viernes, 13 de mayo de 2011

El diálogo

A la luz de una vela se dio el diálogo. El viento comodorense estaba más bravo que nunca esa noche, y recién comenzaba otoño.”El invierno va a ser bravo”, pensó Horacio. El cielo gris cubierto por nubes rojizas y la tierra que el viento le tiraba a la cara, a los ojos de Horacio, quien no pudo evitar que le robaran un par de lágrimas. Esa noche, el tiempo pareció detenerse y la luz se tomó unas horas de descanso. Horacio quedó aislado en su casa: sin televisión ni radio, sin internet ni celular que funcionen.

Llegó a su casa a las diez y veinte de la noche. Sus amigos lo acercaron porque a fuera no se podía caminar, el viento arrasaba con todo. En el trayecto bromearon sobre la situación, a la que compararon con la película Twister o con el escenario de una mala película de terror yankee. Sabía que en su casa iba a estar solo, una vez más. Pero no le importó, estaba cansado y solo pensaba en dormir.

Entró y fue directo al primer cajón de la mesada donde sabía, estaban las velas: dos pedazos por la mitad. Prendió ambas pero a los segundos decidió apagar una por si hacía falta más a delante. Armó uno y lo fumó a la luz de la vela. Después sí, prendió un cigarrillo.

Fue con el reflejo del encendedor que se dio cuenta que, otra vez, no estaba tan solo como creía. Horacio miró la silla que tenía frente suyo y la vio. Esta vez no se asustó tanto. De a poco se le fue haciendo costumbre su visita. La primera vez fue cuando él tenía once años. Ahora tenía veinticinco. Sabía que no venía por él.

Vestida de negro, como siempre, con el pelo largo y lacio que le tapaba el rostro (¿tenía rostro?). Parecía un bulto de ropa sucia y negra, como si alguien lo hubiese olvidado en la silla. Pero hablaba. Y dijo:

-Van a ser once, esta vez- Su voz era helada y distante, sin embargo atraía. Horacio se preguntó si era por eso que todos irremediablemente, iban a su encuentro. Aunque muchos ni lo pensaban.

-¿Por qué once?- peguntó Horacio, sabiendo que muchas de sus preguntas nunca tenían respuestas. Sin embargo esta vez ella respondió.

-Porque es el momento. Porque la noche se presta para un show- dijo y rió. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Horacio.- Además, porque estoy aburrida. Podrían ser más, pero me gusta el número once.


-¿Los conozco?

-No. Pero uno de tus amigos conoce a la número seis.

-Es una mujer.

-Lo es- confirmó ella.

Horacio no supo cómo seguir el diálogo y optó por el silencio, que era lo que más le gustaba a ella: un show en silencio y, en lo posible, sin espectadores. Si los hubiese, ella prefería que el show fuera inolvidable y era cuando más se esmeraba. Le gustaba que se hablara de ella. Era vanidosa y lo reconocía: “Antes muerta que sencilla”- decía siempre, irónicamente. Horacio la fue conociendo de apoco. La odiaba pero a la vez le había tomado cierto cariño, algo que nunca pudo comprender. Lo aliviaba saber que al otro día sus amigos iban a seguir con él.

-¿Puedo saber por qué elegiste a esos once?- preguntó finalmente Horacio.

La vela reflejaba sobre la pared blanca, los libros que estaban en la mesa, los cigarrillos y el cenicero. Ella no se reflejaba, pero a eso también se había acostumbrado Horacio.

-Me aburren las explicaciones- dijo y suspiró- Pero voy a hacer un esfuerzo porque todavía me faltan quince minutos para el show- dijo, y volvió a reír.

Horacio se acomodó en la silla. Por algún motivo que desconocía, le gustaba llegar a esa parte del dialogo. A veces ella no explicaba nada y cuando lo hacía no era muy detallista y él se imaginaba el resto. Se sentía sádico por disfrutar de los diálogos con ella, aunque también los padecía.

-Número tres. Siete meses…

-¿¡Por qué tan pronto!?- interrumpió Horacio.

No interrumpas! Y no es tan pronto, es el tiempo que le tocó. Yo sólo recibo ordenes.

-¿De quién?

-Sabés que no estoy autorizada a responder eso. Pero le ahorro un gran sufrimiento a la criatura. Hay cosas que ustedes no ven porque no las pueden entender.

-¿No hay forma de evitarlo?-- preguntó nervioso, Horacio.

-Hay cosas que no dependen de mí.

Horacio pensó en preguntarle de quién dependía, pero sabía que solo lograría enfadarla.

-Número nueve. Veintisiete años- prosiguió ella- Bien vividos y la mayor parte fue feliz: linda infancia, una familia atenta, amigas fieles, hombres que la supieron amar así como ella los amó. Vivió bien, por eso merece morir mejor- y esta vez su risa fue más fría que nunca.

Horacio intuyó que ella daría todo un show y sabía que ella esperaba con ansias ese momento. Incluso podía afirmar que ella deseaba que él le preguntara cómo iba a ser ese momento. Pero Horacio no lo preguntó.

-¿Y la número seis?... ¿Puedo saber quién es ella?- dijo, casi escupió, Horacio.

-No la conocés.

-Eso ya lo sé. Pero… no sé… decime algo más… lo que sea.

-No va a sufrir…

-¡Ella no me importa! ¡Quiero saber a cuál de mis amigos va a afectarle y qué va a pasar con él, con mi amigo!!-dijo desesperado.

-Es la abuela de Gabriel. Ella no va sentir nada, no te preocupes… Y a él le va a afectar mucho… pero lo va a sufrir poco… después vendré a buscarlo y me lo llevaré conmigo.

Horacio sintió impotencia. Quiso no haber sabido lo que supo. Quiso retroceder el tiempo para evitar esa pregunta… Pero eso, sabía, era algo absurdo, algo imposible. Gabriel, su amigo de toda la vida, con quién compartió grandes momentos, charlas, risas, silencios, secretos… Gabriel, con quien vivió su primera borrachera, a los dieciocho; el que estuvo cuando Mónica lo dejó, el que lo vio llorar tantas veces, el que se rió de sus ocurrencias, el cómplice de todas las bromas a los demás compañeros… Porque los demás eran compañeros… Solo Gabriel era su amigo. Horacio no pudo evitar llorar, pero para ella, eso era natural… Horacio siempre terminaba el diálogo con lágrimas.

-Me voy. Ya es la hora- dijo ella, entre los sollozos de Horacio.

-¿Por qué? ¿Por qué siempre me contás lo que va a ocurrir?- preguntó Horacio, mientras secaba las últimas lágrimas.

Ella se levantó de la silla. La vela, casi consumida, no pudo reflejarla contra la pared blanca.

-No puedo responderte eso, Horacio. No estoy autorizada…

-¡Entonces no quiero volver a verte ni a escucharte!

-Nuestras despedidas nunca van a cambiar- dijo ella y… ¿sonreía?- Esta es la última vez que dialogamos… la próxima…

-¿Cuándo?

-Falta poco… No te preocupes, sólo va a ser un abrazo… un dulce y frio abrazo- dijo ella, antes de desaparecer, y esta vez Horacio estaba seguro que la vio sonreír.

Apagó la vela al pasar.

A fuera, el viento agitaba todo Comodoro Rivadavia. Horacio decidió ir a dormir. El sueño lo venció sin que él se diera cuenta.

A unos kilómetros, once personas se iban, como si el viento las llevara.

6 de mayo- 13 de mayo de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario