartera. Se alegró cuando vio que tenía señal.

Roberto se dio cuenta que la mujer lo observaba. Se dio cuenta que la mujer sospechaba algo. “Se dio cuenta de todo. ¿Qué hago? No puede venir la policía. No puede venir la policía, Roberto. Hacen llorar a los niños, los policías hacen llorar a los niños. No puede venir la policía, Roberto. Van a descubrir tu trabajo. Van a mirar la carga. La muy puta va a joderlo  todo. La muy puta los va a llamar y ni siquiera está golpeada. Por su auto de mierda, va a joderlo todo, Roberto. Tu seguro, Roberto. Vos también tenés seguro… Mi seguro”, pensó Roberto, mientras caminaba a la cabina del camión. Su seguro lo esperaba bajo el asiento. Y cuando sus dedos tocaron el cañón, Roberto sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. El beso frío del cañón que besó sus dedos.

Sobre la Ruta 3 no pasaba ningún vehículo, como si el tiempo se hubiese detenido. Rosa observó a Roberto desde su auto. Lo vio caminar tambaleándose hasta su camión. Por un momento pensó que se iba a dar a la fuga, pero el hombre se había encerrado en la cabina. ¿Hacías cuánto? Ya habían pasado unos cuantos minutos, pensó Rosa. Bajó del auto y caminó hasta la cabina. Llevaba el celular en la mano y estaba atenta a no perder la señal. “Señor, tengo señal. Voy a llamar a la policía. No se preocupe que todo se va a solucionar”, dijo Rosa, hablando a la puerta de la cabina, porque no lograba ver al hombre. “Señor, ¿está bien?”, preguntó. No hubo respuesta. “Voy a llamar”, dijo Rosa y comenzó a marcar. Rosa habló con un policía, le explicó todo a las apuradas y le indicó el lugar donde se encontraban. “Señor, mi nombre es Rosa. La policía viene en camino, no se preocupe”. Y escuchó un gemido. Como de un niño llorando.

Roberto escuchó pasos y se tiró sobre los asientos, luego escuchó la voz de la mujer. Le decía que los iba a llamar. Lo amenazaba, creía él. Le decía que no se preocupara, pero Roberto temblaba entre los asientos, tenía miedo, tenía ganas de llorar. Y lloró. Lloró como un niño con el arma en las manos. Como un niño armado. Lloró cuando la escuchó hablando con el policía. Lloró y se le escapó un gemido cuando ella le confirmó que estaban en camino. “La muy puta lo jodió todo. Pero todavía estás a tiempo, Roberto. Tenés tu seguro. Usalo. Usalo y huyamos de acá. Vamos a seguir con el trabajo y después volvemos a casa. Antes de que venga la policía. Usa tu seguro… Pero ella no tiene la culpa”, pensó Roberto, y siguió llorando, tratando de no pensar. Roberto miró el agujero del cañón y lo llevó hasta sus labios “No, Roberto, todavía tenés tiempo. Huyamos” Afuera se oían las sirenas y las olas del mar. Las sirenas y el mar. “Ya están acá”, dijo la mujer a fuera. Y Roberto sintió el beso frío del cañón en su boca. La cabina se impregnó de olor a pólvora y los sesos de Roberto decoraron el techo de la cabina. Rosa dijo que después del disparo oyó a un niño llorar.

Rosa miraba hacia la ruta, oía las sirenas pero también las veía a lo lejos. “Ya están acá”, dijo Rosa. Y en la cabina explotó una bomba. Rosa gritó y se tiró al suelo, convencida de que había sido una bomba. Pero a los pocos segundos se atrevió a mirar, y la cabina parecía intacta. “Fue un disparo. Se mató”, pensó. Dos policías bajaron del patrullero. Se dirigieron a la cabina y abrieron las puertas. El hombre yacía en un charco de sangre. Le faltaba una parte de la cabeza. Rosa gritó: “Hay un niño ahí a dentro”, convencida de lo que decía. Los policías buscaron y le pidieron que se calmara. Rosa lloraba, no lograba entender lo ocurrido. Los policías volvieron y le dijeron que en la cabina no había nadie más. “Vamos a abrir la puerta de atrás, señora. Le pedimos que nos espere acá” pero Rosa los siguió. Rosa vio cómo desenfundaban sus armas. Y vio que tenían miedo, al igual que ella. Uno de los hombres abrió las puertas de la caja. Y era una caja del infierno. Rosa se desmayó al ver los pequeños pies y manos sucias y desnudas de aquellos niños. Eran cientos de cuerpitos amontonados en aquella caja. Y ninguno lloraba. Ninguno tenía vida.

Rosa despertó en la cama del hospital de Caleta Olivia. Le dijeron que se había quedado dormida en la ruta y que sufrió un golpe en la cabeza. Su auto estaba estacionado en la puerta de su casa. Allí lo encontró Rosa, dos días después que le dieron el alta. Pero hay un llanto que por las noches no la dejan dormir. Y hay piecitos y manos que le golpean la frazada cuando ella llora debajo de ellas, escondida y aterrada.

08 de febrero – 16 de marzo de 2012

5 comentarios:

  1. Lo he leído tres veces y siempre siento que me he perdido de algo. Creo que por eso me gusta vuestra narración. Esconde algo aparentemente delirante, pero su misterio amenaza con ser más enfermizo y real. Nos leemos.

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  2. Joseph, gracias por tus palabras, por pasar por el blog y dejar tu comentario. Espero que lo escrito te siga generando algo. Un abrazo y nos leemos.

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  3. Victor! Es genial lo que escribis, un beso grande

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  4. Gracias, Ana Paula =) me alegro que sigas pasando por el blog y que te siga gustando. Un beso.

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  5. cuento tenso. de tension en aumento. El desenlace no me cerró pero en fin, es tu cuento,tu version, asi que mi opinion no sirve de mucho salvo de opinion.Yo lo hubiese terminado con el tiro en la cabina y nada mas, el resto librado a la imaginacion. Se puede opinar no???????!!!!!!! Que sea constructivo !

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