Rosa salió de
Caleta Olivia a las dos y cuarenta y cinco minutos de la madrugada. El cielo
todavía estaba oscuro. Se había levantado a las doce y media. Se bañó, preparó
café y desayunó, siempre atenta a la hora. Volvió a preparar café y lo volcó en
un termo. Preparó todo y lo acomodó en el asiento trasero se su Gol gris.
Volvió a meterse a la casa solo para mirarse al espejo: una mujer de 37 años,
con el pelo teñido de rubio pero que ya asomaban las raíces negras. “Cuando
vuelva tengo que volverme a teñir”, pensó Rosa y salió de casa. Arrancó el
coche y salió rumbo a Comodoro Rivadavia, por la Ruta 3. Chocó a las tres y veinte.
Faltaba poco para llegar a la ciudad.
Roberto salió de
Comodoro Rivadavia a las tres menos diez de la madrugada. Se había levantado a las doce para prepara
todo. Tomó una pava de mates acompañado de cuatro medialunas. Tenía que tomar
un remís hasta el galpón de la cooperativa en la que trabajaba. Hacía una
semana que había conseguido el trabajo. Manejaba un camión de carga, con un
tráiler atrás en el que iba la mercadería. Roberto no tenía autorización a
preguntar qué es lo que transportaba, aunque ya le habían dicho qué era aquello
que lo acompañaba todo el viaje. Nunca
se animó a comprobarlo con sus propios ojos. Pero necesitaba el trabajo, la
paga era más que buena. Su trabajo
consistía en llevar la carga hasta otro galpón, en Puerto Deseado. Dejaba el
camión ahí y debía volver después de tres horas a retirarlo. Otros hombres se
encargaban de descargar el tráiler. Aunque él nunca vio el rostro de ninguno.
Después de eso, volvía tranquilo por la Ruta 3. Y ese era otro día laboral. El
último de su vida. Pero esto, Roberto todavía no lo sabía ¿cómo podría saberlo? Antes de
salir, besó la frente de Hugo, su hijo de ocho años y de Martita, la nena de
seis. Ellos ni se enteraron. Después besó la boca de su mujer, Clara, que entre
sueños le dijo: “Cuidate, mi amor”. Cuando el remís lo dejó en la puerta del
galpón de la Cooperativa, Roberto bajó nervioso. La noche estaba oscura y fría.
Parecía invierno pero no lo era. Subió al camión y tocó debajo del asiento para
comprobar si estaba el seguro. “Mi seguro”, le decía Roberto al arma que
llevaba debajo del culo. Roberto se encontró en una curva con Rosa, a las tres
y veinte.
A lo lejos se oía
el mar. Después todo era pampa. Y yuyos. La noche era oscura y fría. En una
curva se encontraron Rosa y Roberto. El choque dañó el auto, aunque no fue
tanto si se tiene en cuenta la diferencia entre los vehículos. Rosa salió ilesa
del auto, pero asustada. Había visto el camión a último momento y en su mente
se vio mutilada dentro del auto abollado. Pero el choque solo había dañado la
chapa y uno de los focos delanteros. Miró el camión, inmenso, titánico y sin un
rasguño. Rosa corrió hasta la cabina del camión y se encontró con Roberto, que
bajaba de él. “¿Esta bien?”, le preguntó Roberto antes de que Rosa pudiera
hablar. “SÍ. ¿Usted?” respondió Rosa. Los dos estaban bien. Rosa habló del
seguro, de llamar a la policía. Roberto se negó enseguida. “La policía. No puede venir la policía”- repetía una y otra vez,
una voz dentro de su cabeza. “Señora, si es por el arreglo, yo se lo pago”-
dijo, Roberto, sin pensar casi en lo que decía. Sabía que debía evitar que
llamara a la policía. La policía siempre significa más problemas. “Señora, yo
tengo plata en el camión. ¿Cuánto cree que va a necesitar?” Rosa lo miró y vio
la cara de un hombre asustado, aterrado. Sin embargo la voz era natural.
“Señor, es necesario llamar a la policía. Yo tengo seguro, no se preocupe”,
dijo Rosa, sin quitarle los ojos de encima. Y caminó hasta su auto, apresurada,
a buscar el celular en su cartera. Se alegró cuando vio que tenía señal.
Roberto se dio
cuenta que la mujer lo observaba. Se dio cuenta que la mujer sospechaba algo.
“Se dio cuenta de todo. ¿Qué hago? No puede venir la policía. No puede venir la policía, Roberto. Hacen
llorar a los niños, los policías hacen llorar a los niños. No puede venir la
policía, Roberto. Van a descubrir tu trabajo. Van a mirar la carga. La muy puta
va a joderlo todo. La muy puta los va a
llamar y ni siquiera está golpeada. Por su auto de mierda, va a joderlo todo,
Roberto. Tu seguro, Roberto. Vos también tenés seguro… Mi seguro”, pensó
Roberto, mientras caminaba a la cabina del camión. Su seguro lo esperaba bajo
el asiento. Y cuando sus dedos tocaron el cañón, Roberto sintió un escalofrío
que le recorrió todo el cuerpo. El beso frío del cañón que besó sus dedos.
