viernes, 26 de noviembre de 2010

Mamushka

Carlitos comenzó a hacer imitaciones a los seis años. Un día la mamá lo descubrió frente al televisor imitando a Luisa Delfino en “Te escucho” por ATC. Usaba el control remoto como micrófono e impostaba la voz, tratando de igualar el tono y los gestos de Luisa. Escondida detrás de la puerta de la cocina, la madre lo espió un rato y, al principio se sonreía por la ocurrencia del hijo y se recordó así misma imitando a las actrices del cine. Pero luego, cuando Carlitos logró la voz y los gestos de la locutora en la tv, la madre se tuvo que tapar la boca para no soltar la carcajada que se le acumulaba en la garganta. Carlitos nunca supo de este suceso.

En los siguientes días Carlitos ensayó su imitación de Luisa, en su pieza cuando estaba solo, o en el baño, cuando se bañaba, hasta lograr la perfección de la frase: “Soy Luisa Delfino, te escucho” Ese día, después del último ensayo frente al espejo, Carlitos se preparó para ir a su primer día de clases de su vida. Había esperado ese día con muchas ansias, aunque no sabía bien porqué (como en toda su vida no sabría bien el porqué de tantas cosas) No le tocó con ninguno de sus compañeritos del jardín de infantes y se encontró con 19 caras desconocidas para él. Esperaba encontrarse a alguna de sus señoritas de jardín: Rosita, Margarita o Violeta, pero no, a todas las maestras les veía cara de brujas y sus seños que no aparecían por ningún lado.

Al final le tocó con la señorita Yenni, que igual era linda y parecía la más buena de todas las que vio. Lástima que no olía tan rico como la seño Margarita. El primer día la maestra ordenó como actividad, pasar al frente y presentarse. Los niños, tímidos, pasaban y decían sus nombres completos y se quedaban en silencio hasta que la señorita Yenni le preguntaba la edad, qué juegos les gustaban más, si tenía mascotas o no, con quiénes vivían… entre otras cosas. A Carlitos le parecieron todos tontos sus compañerito, menos Paolita, la nena de trenzas a los costados y de anteojos grandes. Pero todos los demás eran tontos y uno hasta quiso llorar de lo tonto que era, nomás.

Cuando le tocó pasar a Carlitos, él ya se había preparado para no quedar como un tonto más. Pasó al frente con pasos firmes, bien seguro, el guardapolvo dos talles más grande hacía que pareciera mucho más chico de lo que ya era, los pelos revueltos y los cachetes colorados, porque a pesar de todo estaba nervioso, pero trataba de disimularlo, aunque no le salía muy bien que digamos. Se paró derecho y dijo:

-Me llamo Carlitos Gonzalo Morales. Tengo seis años. Tengo un perro que se llama Terri. Vivo con mi mamá y mi papá. Me gusta jugar a la mancha y a las escondidas, pero más me gusta mirar la tele. Y cuando sea grande quiero ser imitador.

- ¿Imitador? ¿Y que te gusta imitar?- preguntó la seño Yenni, entre curiosidad y ternura, mezclado con una carcajada contenida.

- A los personajes de la televisión.

-¿Y sabés imitar a muchos?

- Sí, a un montón. Pero recién empecé por uno y después me voy a saber más.

-¿Y a quién sabés imitar? ¿A ver…?

Y ahí nomás Carlitos entró en trance, su cara se transformó en otra y su voz ya no era suya. Y dijo:

- Hola, soy Luisa Delfino. Te escucho.

Al principio hubo silencio. Después, al unísono, estallaron las carcajadas, incluyendo a la seño Yenni, que ya no era tan linda como pensaba, y a Paolita, que lo señalaba con un dedo acusador mientras se reía y se le desfiguraba la carita, con esos anteojos de vieja y al final era fea nomás, y hasta un poco tonta. Se fue a sentar, avergonzado y cabizbajo. No salió a ninguno de los dos recreos.