Sobre la Ruta 3 no
pasaba ningún vehículo, como si el tiempo se hubiese detenido. Rosa observó a
Roberto desde su auto. Lo vio caminar tambaleándose hasta su camión. Por un
momento pensó que se iba a dar a la fuga, pero el hombre se había encerrado en
la cabina. ¿Hacías cuánto? Ya habían pasado unos cuantos minutos, pensó Rosa.
Bajó del auto y caminó hasta la cabina. Llevaba el celular en la mano y estaba
atenta a no perder la señal. “Señor, tengo señal. Voy a llamar a la policía. No
se preocupe que todo se va a solucionar”, dijo Rosa, hablando a la puerta de la
cabina, porque no lograba ver al hombre. “Señor, ¿está bien?”, preguntó. No
hubo respuesta. “Voy a llamar”, dijo Rosa y comenzó a marcar. Rosa habló con un
policía, le explicó todo a las apuradas y le indicó el lugar donde se
encontraban. “Señor, mi nombre es Rosa. La policía viene en camino, no se
preocupe”. Y escuchó un gemido. Como de un niño llorando.
Roberto escuchó pasos
y se tiró sobre los asientos, luego escuchó la voz de la mujer. Le decía que
los iba a llamar. Lo amenazaba, creía él. Le decía que no se preocupara, pero
Roberto temblaba entre los asientos, tenía miedo, tenía ganas de llorar. Y
lloró. Lloró como un niño con el arma en las manos. Como un niño armado. Lloró
cuando la escuchó hablando con el policía. Lloró y se le escapó un gemido
cuando ella le confirmó que estaban en camino. “La muy puta lo jodió todo. Pero todavía estás a tiempo, Roberto. Tenés
tu seguro. Usalo. Usalo y huyamos de acá. Vamos a seguir con el trabajo y
después volvemos a casa. Antes de que venga la policía. Usa tu seguro… Pero
ella no tiene la culpa”, pensó Roberto, y siguió llorando, tratando de no
pensar. Roberto miró el agujero del cañón y lo llevó hasta sus labios “No, Roberto, todavía tenés tiempo. Huyamos”
Afuera se oían las sirenas y las olas del mar. Las sirenas y el mar. “Ya están
acá”, dijo la mujer a fuera. Y Roberto sintió el beso frío del cañón en su
boca. La cabina se impregnó de olor a pólvora y los sesos de Roberto decoraron
el techo de la cabina. Rosa dijo que después del disparo oyó a un niño llorar.
Rosa miraba hacia
la ruta, oía las sirenas pero también las veía a lo lejos. “Ya están acá”, dijo
Rosa. Y en la cabina explotó una bomba. Rosa gritó y se tiró al suelo,
convencida de que había sido una bomba. Pero a los pocos segundos se atrevió a
mirar, y la cabina parecía intacta. “Fue un disparo. Se mató”, pensó. Dos
policías bajaron del patrullero. Se dirigieron a la cabina y abrieron las
puertas. El hombre yacía en un charco de sangre. Le faltaba una parte de la
cabeza. Rosa gritó: “Hay un niño ahí a dentro”, convencida de lo que decía. Los
policías buscaron y le pidieron que se calmara. Rosa lloraba, no lograba
entender lo ocurrido. Los policías volvieron y le dijeron que en la cabina no
había nadie más. “Vamos a abrir la puerta de atrás, señora. Le pedimos que nos
espere acá” pero Rosa los siguió. Rosa vio cómo desenfundaban sus armas. Y vio
que tenían miedo, al igual que ella. Uno de los hombres abrió las puertas de la
caja. Y era una caja del infierno. Rosa se desmayó al ver los pequeños pies y
manos sucias y desnudas de aquellos niños. Eran cientos de cuerpitos amontonados
en aquella caja. Y ninguno lloraba. Ninguno tenía vida.
Rosa despertó en la
cama del hospital de Caleta Olivia. Le dijeron que se había quedado dormida en
la ruta y que sufrió un golpe en la cabeza. Su auto estaba estacionado en la
puerta de su casa. Allí lo encontró Rosa, dos días después que le dieron el
alta. Pero hay un llanto que por las noches no la dejan dormir. Y hay piecitos
y manos que le golpean la frazada cuando ella llora debajo de ellas, escondida
y aterrada.
08 de febrero – 16
de marzo de 2012
Lo he leído tres veces y siempre siento que me he perdido de algo. Creo que por eso me gusta vuestra narración. Esconde algo aparentemente delirante, pero su misterio amenaza con ser más enfermizo y real. Nos leemos.
ResponderEliminarJoseph, gracias por tus palabras, por pasar por el blog y dejar tu comentario. Espero que lo escrito te siga generando algo. Un abrazo y nos leemos.
ResponderEliminarVictor! Es genial lo que escribis, un beso grande
ResponderEliminarGracias, Ana Paula =) me alegro que sigas pasando por el blog y que te siga gustando. Un beso.
ResponderEliminarcuento tenso. de tension en aumento. El desenlace no me cerró pero en fin, es tu cuento,tu version, asi que mi opinion no sirve de mucho salvo de opinion.Yo lo hubiese terminado con el tiro en la cabina y nada mas, el resto librado a la imaginacion. Se puede opinar no???????!!!!!!! Que sea constructivo !
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