La seño habló con la mamá y le aconsejó que Carlitos no debería mirar tele hasta tan tarde, porque el programa de Luisa Delfino lo dan tarde, ¿no?, y menos ese programa que es más bien para grandes, por los temas que tratan, el amor, las parejas… ¿no le parece? Que sí, que no se preocupara, que ella lo iba a vigilar para que no siga viendo ese programa y que estaba de acuerdo, que era para grandes. Carlitos, a un costado escuchaba toda la conversación, mientras miraba al piso y movía un pie en punta.

Cuando llegó a su casa, la mamá le preparó la leche con galletitas y él se sentó en el sillón y prendió el televisor. Mientras tomaba la leche y no apartaba los ojos de la pantalla, la mamá le preguntó qué había pasado en la escuela y por qué la seño le dijo eso de Luisa Delfino. Y Carlitos le contó todo: que la seño era mala y sus compañeritos también y que ni siquiera sabían hablar solos porque la seño los tuvo que ayudar hasta para hablar y eso se aprende desde jardín, ya. Y por eso y por mucho más, sus compañeritos eran todos tontos. Cuando terminó la madre le dijo:

- ¿Y vos por qué crees que se reían?

- Y porque son tontos, nomás ¿no te dije?, ¿por qué más va a ser? Si a mí me sale muy bien hacer de Luisa Delfino y todos los otros que voy a ir aprendiendo a hacer. ¿Querés que te muestre como hace Luisa Delfino?- preguntó entusiasmado, Carlitos.

- Bueno. Dale- dijo la madre, más por compromiso que otra cosa.

Y Carlitos hizo como Luisa Delfino, y le salió muy bien. La mamá se rió y lo aplaudió. Y él se rió con ella y aplaudió también. La mamá lo dejó seguir mirando a Luisa todas las noches, y todos los programas que él quisiera, porque sabía que de todas formas, Carlitos iba a seguir imitando.

En la escuela, sus compañerito lo molestaban y le pedían que hiciera de Luisa Delfino, pero no, porque solamente lo piden para burlarse. Y que me importa que no sepan quién es Luisa y que sea un programa para viejas enamoradas. Y se iba, levantando los hombros, como lo hizo casi toda la primaría. Pero Carlitos creció y algunas cosas fueron cambiando.

Para cuando iba a séptimo grado, Carlitos ya imitaba a cientos de artistas de la televisión. A veces hablaba como Morgado en “Cablín”, como Reina Rech, en “Reina en colores”, imitaba a Francella en “Brigada cola”, a Arturo Puig o María Leal en “Grande pá”, a Susana Giménez, a Fabián Gianolla en “La familia Benbenuto”, a Tinelli conduciendo “Ritmo de la noche”, a Grondona en “Hora Clave”… Todo personaje que aparecía en televisión, el lo estudiaba, observaba cada movimiento, cada gesto, cada latiguillo y los iba almacenando en su cabeza, para luego recordarlos frente al espejo. Y uno a uno le iba saliendo desde dentro para transparentarse en su piel y en todo su cuerpo.

Al final, en la escuela terminaron aceptándolo y en los recreos se acercaban a escuchar sus imitaciones con respeto: se reían con él y no de él. A Paolita se le habían caído las trenzas y se le fueron a posar en el pecho, formando dos montañitas que comenzaban a intrigar a Carlitos, (que de “Carlitos” ya le quedaba muy poco) Paolita siempre le pedía que haga de Gustavo Bermúdez o de Gastón Pauls en “Montaña Rusa” y él siempre la complacía.

Estuvieron de novios por tres meses, en los que Carlitos tuvo que turnarse entre Bermúdez y Pauls. Sobre todo, cuando terminaba de besarla, tenía que decirle una frase con la voz de alguno de los dos actores preferidos de Paolita, que terminaba de lo más feliz al creerse que besaba a sus ídolos. Carlitos se había dado cuenta hace rato de que así era la cosa, pero no le importó, le gustaba dejar feliz a su novia. Porque él también terminaba muy feliz. El problema fue cuando Paolita creyó que lo estaba haciendo con Gastón Pauls, y en pleno acto de su primera vez, le dijo: “Seguí Gastón, seguí” Cosa que enfadó a Carlitos y no pudo seguir. Se vistió y se fue. Al otro día cortó con Paolita, que al final no era gran cosa y hasta seguía siendo tonta porque se creía que besaba a Gastón Pauls o a Gustavo Bermúdez, en vez de a él, que eso ni lo hace una nena de jardín y esta, que es más grandota que no sé qué, se lo cree, la tonta. No sería la única “Paolita” que se le cruzaría en su vida amorosa: al final, todas siempre le pedían que imitara a algún actor, o en su defecto, cantantes (sentía rechazo por imitar cantantes, aunque nunca supo bien porqué). Y así fue su vida amorosa y sexual, entre actores que salían entre medio de besos húmedos y sábanas transpiradas.

Cuando dejó la escuela, (no terminó nunca, le restaba horas para sus ensayos y para ver televisión), se puso a trabajar de albañil, aunque a veces se ganaba unos pesos en algunos bares donde los llamaban cuando les fallaba alguna banda o algún otro número. Jamás fue el artista principal de alguno de estos locales. Y también lo sabía hace rato, pero al fin y al cabo, le pagaban por hacer lo que más le gustaba: imitar. “Es que la gente no sabe que esto también es un arte”- pensaba Carlitos, para consolarse y seguir con el show. La gente lo aplaudía y algunos hasta lo imaginaban en la tele, con su programa propio. Como Gasalla o como Caseros. O él deseaba que ellos lo imaginaran así.

A pesar de que siempre estaba sonriendo y en todas sus charlas, con amigos, con sus novias, con sus padres, con todos, terminaba imitando a alguien, a veces para remediar un comentario desafortunado y a veces, por lo general, porque sí nomás, Carlitos no era feliz. No sabía quién era él, porque siempre se sentía otro, actor, conductor, periodista… cualquiera, menos él. Y no consiguió compañera que lograra descubrir quién era él realmente.

Cuando el padre murió, Carlitos lo despidió hablando como Porcel en una de las tantas películas que le gustaban a su padre. Cuando murió la Madre, la despidió diciéndole: “Soy Luisa Delfino, te escucho” y recordó el día en que la madre le dijo que imitar no estaba mal si era para hacer reír a los demás. Y se quedó con la primera sonrisa de su madre ante su imitación de Luisa Delfino.

Pensaba que las cosas se le habían ido de las manos, y pensaba que fue porque siempre soñó con que iba a llegar lejos con las imitaciones, ¿Quién no querría a una persona que, como una mamushka iba descubriendo a cientos de personajes de la televisión? Y apostó toda su vida a ese sueño. Pero en el pueblo no había lugar para ese tipo de espectáculo. Un año se había ido a probar suerte a la ciudad, pero en menos de un mes volvió porque no se acostumbró al ritmo de la ciudad, aunque también fue porque no lo llamaban muy seguido y, cuando lo hacían, siempre, como en el pueblo, era para suplantar algún otro número.

Carlitos murió en el pueblo, a los 28 años, por cosas de la vida, nomás. Nunca se casó ni tuvo hijos. Lo último que dijo, se lo dijo a una enfermera que pasaba por ahí. Dijo: “Que me entierren junto a mi madre así le digo al oído: “hola, soy Luisa Delfino, te escucho” y junto a mi padre, así imito a quién quiera él. Soy Carlitos Gonzalo Morales. Soy como una mamushka: dentro de mí habitan todos los artistas, todos los personajes de la televisión. Entiérrenme como a un artista más” y se fue siendo tan él que se confundía con tantos otros.

A su entierro fue muy pocas personas. Nunca tuvo amigos fieles. Paolita fue con el nuevo novio, pero igual lo lloró a Carlitos, aunque también lloraba por Gustavo Bermúdez y por Gastón Pauls. Sus tres amores de adolescencia.

25 de noviembre de 2010

3 comentarios:

  1. es buenisimo chabon!
    tan cierto como que la gente nunca sabe apreciar los verdaderos talentos!
    un beso grande victor!

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  2. Gracias! No se quien sos porque sos anonimo, pero gracias por lo que decis. Y es verdad, muchos talentos mueron sin que nadie los reconozca.

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  3. Por todos esos talentos que pasaron , pasan y pasarán... un brindis! me gustó =)

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